Para ser un buen corresponsal comunitario no hay que ser europeísta. Como no hay que ser culé o merengue para ser periodista deportivo. Ni tener carné para hacer crónicas parlamentarias. Sobre uno de los mejores críticos taurinos corría el rumor de que no le gustaban los toros.
La Unión Europea es un proyecto político. Hay argumentos razonables para defenderlo. Los hay también para cuestionarlo. Nuestra tarea es contarlo. No para que la gente lo apoye. O para que lo deteste -como han hecho con talento Boris Johnson y otros compañeros del Telegraph . Sino para algo mucho más importante y difícil: para que la gente lo entienda.
La Unión Europea no ha inventado Europa. Como espacio político común, como el lugar donde nos jugamos la vida y los cuartos, Europa existe desde hace más de mil años. Desde que Carlomagno reuniera sus dos almas, la mediterránea y la bárbara, en un solo imperio Romano Germánico.
Europa se llamó la cristiandad. Las cruzadas fueron Europa. Una beca Erasmus un poco más bestia. Como los monasterios de Cluny y el Cister. Como Carlos Quinto o la Santa Liga en Lepanto. Las guerras de religiones fueron guerra civiles europeas. Napoleón quiso mandar en Europa. Y Hitler. Y entre medias, Europa fue el dulce concierto de las naciones.
La historia europea es la historia de los intentos de gobernar esta pequeña península del continente euroasiático. De los intentos de devolverle una unidad que tal vez nunca existió, pero que nunca se ha olvidado. La UE es su última reencarnación, su actual traje, su nuevo avatar.
Por eso la Unión no se entiende si uno la describe solo como la maquinaria institucional de Bruselas. Mucho menos si la caricaturiza como un puñado de funcionarios grises conspirando a escondidas. Es fácil. A uno le celebran el chiste. Pero es injusto. Y peor: es no haber entendido nada. Y el periodista tiene que entender para que la gente entienda. “Saber sentir es saber decir”, escribió el europeo llamado Miguel de Cervantes.
La historia está contada: dos guerras mundiales, un continente en escombros. Un comerciante de cognac, apellidado Monnet, tiene la idea; un espabilado ministro, Schuman, el valor de proponerla: del carbón y el acero, al mercado común y el euro. Intereses comunes para que resulte imposible la guerra.
Si uno levanta la mirada, el éxito es evidente. Lo raro no es que a la UE le dieran el Nobel. Lo raro es que tardaran tanto. Pero el argumento de la paz no va a valer para siempre. Otro europeo, Tucídides, ya nos lo advirtió hace 25 siglos: los hijos olvidan siempre las guerras de sus padres.
Para seguir unida, necesita funcionar. Y no lo está haciendo. Nuestros líderes llevan años empeñados en no resolver ni la crisis del euro, ni las crisis geopolíticas, ni mucho menos, la vergonzante crisis de los refugiados.
“La esclarecida Europa, duerme como aquel monje su sueño de trescientos años oyendo cantar a un o pájaro. Otros pájaros, oscuros, habrán de despertarla”; ha profetizado la poeta hispano-belga Chantal Maillard.
¿Tiene la UE salvación? ¿O estamos ante otro golpe de péndulo, ante el regreso de los pájaros oscuros? Desde la experiencia de mis años en Bruselas, puedo afirmar rotundo que nadie tiene ni idea.
Pero tengo la intuición de que la unión se salvará solo si los europeos se reconocen como tales. Si entre las capas de cebolla de su identidad, descubren la europea. Si entienden que llevamos mil años conviviendo y fracasando. Si comprenden el gran legado de nuestra historia: que nada es fácil, que todo al final es vano. Pero que aún así hay que intentarlo. Fracasar mejor, decía el franco irlandés Samuel Becket
Otro europeo, este nacido en Buenos Aires, lo dijo mejor. En 1985, ciego, anciano, deambulando por Ginebra, Borges escribió, dictó, una oda a ese país aburrido, hecho de retales de otros países, llamado Suiza.
Los conjurados: En el centro de Europa están conspirando. El hecho data de 1291. Se trata de hombres de diversas estirpes, profesan diversas religiones y hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades
Los cantones ahora son veintidós. Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético.
Ojalá. Muchas gracias