Artículo publicado en Atalayar por Pedro González.
El escenario era la Universidad de Dakar, y la ocasión una conferencia sobre el pasado, presente y futuro de las relaciones entre África y Europa. El auditorio lo componían miles de estudiantes enfervorizados, que acogían con entusiasmo e incluso con gestos de incitación a la venganza el discurso del actual hombre fuerte del país. Como líder del partido Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (PASTEF), Sonko era el candidato a optar a la Presidencia de la República, pero el anterior presidente, Macky Sall, su gran adversario, además de lograr su encarcelamiento, consiguió su inhabilitación. Su puesto lo ocuparía su segundo, Bassirou Diomaye Faye, también encarcelado y liberado apenas unas semanas antes de que se celebraran los comicios, que ganó ampliamente en la primera vuelta. Y, como era de prever, el nuevo presidente nombró primer ministro a su propio jefe del partido.
En su largo y muy político discurso, Sonko acusó al presidente francés no sólo de haber observado una hostilidad manifiesta hacia la oposición senegalesa durante el mandato de Macky Sall, sino también de haber alentado la “represión y la persecución de los disidentes”, por lo que le hace corresponsable de las decenas de muertos y de los cientos de detenidos reprimidos durante todas las manifestaciones contra la voluntad de Sall de perpetuarse en el poder.
Abriendo el ángulo de sus acusaciones, Ousmane Sonko hizo supurar las heridas del “colonialismo” ejercido por Francia, aprovechando de paso la ocasión para culpar a Europa y a Occidente de haber sido parte activa en el pasado de ese colonialismo, pero también de “haber apoyado en el presente con su mutismo aprobador la incitación a la persecución y ejecución de los senegaleses que no habían cometido otro delito que el de tener un proyecto político”.
Tras mostrar su decepción “por haber creído a Macron cuando expuso su supuesta nueva doctrina africana, cuyo eje sería desautorizar y no ayudar a ningún régimen autoritario y corrupto”, Sonko abordó la actual situación de las relaciones entre el Palacio del Elíseo y Senegal, además de con los países del Sahel.
En este capítulo, el jefe del Gobierno senegalés advirtió de su firme oposición a que la antigua potencia colonial, es decir Francia, “continue manejando e influyendo decisivamente en la política y la economía del país”, antes de señalar que, en adelante, la cooperación, especialmente en los terrenos monetario y de seguridad solo podrán sostenerse sobre el respeto a la soberanía del país.
Asimismo, hizo una advertencia respecto de la cooperación militar: “Hemos de preguntarnos acerca de los motivos por los cuales el ejército francés se beneficia todavía de bases militares instaladas en nuestros países, y sobre el impacto de dicha presencia tanto sobre nuestra soberanía como sobre nuestra autonomía estratégica. Yo reitero ahora y aquí la voluntad de Senegal de valerse por sí mismo, y eso es incompatible con la presencia permanente de bases militares extranjeras”.
Esta más que velada invitación a que las fuerzas armadas francesas abandonen el país le sirvió también a Sonko para solidarizarse con los países vecinos del Sahel que han experimentado golpes de Estado, y cuya primera consecuencia ha sido precisamente también la expulsión de las fuerzas francesas y de otros países, incluidas las españolas. Así, en relación con los vuelcos políticos registrados desde 2020 en Mali, Burkina Faso y Niger, el líder senegalés tampoco se anduvo por las ramas: “Los que hoy condenan a regímenes considerados como militares o dictatoriales se muestran sin embargo proclives a acudir a otros países que no son democráticos, siempre y cuando sea de su propio interés negociar suministros de petróleo u otras materias primas”. Al concluir este apartado de su discurso, Sonko descalificó las sanciones acordadas por la Unión Europea contra estos países ahora regidos por juntas militares, manifestando que “no abandonaremos a nuestros hermanos del Sahel”.
Y, en fin, para que nada faltara, Ouman Sonko atacó al conjunto de la civilización y cultura occidental, a la que acusó de querer imponer su pensamiento y costumbres, con especial incidencia en la homosexualidad, que “por ser contrarios a nuestros valores tradicionales pueden convertirse en un nuevo casus belli”. Además de reafirmarse en que Senegal reforzará sus propios valores -la homosexualidad se castiga en el Código Penal del país con penas de uno a cinco años de prisión-, Sonko declaró como inadmisible para todo el continente que las potencias occidentales condicionen los acuerdos comerciales o financieros a la aceptación de sus propios valores, “flagrantemente opuestos a los nuestros”.
A destacar como detalle más que interesante que el líder de la extrema izquierda francesa, Jean-Luc Mélenchon, asistió como testigo privilegiado a la violenta requisitoria de Sonko, que le distinguió con todos los honores, y con el que compareció en una rueda de prensa conjunta, en la que el jefe del Gobierno de Senegal volvió a acusar a Francia de “estigmatizar” la religión musulmana al impedir que los que la practican vistan como quieran, en alusión a la prohibición del velo islámico por ser considerado un símbolo religioso.
Este discurso de Sonko, retransmitido en directo a todo el país y ampliamente glosado en todo el continente africano, marca a todas luces una nueva etapa en las relaciones con Francia y la UE. Está por ver si será para bien.