Artículo publicado originalmente en El Debate de Hoy por Pedro González
Rusia tiene como objetivo desestabilizar Europa y desmotivar el voto en las elecciones de 2019. A las noticias falsas se unen ahora los fake videos, que pretenden transformar la opinión pública. La UE quiere lanzar una gigantesca campaña de comunicación.
El poderoso complejo ruso de fabricación de bulos o noticias falsas (fake news) tiene como primer objetivo la desestabilización de Europa. Así lo manifiestan diversas fuentes de las instituciones de la Unión Europea, que exhiben centenares de ejemplos de una ofensiva recrudecida a partir del brexit y que ha tenido picos de gran intensidad con ocasión de los diversos procesos electorales de Holanda, Francia, Austria, Alemania e Italia, así como con ocasión del procés y el referéndum ilegal en Cataluña del 1 de octubre pasado.
La UE teme especialmente la campaña inminente que sospecha lanzarán los intoxicadores rusos en las elecciones al Parlamento Europeo de 2019. Unos comicios que traducirán en escaños la nueva realidad del continente, jalonada por el impacto de la salida del Reino Unido, las heridas causadas por la crisis de los refugiados y los desafíos del ultraproteccionismo comercial de Estados Unidos.
Desde la crisis económico-financiera de 2007, la UE ha sufrido una ostensible bajada de prestigio. La marca Europa ha sido ensuciada, admiten fuentes comunitarias, hasta poner en entredicho el principal activo del modelo europeo: sus valores. La libertad, la democracia y la solidaridad, ejes fundamentales de tal modelo, son cuestionados por las grandes potencias, Rusia y China, desde luego, pero también los Estados Unidos de Donald Trump, cuyo desarrollo del “America First” se traduce en muros, barreras proteccionistas y repliegue sobre sí mismo.
La preocupación aumenta también ante el avance tecnológico que supone la difusión masiva de mensajes falsos. El nuevo paso es la creación de aplicaciones informáticas capaces de crear fake videos, es decir, producciones animadas en las que se incrusta el rostro de una persona sobre el cuerpo de otra. Este tipo de efectos especiales, costosísimo y hasta ahora solo al alcance de los grandes especialistas de Hollywood, sería la última herramienta puesta a punto por el complejo de desinformación ruso.
Su capacidad para conmocionar y transformar la opinión pública puede arrasar las actuales técnicas de comunicación. Con mucho dinero y buenos especialistas será fácil, por ejemplo, insertar a un político en una juerga pornográfica o hacerle protagonista de un soborno. Ya ha aparecido de hecho un programa equivalente en Estados Unidos, denominado FakeApp, que ha puesto en órbita un vídeo ultrarrealista realizado con inteligencia artificial, en el que Michelle Obama, la esposa del anterior presidente de Estados Unidos, encarna supuestamente a una actriz pornográfica.
Ante las amenazas que todo ello supone, la UE se apresta a lanzar una gigantesca campaña de comunicación, destinada a que los ciudadanos europeos sepan y reflexionen lo que podría significar para ellos un hipotético estallido de la UE, tal y como sus numerosos enemigos desean. A este respecto, se esgrimen, entre muchos otros ejemplos, los cientos de miles de entradas en las páginas web de la UE que se produjeron al día siguiente mismo de que el referéndum sobre el brexit determinara por escaso margen la salida del Reino Unido. Como revelaron los análisis posteriores a aquella votación, muchos de los jóvenes urbanitas británicos se quedaron en casa, dejando así su propio futuro en manos de una envejecida población rural temerosa de los cambios. Pero, tras conocer el resultado, se apresuraron a informarse sobre la UE.
Cuando se inquiere por qué la propia UE no hizo campaña entonces en Gran Bretaña para explicar las desventajas de esa salida, la respuesta es que fue el propio Gobierno de Londres el que la prohibió, so pretexto de que el referéndum era un asunto exclusivamente interno.
Proeuropeos que no se movilizan
Ahora, las sucesivas oleadas del Eurobarómetro indican claramente que los jóvenes de entre 18 y 35 años son arrolladoramente proeuropeos, aunque se movilizan escasamente. La UE quiere precisamente que tomen conciencia de que el futuro lo definirán ellos, por lo que no debieran dejarlo en las exclusivas manos de quienes tienen más pasado que porvenir.
Sin embargo, la UE también es consciente de la fuerza de los mayores, temerosos por naturaleza de perder la seguridad de sus pensiones y demás prestaciones sociales. En las instituciones comunitarias se cree que este poderoso colectivo puede ser también un objetivo fundamental de la desinformación que esparzan los hackers rusos, definidos por alguna fuente como “un lado oscuro muy bien organizado”.
Esas mismas fuentes creen saber que la meta de ese lado oscuro es desmotivar el voto al Parlamento Europeo. Su éxito –y el correlativo fracaso de la UE- sería que la participación en las elecciones no superase el 42%.
Además de en los países del Oeste europeo, donde el entusiasmo por la construcción de la UE ha decrecido notablemente, se considera imprescindible un esfuerzo gigantesco en los del Este, los que en su día estuvieron en la órbita soviética. Causa sorpresa y estupor que en un país, como por ejemplo Eslovaquia, plagado de carteles donde se informa de todas las infraestructuras que la UE está financiando, no pasen del 13% los ciudadanos que tienen intención de acudir a los próximos comicios europeos.
En esta contraofensiva se consideran también decisivas las redes sociales. La UE cuenta para ello con una unidad reforzada, destinada a contrarrestar los clichés más negativos fijados en la opinión pública: el más persistente es que la UE es una administración compuesta por burócratas, cuyos sueldos y pensiones consumirían el grueso del presupuesto comunitario. En realidad, ese presupuesto, reducido a apenas el 1% del PNB de los 28, destina solamente el 6% a sus 33.000 funcionarios (equivalentes a los de un ayuntamiento medio en España), mientras que el 70% se lo llevan las políticas agrícolas y el 24% restante, las de cohesión y protección.
Cabría recordar al respecto que España, desde su adhesión hasta 2017, ha recibido de la UE el equivalente a dos planes Marshall, aquel que Estados Unidos destinó a la reconstrucción de Europa, excluida entonces España, tras la Segunda Guerra Mundial.