Estaba muy extendida la convicción de que China prima sus intereses comerciales por encima de cualesquiera otros capítulos de la transformación geopolítica en curso. Pues, bien, el análisis de sus sucesivas estancias en París, Belgrado y Budapest muestran a mi entender justamente lo contrario. Efectivamente, Pekín tiene una voluntad firme de encabezar un nuevo orden mundial alternativo al que lidera Estados Unidos, y para ello lo primero era demostrar a los europeos que apuesta por sus propias divisiones.
Emmanuel Macron hizo bien en llamar a la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, a compartir la mesa de reunión en París, con la intención de mostrar unidad ante Xi y abordar conjuntamente los grandes problemas conjuntos euro-chinos, especialmente el relativo a la inundación de coches eléctricos a que China está sometiendo a Europa, y el más que supuesto respaldo del presidente de China a las operaciones de su homólogo ruso, Vladimir Putin, para consolidar la conquista de buena parte del territorio de Ucrania.
En esa mesa de negociación parisina faltó un interlocutor importante, el canciller alemán Olaf Scholz, también invitado por Macron. La negativa del líder germano a sentarse a esa mesa no fue un gesto menor. Puso de relieve que Alemania antepone sus cuantiosos intereses comerciales con China a los presuntamente superiores de una Europa liderada presuntamente aún por el antaño sólido motor francoalemán. Esa división europea no hace sino enaltecer el poder de China, que puede aumentar así su posición de superioridad al negociar con Bruselas.
Por si fuera poco, las siguientes dos etapas de la gira de Xi remacharon el clavo. En primer lugar, en Serbia, cuyo presidente Aleksandar Vucic, aun cuando reclame su puesto en la Unión Europea, no ha dejado de mantener una posición ambigua respecto de Moscú. Cierto es que Vucic respalda la integridad territorial de Ucrania, al menos así lo expresó este mismo año en el Foro de Davos, pero no apoya las sanciones a Rusia, a las que además califica de “absolutamente ineficaces”. Vucic tampoco ha perdonado los bombardeos a que la OTAN sometió a Serbia durante la guerra con Kosovo, resentimiento que le ha unido al propio Xi, que en este viaje conmemoró el bombardeo de su Embajada en Belgrado precisamente el 7 de mayo de 1999. El baño de masas que se dio en la capital serbia reafirmó su postura de seguir sin aceptar las excusas de Estados Unidos, que ya entonces arguyó que “se había tratado de un error”. Sea tanto para consumo interno como para sus interlocutores extranjeros, la negativa de Xi a aceptar tales disculpas es una manera evidente de argumentar y justificar la naturaleza agresora de la OTAN.
Y, en fin, el trato dispensado al líder húngaro, Viktor Orban, ha sido exquisito y de una gran cordialidad. Además de jalear su política exterior “independiente”, se supone que, de la propia UE, ha premiado al correoso primer ministro de Hungría con una cascada de 18 acuerdos de cooperación económica, además de promocionar a Budapest a la categoría de socio estratégico de Pekín.
En suma, Xi Jinping ha fijado posición, que es la de elegir aliados de mejor rango a los países con regímenes autocráticos, que sobre todo tengan dos características principales: que no sean especialmente vigilantes con el respeto a los derechos humanos y minucias por el estilo, y que sean menesterosos de las inversiones y créditos procedentes de China.
Después de esta gira, Xi Jinping recibe este mismo mes a Vladimir Putin.
Se trata de un encuentro con rasgos muy diferentes a los de 2022. Rusia ha pasado a la ofensiva a todo trapo en Ucrania, que por primera vez desde la invasión de las tropas rusas admite que puede perder la guerra; Estados Unidos se debate en una enorme polarización, incluso con síntomas guerracivilistas, y, en fin, Europa acentúa sus divisiones, al tiempo que está perdiendo pie en África a pasos agigantados, cuya desestabilización se extendería irremisiblemente al Mediterráneo antes de hacer metástasis en todo el continente.