Urnas decisivas para Francia… y para Europa, por Pedro González

Reagrupación Nacional (RN) o Nuevo Frente Popular (NFP). Son los dos extremos del arco político que este domingo 30 de junio disputan la primera vuelta de las elecciones generales en Francia. Su celebración con tres años de anticipación fue adoptada en caliente por el presidente de la República en pleno recuento de los votos de las recientes elecciones al Parlamento Europeo, escrutinio que arrojaría finalmente una victoria arrolladora del RN y un descalabro mayúsculo de los candidatos centristas de lo que se ha dado en llamar el macronismo. 

Emmanuel Macron, que ha intentado erigirse en el líder de Europa desde el abandono del poder de la alemana Angela Merkel, se arriesga ahora a convertirse también en un presidente minimizado. Dotado de importantes prerrogativas por la Constitución de 1958, pensadas exclusivamente para que el general De Gaulle sacara al país de la ingobernabilidad de la IV República, la ley fundamental sigue en vigor, aprovechada al máximo por todos los que se han sucedido en habitar las estancias del Palacio del Elíseo, algunos con notable aprovechamiento, tanto que ha llegado a calificarse a los jefes del Estado de esta V República como “monarcas republicanos”. 

Pensó esta vez el presidente en “hacerse un Sánchez”, es decir una convocatoria inmediata de nuevos y distintos comicios para supuestamente pillar desprevenidos a los partidos que habían quedado exhaustos de la recién acabada campaña electoral, y tapar de paso el desastre propio en tales comicios. 

Lo que sí parece haber logrado a priori Macron es acentuar más aún la polarización del país, que vuelve a fracturarse entre la extrema derecha del RN y la extrema izquierda del NFP. Si el primero ha conseguido una “melonización” de su credo, es decir atenuar su programa político, al igual que ya ha hecho la jefa del Gobierno de Italia, Giorgia Meloni, el segundo se ha configurado deprisa y corriendo en torno de La Francia Insumisa (LFI) del ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon. Poco que ver con el Frente Popular de 1936 con el entonces líder socialista Leon Blum a la cabeza, instaurador de la jornada laboral de ocho horas y de las vacaciones pagadas. 

Rebautizado ahora como Nuevo Frente Popular, y reuniendo a los restos del Partido Comunista (PCF), al casi desaparecido Partido Socialista (PSF) y al violento Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), encarna en buena medida lo más rancio de unas políticas fracasadas, pero que en Francia aún siguen disponiendo de cierta credibilidad. Esta ya no se la otorgan ni la vieja y desencantada clase obrera ni los jóvenes desesperanzados de consignas y eslóganes que apestan a naftalina, y que son ya el mayor vivero de votos del RN. De ahí que el NFP cifre cada vez más su propia supervivencia política en el antisemitismo, en la ausencia de censura al creciente yihadismo y, eso que no falte, en más subsidios y paguitas financiados -cómo no- con nuevas vueltas de tuerca fiscales “a los ricos”. Francia ostenta el liderazgo europeo en términos de presión fiscal y gasto público, nada menos que un 57%. Un derroche que no ha impedido el acelerado deterioro de los servicios públicos, especialmente la educación y la sanidad, los dos capítulos que siempre se enarbolan para justificar una presión fiscal asfixiante. 

A costa de una grave convulsión interna Los Republicanos (LR), es decir el partido sucesor del gaullismo, desde Chirac a Sarkozy, ha logrado un pacto electoral con el RN de Marine Le Pen. Ha sido su presidente, Ëric Ciotti, que ha ganado en los tribunales el intento de la cúpula de su propio partido de destituirlo, el muñidor de la alianza, de manera que la derecha no solo pueda contrarrestar al variopinto bloque de la izquierda, sino que también, y en el caso de que ganen y lleguen a formar gobierno, atemperar las ansias de gastar del RN. 

Como decía Bill Clinton, “es la economía, estúpido”, y en este terreno tanto el presumible primer ministro si gana el RN, Jordan Bardella, como si lo hace alguno de los que encabezan el NFP, Jean-Luc Mélenchon, el socialista Raphaël Glucksmann e incluso el expresidente François Hollande, que se ha subido a este carro en marcha en el último minuto, enarbolan programas económicos inasumibles. Los que se molestan en cuantificar el coste de cada una de las promesas no cesan de proclamar los disparates que los candidatos profieren cada vez que abren la boca para prometer un fuerte aumento del salario mínimo, la abrogación de la edad de jubilación a los 64 años y su vuelta a los 60, o incluso la reducción de la contribución de Francia al presupuesto de la Unión Europea. Francia, con un déficit público de 340.000 millones de euros y una deuda disparada hasta los casi tres billones de euros (un billón de ellos bajo el mandato de Macron), está más bien para implantar algo de austeridad que para seguir prometiendo aguaceros tempestuosos de dinero.

Como era de esperar, tales promesas asustan a empresarios e inversores. Estos últimos han frenado en seco sus planes de inversión y expansión de sus industrias, y los primeros evalúan sin cesar tanto deslocalizaciones personales como patrimoniales. Por boca de Patrick Martin, líder de la patronal, “el potencial retorno de los impuestos punitivos, tan característicos de Francia, conduciría inevitablemente a un mayor deterioro de nuestras finanzas públicas y a aumentos de impuestos para hogares y empresas”. 

Emmamuel Macron, el hombre que quiso erigirse en líder europeo, puede convertirse en un “pato más que cojo” de la política francesa. Si ha de pactar una cohabitación con un primer ministro y un Gobierno distinto de su propia formación o movimiento político, su fuerza dependerá en gran parte de cuántos diputados de los 577 que tiene la Asamblea Nacional Francesa se sientan bajo las siglas de su Renacimiento. Los sondeos no le conceden más del 22%, muy por debajo del 29% que obtendría el NFP o el 35% de la unión RN-LR. Eso para esta primera vuelta, porque para la segunda, a disputar el domingo 7 de julio, solo quedarán en liza dos candidatos por circunscripción electoral (si nadie hubiese obtenido la mitad más uno en la primera vuelta). Y, aunque ahí aumenta la incertidumbre, podría producirse una gran mayoría de combates directos entre las derechas y las izquierdas, con rebaja sustancial o desaparición entonces del centrismo liberal macronista. 

Por cierto, no deja de ser sintomático que esta última semana de campaña electoral se hayan disparada las alarmas de un estallido de la violencia en el país. Son precisamente los ministros del Gobierno de Macron los que multiplican sus declaraciones apocalípticas, prediciendo que el culpable de tal estallido sería la extrema derecha del RN. Ni una sola mención en cambio al NFP, ni siquiera a propósito de los últimos ataques y agresiones antisemitas perpetrados en el país. Quizá ahí esté la mejor prueba de que Macron teme más por su sillón presidencial al RN que al NFP.  

Ni qué decir tiene que los comicios en Francia no serán solamente decisivos para el país, sino también para el conjunto de Europa. Su decadencia evidente no es una buena noticia, como tampoco lo sería una victoria arrasadora de cualquiera de los dos extremos. Sería un mensaje demoledor para una Europa que, a pesar de sus muchas carencias, errores y deslices, aún aspira a pintar algo en el concierto internacional, y necesita para ello más que nunca mantener una unidad de convicción y acción frente a las amenazas que la acechan.  

Secciones