No es ninguna casualidad que los nombres de Asturias y Europa aparezcan estrechamente relacionados como en esta ocasión en que celebramos que el Premio Princesa de Asturias de la Concordia le ha sido concedido a la UE, al proceso de integración continental que venciendo dificultades sin cuento acaba de cumplir sesenta años con la voluntad de avanzar renovada. Es un premio justo, porque la Unión Europea es nuestro presente y nuestro futuro, y un premio oportuno porque sin duda contribuirá a levantar el ánimo a muchos europeístas alicaídos.
Cuentan que cuando Europa no pasaba de ser un término geográfico sin ningún tipo de connotación política, más allá de aparecer permanentemente como escenario de guerras y conflictos variados, y cuando todavía más allá de los Pirineos muchos consideraban a la península Ibérica territorio africano, los viajeros que se acercaban por mar a las costas atlánticas de nuestro litoral, cuando bajo las divisaban las la primeras cumbres cantábricas exclamaban “¡Europa!, ¡Europa!”
Es una anécdota histórica pero también significativa: hoy el nombre de Europa prolifera por todas partes pero en Asturias, León y Cantábrica se impuso antes y para siempre. Respeto mucho a todos los discrepantes pero creo que tanto los anti europeistas como los euro escépticos están equivocados. Quizás contemplan la iniciativa de los padres fundadores, Monet, Schuman, Spinelli, Adenauer, etcétera, en función de hechos puntuales o perjuicios personales. Pero la integración europea tiene que ser contemplada con horizontes más largos y siempre sin dejar de mirar por el retrovisor para darse cuenta de donde partíamos y lo que ya hemos recorrido.
Como actualmente lo que impera en el interés general es la economía, negar que con la Unión Europea ha mejorado, y de manera espectacular, el crecimiento, el desarrollo y la modernización de los países que la integran es subestimar los datos, que lo cuantifican, los avances que saltan a la vista y los recuerdos. El estado del bienestar es un éxito europeo que cuesta mantener pero que sobrevive frente a tantas adversidades. Con todo, el mayor logro de la UE sin duda es la paz que por primera vez en seis décadas se ha mantenido.
Desde que arrancó el proceso integrador no ha habido ni una sola guerra entre sus miembros. Para la mayor parte de los ciudadanos europeos los enfrentamientos armados han dejado de ser un peligro constante. La paz ya se da como algo normal, de ahí que no se valora en cuanto significa. Claro que esto no implica que todo sea perfecto e idílico. Son frecuentes las críticas al su establishment en Bruselas y con razón. Pero en conjunto el balance es positivo especialmente si se recuerda que la pertenencia a la UE es la mejor garantía que tenemos para disfrutar de las ventajas de la democracia y del derecho a la libertad.