Artículo publicado originalmente en El Debate de Hoy por Pedro González
Tras un año en el poder, las encuestas mantienen a Trump en la cresta de la ola de la popularidad. Una drástica reforma fiscal es la gran victoria del presidente norteamericano, que abandona su papel de líder mundial para dejar amplio margen a China y Rusia.
El millón de ejemplares vendidos de Fire &Fury, Inside the White House es apenas el preámbulo de la que se augura como una de las series de televisión más exitosas. Después de El ala oeste de la Casa Blanca –presidente serio y consciente de su liderazgo mundial- y de House of Cards –político de raza y sin escrúpulos, dispuesto a matar o vender a su madre por alcanzar y conservar el poder-, la que se inspira en el reciente best seller de Michael Wolff presenta una tipología desconocida hasta ahora en los inquilinos de la mansión presidencial de Estados Unidos.
El público devora con fruición el relato de anécdotas desgranado por Wolff, que dibujan a Donald Trump, 45º presidente, como un ser histriónico, obsesivo, desconfiado hasta el exceso de todo su entorno, a excepción de su hija Ivanka, y peleado a muerte con los medios de información, en especial la CNN, The Washington Post y The New York Times, a los que ha dedicado en apenas un año de mandato 150 tuits acusándolos de propagar continuamente bulos (fake news) sobre su persona.
Wolff no deja títere con cabeza al describir al propio Trump y a su entorno familiar como el prototipo de una comunidad machista-patriarcal, en donde la teórica primera dama, Melania, no pasa de desempeñar el papel de muñeca-trofeo del macho alfa. A cambio, su hija Ivanka parece gozar de todas las complacencias de su padre. No fue una broma que la dejara sentarse en su propio sillón del despacho oval ante decenas de cámaras, sin duda para plasmar la imagen de que ella puede ser efectivamente la primera mujer presidente de Estados Unidos.líder
La amenaza del fiscal Mueller
No guarda Trump, en cambio, el mismo aprecio por su yerno, Jared Kushner, implicado supuestamente en la trama urdida con el Kremlin para que Trump derrotase a su rival demócrata, Hillary Clinton. Esta cuestión pende aún cual espada de Damocles sobre la cabeza del actual mandatario de la Casa Blanca. La investigación al respecto está en manos del “incorruptible” fiscal Robert Mueller que, silenciosa pero implacablemente, está cercando a todos los que colaboraron en el triunfo electoral de Trump.
Pieza fundamental en esa trama es Steve Bannon, que llegó a ser considerado como el verdadero cerebro estratégico de Trump. Los viejos corresponsales en la Casa Blanca aureolaron a Bannon, acusándolo de ejercer tan mala influencia que calificaron al nuevo Estados Unidos bajo Trump de República Bannoniera.
Bannon llegó a creerse tal categoría y nivel de tutelaje sobre el presidente, por lo que fue el primer sorprendido cuando este le comunicó su destitución con la frase que pronunciara tantas veces en el programa de televisión que condujo durante más de un decenio: You’re fired (estás despedido).
Bannon fue quién introdujo a Wolff en los pasillos y estancias de la Casa Blanca y a todas luces parece ser el principal suministrador de material sensible al autor de Fuego & Furia. Esa traición a su jefe y a la propia institución le ha costado a Bannon perder el favor del Partido Republicano, que lo ha convertido ya en un apestado de la sociedad.
Pese a la gran cantidad de chismorreos que se relatan en el libro, y que perfilan al personaje de Trump como un auténtico patán, existen numerosos relatos que confirman, no obstante, el cambio que se ha ido operando en la cúpula del poder de la principal superpotencia mundial.
El sutil poder de un triunvirato militar
La vehemencia de Trump al tratar casi con lenguaje tabernario cuestiones delicadas de la política internacional, como Corea del Norte, Venezuela u Oriente Medio, ha supuesto que de hecho las riendas de esa política exterior estén en manos de un triunvirato militar: el que forman el actual jefe del Gabinete, el exgeneral de marines John Kelly; el secretario de Defensa, exgeneral Jim Matthis, y el asesor de Seguridad, ex teniente general H.R. McMaster.
Son ellos los que han procedido a matizar los exabruptos de Trump contra Kim Jong-un o Nicolás Maduro, e incluso los que calladamente han revertido la política de Barack Obama en Afganistán, aumentando de nuevo el número de efectivos en el indómito país centroasiático.
Esta nueva conformación de poder deja prácticamente en fuera de juego a la figura del otrora poderoso secretario de Estado. Encarnada ahora por el exmagnate de la petrolera Exxon, Rex Tillerson, lo cierto es que su papel no deja de menguar, y buena prueba de ello es que unos dos mil diplomáticos norteamericanos han dejado la carrera a lo largo de 2017.
Trump acaba de salir airoso del exhaustivo chequeo médico al que se ha sometido voluntariamente ante médicos militares. Estos han certificado que está perfectamente en sus cabales, desmintiendo así las sospechas que no han dejado de multiplicarse desde que su estilo directo, provocador e insultante instaurara un nuevo paradigma a la hora de relacionarse dentro y con la Casa Blanca.
Fruto de esa campaña con el teórico objetivo final de someterle a un proceso de impeachment (incapacitación), han sido, por ejemplo, las propuestas del senador Edward Markey y del congresista Ted Lieu, que propusieron limitar el teórico poder omnímodo del presidente para declarar la guerra. O la reiteración del senador Jeff Flake calificando a Trump de “verdadero peligro para la democracia”.
La revancha del supremacismo blanco
Pero, aunque en el libro de Wolff se apuntan no pocos detalles que delatan el carácter autoritario, incluso de manera violenta, de Trump y su querencia por pasar a la historia como un presidente temido, tampoco parece importarle que sus actitudes, frases y comportamiento le acarreen una importante dosis de odio, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.
Como bien resume el ensayista Nehisi Coates, “Trump encarna y da continuidad a la predominancia blanca”, que contempla en el mandato de Trump la oportunidad de revancha desde la Guerra de Secesión. Trump niega ser un racista, pero ya son muchas las veces en las que presuntamente no ha podido resistir la tentación de que le salga lo que siente de la manera más descarnada: “países de mierda”, refiriéndose a los latinoamericanos, africanos y asiáticos, desde los que llega el mayor número de inmigrantes; “negratas” (niggers), respecto de los negros que multiplican manifestaciones y disturbios por sentirse abandonados por el poder.
Trump renuncia al papel de líder mundial
Un año después de haber accedido sorpresivamente al poder (Wolff revela que él era el primero en estar convencido de que nunca ganaría y que si hacía campaña era solamente para autopromocionarse, a él mismo y a sus empresas), Trump ha dado la vuelta por completo a la imagen de Estados Unidos. Así, ha abandonado voluntariamente su papel de líder mundial y dejado amplio margen a que China y Rusia ocupen terrenos que antes eran de indiscutido predominio norteamericano.
Trump aún no ha cerrado el muro con México ni ha logrado cargarse por completo la reforma sanitaria de su “aborrecido” antecesor, Barack Obama. Promete machaconamente que cumplirá tales promesas. De momento, su gran victoria es una drástica reforma fiscal, que rebaja del 35% al 21% la tributación de las empresas. Y, junto a eso, encuestas que siguen manteniéndolo en la cresta de la ola de popularidad. Tal vez, y para sorpresa de la mayor parte de los europeos, porque los votantes en Estados Unidos no son solamente los de las costas atlánticas o pacíficas. Hay, pues, mucho país entre medias, y este vota mayoritariamente a Trump.