Hace ya quince años que políticos, artistas, filósofos y periodistas checos, polacos, eslovacos y húngaros, se reúnen con sus colegas españoles en la costa del norte de España, en los Seminarios sobre Europa Central, con la intención de averiguar si aquella parte de Europa – la región de Visegrad – avanza en la dirección correcta.
Todo empezó cuando dos amigos, dos periodistas españoles, hacia finales de la década de los ochenta, llegaron a la conclusión de que Europa Central ya llevaba demasiado tiempo esperando a que cambiasen las cosas y que pronto iba a ocurrir algo importante. Uno de ellos era Miguel Ángel Aguilar, influyente comentarista de la prensa, la radio y la televisión españolas, el otro Fernando de Valenzuela, que acababa de ser nombrado corresponsal de la Agencia EFE en Varsovia. En cuanto llegó a Polonia, empezaron a pasar cosas. Comenzaron las «negociaciones de la mesa redonda» y el país se empezó a preparar para sus primeras elecciones libres. Los dos amigos se habían dado cuenta de que se acercaba el momento adecuado y organizaron, en colaboración con la Universidad de Verano de Santander el primero de los seminarios. Pocos años después, la situación en Europa Central ya era muy distinta, pero los dos amigos españoles, por su cuenta y riesgo y sin ayudas oficiales, siguieron organizando los seminarios y continúan con ellos hasta el día de hoy. Tienen capacidad de prever los acontecimientos (en 1990 invitaron a un político poscomunista al que nadie conocía más allá de las fronteras de Polonia, Aleksander Kwasniewski; en verano del 2002, tres meses antes de que se fallara el premio Nobel de literatura, al escritor húngaro Imre Kertesz) y además les divierte hacerlo.
A lo largo de los años fueron invitadas a los Seminarios sobre Europa Central más de doscientas personas; muchas de ellas en más de una ocasión. Figuran entre ellas algunas de las personalidades más destacadas de la política europea y euroatlántica (Javier Solana, Christopher Donelly, Enrique Barón), magníficos filósofos y teólogos (Karel Kosik, Jozef Tischner, Fernando Savater), escritores, directores de cine, intelectuales. Al comienzo de la tercera edición del Seminario se alzó sobre la arboleda que da acceso al portal de la universidad un griterío majestuoso: «¡Viva la reina!» – Sofía, la reina de España, había venido a presenciar el histórico encuentro entre Michnik y Jaruzelski. Polonia siempre estuvo bien representada – al seminario asistieron, a lo largo de los años, Ryszard Kapuscinski, Andrzej Olechowski, Andrzej Strzemborz, Hanna Suchocka, Jozef Tischner, Krzysztof Zanussi y otros muchos.
1989 – 1993
«El famoso cuadro de Edvard Munch El grito puede ser interpretado como un presagio de todo el siglo XX, de la angustia y el escepticismo ante lo que iba a traer. Pero ahora parece como si lo que nos produce angustia y escepticismo fuese su final: vemos la crisis de la democracia, percibimos la crisis de la ética, sentimos el peligro del fundamentalismo islámico y de otros fanatismos. El grito se vuelve a oír». (Juan Pablo Fusi, historiador español, 1992).
En los primeros años del seminario se planteaban una y otra vez interrogantes similares. ¿Hasta dónde llegan las fronteras de Europa Central? Algunos estados desaparecen, otros aparecen. ¿Eso es bueno o es el presagio de una tragedia? Hemos obtenido la libertad, pero ¿sabemos qué hacer con ella? ¿Cómo somos, en realidad? Adam Michnik intentó responder a esta pregunta en 1992: «La oposición sabía perfectamente lo que no quería: el comunismo. Ahora parece como si estuviéramos en un baile de máscaras, algunos se disfrazan de conservadores, otros de socialdemócratas. Categorías como la de izquierdas – derechas se vuelven de pronto insuficientes, sobre todo porque los partidos políticos, en su versión actual, no son producto de una evolución natural. Se están produciendo transformaciones gigantescas del sistema de propiedad y es importante tener un mercado civilizado, un «mercado de rostro humano». Lo que por ahora tenemos es libertad sin democracia. Necesitamos apropiarnos de nuestro propio Estado, necesitamos una sociedad civil. ¿Y qué ocurre mientras tanto en otros sitios? Europa Oriental sigue buscando chivos expiatorios, corremos peligro, me temo, de que empiecen las guerras étnicas».
El ministro de Exteriores checoslovaco, Jiri Dienstbier: «Checoslovaquia podía haber sido un ejemplo de que la idea del Estado puede dejar de basarse en el principio de la nacionalidad y pasar a sustentarse en el principio de la ciudadanía. Lamentablemente no lo conseguimos. Lo más importante para el futuro de Europa será hasta dónde consigamos ampliar, en dirección al Este, las fronteras de la democracia y la prosperidad potencial. Parece evidente, sin embargo, y no resulta muy popular decirlo, que esa será una especie de manera de desplazar el telón de acero».
Adam Strzemborz y otros reflexionaron sobre la nueva misión de la Iglesia y el nuevo sentido de la religión en la época actual. Tomas Halik, presidente de la Academia Cristiana de Praga y asesor papal para el diálogo con los no creyentes: «Sería un gran error que la Iglesia siguiera tratando al Estado como a un enemigo, que se limitara a cambiar la imagen del enemigo – al comunismo por el liberalismo. Pero en lo que se refiere a cómo ha de asumirse el pasado, ahí sí que ha quedado claro que la aparente falta de conflictividad con la que se ha producido el traspaso del poder no ha sido una solución magnánima sino la más cómoda y la más barata. Es bueno que no se haya impuesto el espíritu de la venganza y el castigo, que profanó a la inmensa mayoría de las revoluciones y las luchas por la liberación del pasado. Pero el resultado no fue el espíritu del perdón cristiano, en el que se expresa el coraje de llamar a las cosas por su nombre y de afrontar el prolongado y difícil proceso de la contrición, de la curación interna de la sociedad. En lugar de eso, la actitud que se impuso fue la de trivializar y convertir en tabú a la culpa y la complicidad, la absoluta falta de voluntad de examinar las raíces ocultas del régimen comunista, la espera pasiva de un perdón generalizado. No podemos tolerar la caza de brujas, pero el perdón exige arrepentimiento».
La desintegración de la antigua Yugoslavia y sus sangrientas consecuencias son una clara muestra de las carencias que atenazan a la Europa democrática. El exministro de Exteriores checoslovaco Jiri Dienstbier planteó ya en 1993 un dramático interrogante: «¿Necesitaremos siempre un nuevo Munich o un nuevo Pearl Harbour para despertarnos? ¿Por qué Europa de hoy no tiene su propio Churchill, alguien con el coraje necesario para dejar de fingir que no pasa nada?»
El miedo a la llegada masiva de fugitivos recorre Europa. Hermann Tertsch, periodista del diario El País, se pregunta si no estamos ya en la antesala de una nueva catástrofe europea. Bosnia es una trágica prueba del éxito de las políticas de hechos consumados – cada muerto es un enemigo menos; cuando los expulsados quieran volver no tendrán adonde. Y aún no sabíamos que sólo faltaban seis años para la guerra de Kosovo.
Polonia, como los demás países de Europa Central, atraviesa una extraña etapa de desencanto. Es como si de pronto se hubieran esfumado las ilusiones de los que participaron en la oposición contra el régimen (con la misma rapidez con que, después de la segunda guerra mundial, se esfumaron las esperanzas de los miembros de la resistencia de que tras la derrota del fascismo llegaría la libertad absoluta). En Polonia y en Eslovaquia, además, algunos católicos conservadores están convencidos de que el origen del mal radica en el liberalismo occidental. Un fenómeno similar, por otra parte, al que nos encontramos en Rusia – ¡Qué diferencia hay entre Solzhenitsin y Sajarov! Para muchos populistas, no sólo rusos sino también polacos, la mayor de las amenazas es Europa, la Unión Europea. (Adam Michnik).
El filósofo checo Karel Kosik se planteó con enorme escepticismo: Europa forma parte hoy, junto con Estados Unidos y Japón, de un mismo conglomerado de economía y poder. ¿Pero qué es Europa? ¿No podría ser precisamente Europa Central la que le diese a toda Europa la ocasión de preguntarse qué es y qué debería y podría ser? El hombre es, según Platón, un ser capaz de abrirse paso para salir de cualquier cueva, y la cultura empieza allí donde se produce esa apertura. Europa es en el sentido cultural original de la palabra el movimiento liberador de salida de la cueva, y si Europa ya no existe en aquel sentido original ¿adónde pretende regresar Europa Central? ¿O de lo que se trata es de que Europa Central abandone la cueva dictatorial e intente penetrar en la cueva del lujo y el consumo? Lo peor es que en la cueva moderna nos encerramos por cuenta propia y no necesitamos que nadie, desde fuera, nos mantenga encarcelados.
En el desmontaje del bloque soviético desempeñó un papel legendario Imre Pozsgay. En 1993 habló de la situación de Hungría, rodeada por siete países limítrofes, todos ellos con una minoría húngara más o menos numerosa. Habló de la legitimidad de un estado étnico y también la incapacidad que a veces manifiesta Europa Central para comprender las necesidades políticas de Occidente. El propio Pozsgay es, al fin y al cabo, una prueba de la fortaleza con que perviven los recuerdos del pasado y de la persistencia que tienen en la política húngara los oscuros ecos de las condiciones impuestas por el Tratado del Trianón.
En medio de la bahía de San Sebastián, a casi media milla de la costa, se alza la isla de Santa Clara. Si el mar está en calma y no hace demasiado frío (cosa que en la costa del norte de España puede ocurrir incluso en julio, por eso la Familia Real iba en otros tiempos a pasar allí los veranos), se puede llegar a nado. La recompensa consiste en el indescriptible panorama del mar abierto que se divisa desde la cima del monte. Nadando contra las olas fueron llegando a la isla el padre Halik (que para entonces ya había absuelto incluso un viaje en canoa entre los hielos de la Antártida), la actriz y embajadora Magda Vasaryova y otras personalidades centroeuropeas.
Las conferencias y los debates sobre Europa Central tienen lugar ante un público compuesto por estudiantes de la Universidad del País Vasco. Algunos de ellos se han apuntado al curso (y pagado su matrícula) varias veces seguidas, conformando así una comunidad académica que se reúne con regularidad. Uno de los elementos característicos importantes del seminario es la forma en que se pasa el tiempo fuera del aula. Húngaros, eslovacos, polacos y checos disponen de ocasiones excepcionales para hablar entre ellos, como quien dice en terreno neutral, y algunos acuerdos políticos han tenido su origen en San Sebastián. De allí salieron también las ideas centrales de varios libros y capítulos enteros de diversas memorias, por no hablar de múltiples entrevistas de primera calidad.
Las cinco primeras ediciones del seminario español reflejaron el dramatismo de los cambios de régimen, el momento inicial de una nueva etapa de la historia de Europa central. Los cinco años siguientes estuvieron marcados por la desintegración: la sangrienta destrucción de Yugoslavia, el pacífico divorcio checo – eslovaco, la momentánea disolución del Grupo de Visegrad, por culpa de Vladimir Meciar y Vaclav Klaus. Los países centroeuropeos piden por fin el ingreso en la Unión Europea y los últimos cinco años quedan marcados por las duras negociaciones con Bruselas.
En varias ocasiones se pensó en ampliar el campo de vista del seminario: en la primera edición estuvo presente Serguei Grigoriants, del periódico liberal ruso Glasnost, y estaba previsto invitar a uno de los personajes entonces más fuertes de la oposición serbia, Vuk Draskovic. Fue probablemente una suerte que al final no se hiciera: poco después se apuntó abiertamente al nacionalismo extremo y más tarde, tras la derrota de Milosevic, que seguía teniendo el apoyo del campesinado atrasado y de las mafias locales, ocupó la televisión de Belgrado y se negó a devolverla al legítimo triunfador, Zoran Dzindzic. De modo que el único invitado que llegó a San Sebastián de aquella región durante las guerras de Yugoslavia fue un europeo nacido en Sarajevo, el ya fallecido escritor y arquitecto Raymond Rehnicer, que tras la destrucción de su mundo encontró refugio en Praga. Algunos participantes en el seminario aún recuerdan con un escalofrío cómo empezó su intervención diciendo que aquella era la primera vez en muchos años, en San Sebastián, en que podía respirar como una persona normal. Un testimonio bastante aterrador sobre la vida en uno de los bastiones de la cultura mundial, sobre la Europa del final del siglo XX.
1994-1998
Europa Central ya había adquirido sus primeras experiencias de transmisión del poder gubernamental en función de los resultados electorales. Poco a poco se retiraban de la escena política aquellos que más habían contribuido a hacer posibles los cambios, los antiguos disidentes. Se iban incorporando otros, algunos de ellos asistentes a los seminarios de San Sebastián… Pero la escuela de la democracia resultó en todos los países de Visegrad más dura de lo previsto. Al cabo de poco tiempo empezó a manifestarse en nuestros países un fenómeno que ya era conocido en Occidente: la fatiga de la democracia, el aburrimiento de la política; se empezaba a hablar de crisis de la democracia y ni los partidos de izquierda ni los de derechas eran capaces de definir y defender con convicción una alternativa propia.
Mientras tanto, en Polonia los liberales perdieron las elecciones y cedieron el poder a la izquierda socialista. La izquierda triunfante había sacado provecho de todas las debilidades del adversario, tal como las describió en su descarnado análisis de la derrota electoral la hasta entonces primera ministra Suchocka. Solidarnosc y las formaciones liberales que de ella habían surgido estaban erróneamente convencidas de que habían conquistado el apoyo de los ciudadanos para siempre. No valoraron suficientemente el hecho de que la mayoría de los polacos había pasado toda su vida en el régimen comunista. «Estabamos convencidos de que todos los polacos pensaban como nosotros, de que lo primero era para ellos la libertad y de que otras cosas, como la seguridad social, eran secundarias. No son tan de derechas como pensábamos, son muy colectivistas. Nuestras consignas sobre el pluralismo sólo calaban en una parte de la nación, en realidad sólo en la elite de la antigua Solidarnosc, mientras que nosotros estábamos convencidos de que Polonia había dejado atrás a los partidos de izquierda de una vez para siempre. La sociedad está frustrada, y el error no es suyo sino nuestro. Vuelve a plantearse la división entre ellos y nosotros, pero esta vez, advertimos horrorizados, la mayoría de la gente entiende que ellos somos nosotros.
La política aventurera del gobierno de Meciar complicó muchísimo a los representantes oficiales o extraoficiales de Eslovaquia en el mundo la labor de reparar los daños causados a la imagen del país por sus estrambóticos intentos de «hacer visible» la presencia del nuevo Estado. La primera y última embajadora de Checoslovaquia en Viena (diez años más tarde embajadora de Eslovaquia en Varsovia), Magda Vasaryova, destacó una de las consecuencias geopolíticas de la separación: Eslovaquia había dejado de tener una frontera directa con la Unión Europea, en tanto que la República Checa se había convertido en el único país del Grupo de Visegrad que no tenía por vecino a ninguno de los antiguos territorios de la Unión Soviética. Añadió luego que si Eslovaquia había perdido con la división las dos terceras partes de su mercado, en cambio había multiplicado por tres el peso específico de su minoría húngara, que en la anterior federación checoslovaca representaba el 4 por ciento y en la nueva República Eslovaca el 12 por ciento de la población. Se le replicó que los checos, en cambio, como maestros de las paradojas, que ya antes no tenían minoría alemana ni judía y ahora tampoco tenían minoría eslovaca, seguían teniendo, en cambio, el trauma alemán, el trauma judío y, ahora, el trauma eslovaco.
Los países candidatos tenían que aprender a prestar atención a los temores de los ciudadanos de la UE. Uno de los participantes españoles hizo un duro resumen del punto de vista europeo: en tanto que ciudadanos, reconocemos naturalmente el derecho de los países centroeuropeos a integrarse en nuestro horizonte democrático, pero en tanto que políticos hemos de tener en cuenta todas las circunstancias y en tanto que empresarios y responsables de la economía nacional hemos de ser especialmente cuidadosos: mientras los salarios sigan siendo hasta diez veces más bajos en el Este, cualquier apresuramiento podría representar para nosotros un peligro real.
En los medios aparecen tendencias a no reflejar sino a dictar lo que debe pensar la gente. El poder de los medios se pone de manifiesto en una provocativa frase que pronunció en una especie de congreso mediático el director de la televisión privada checa Nova, que es por cierto un intelectual y fue en sus tiempos disidente: «Si yo decido que la República Checa no entre en la UE, no entra». Entre los políticos cunde el pánico de que los medios no se conviertan en aliados sino en competidores.
Algo tan infrecuente como la autocrítica de la Iglesia pudo oírse en San Sebastián a dos voces, las de Tomas Halik y Jozef Tischner, en el verano de 1996: La sociedad occidental no es perfecta y los cristianos deben mantener en cualquier circunstancia la distancia necesaria y la visión crítica. Pero la mirada crítica es algo muy distinto del miedo infantil a la libertad que esconde las diferencias entre la sociedad democrática y la totalitaria. Sería completamente ingenuo y arrogante que la Iglesia creyese que la causa de la renovación moral del mundo poscomunista es sólo cosa suya. Tiene que buscar aliados y ser capaz de intervenir adecuadamente en el diálogo social. (Tomas Halik).
La época actual le recuerda a muchos la situación de un hombre que cae desde lo alto de un rascacielos y se dice: por ahora todo va bien, por ahora todo va bien. La perversión moral es considerable, pero quizás no sea total. El totalitarismo penetró en el hombre y cambió su alma. Tenemos que investigar qué le ha sucedido a esa alma. Y una investigación sincera muestra que el comunismo no cayó del cielo, que la Iglesia también tuvo en el pasado tendencia a privar al individuo de autonomía, a suministrarle todos los cuidados y exigirle a cambio que le perteneciera por completo y le hiciera sacrificios. Pero la pertenencia a la Iglesia también otorgaba una extraordinaria sensación de liberación, los polacos iban a la iglesia como personas libres que venían de un territorio sin libertad. Se liberaban precisamente porque en la iglesia se encontraban con otras personas libres. (Jozef Tischner).
Europa Central se caracteriza por tener valores occidentales y al mismo tiempo ser muy consciente del lugar donde está (Ryszard Kapuscinski). Pero vuelve a plantearse el problema de cómo impulsar la presencia de Europa Central y su identidad en los medios, entre la opinión pública, en las cabezas de los políticos. Para Occidente, por ejemplo para los españoles, Europa Central sigue siendo un misterio, es para ellos la cara oculta de Europa, una gran desconocida, dicen José Gabriel Mújika y Ramón Pérez Maura.
En Europa viven alrededor de 8 millones de romaníes, un millón y medio de ellos en Europa Occidental. A la República Checa se la critica desde hace varios años por su inactividad con respecto al problema gitano y algunos activistas más radicales han dicho que la situación de los romaníes en la República Checa podía ser un obstáculo para su ingreso en la UE. La situación de los romaníes es realmente grave y puede ser motivo de inestabilidad social y fuente de peligros. Como grupo social los romaníes estaban menos preparados que nadie para la libertad, y es ahora cuando empiezan a comprender que la libertad exige responsabilidad. Es frustrante y destructivo el paro, que supera entre ellos el 50 por ciento. Por eso no es extraño que recuerden con nostalgia las épocas del comunismo, que los corrompía a base de generosas ayudas sociales. Es necesario explicarles que su situación actual es culpa del régimen anterior, que no permitía el menor debate sobre la cuestión gitana y les negaba a los romaníes el derecho a su identidad nacional, a obtener el estatus de minoría nacional (Karel Holomek, director del Centro Romaní de Brno).
Eslovaquia seguía estando en 1997 relativamente aislada. La gravedad de la situación era patente en las intervenciones oficiales de los diplomáticos eslovacos que en algunas ocasiones asistieron a los seminarios de San Sebastián: su estilo era el estilo del pasado y se podía observar en ellos el mecanismo que arrastra al aislamiento a aquellos que, por temor a las críticas, procuran encontrar enemigos en todas partes. La vicepresidenta del Gobierno de Meciar recibió por entonces a una delegación de la Asociación de Periodistas Europeos, que había llegado a Bratislava a comprobar la situación en los medios, con una declaración que un par de décadas antes hubiera podido pronunciar un fiscal del régimen comunista: «Detrás de esta campaña antieslovaca, según hemos podido comprobar, está el antiguo disidente polaco Adam Michnik…»
El seminario de 1998 pasó revista a los diez primeros años de diálogo entre Europa Central y España. El colosal alcance de los cambios que se habían producido a lo largo de aquellos diez años quedó patente el mismo día de la inauguración. No sólo por lo que se dijo, sino por el simple hecho de que el primer orador fue Jorge de Habsburgo, que transmitió a los presentes un mensaje personal del presidente de Hungría, Arpad Göncz.
Al cabo de diez años, el seminario de San Sebastián ya era, definitivamente, toda una institución cultural. A lo largo de ese periodo también fue cambiando el país que lo acogía. Cambió el Gobierno, los españoles se europeizaron bastante, aunque siguieron sin permitir que nadie tocase su estilo de vida. San Sebastián, bajo la dirección de un ilustrado alcalde socialista, creció hasta alcanzar una belleza sobrenatural. En otros tiempos fue una ciudad cosmopolita pero hoy los extranjeros sólo la invaden los fines de semana. No es por miedo a ETA. Es una ciudad bastante cara y, además, aunque los lugareños son muy hospitalarios, prefieren conservar discretamente lo mejor que tienen – entre otras cosas la cocina vasca – para sí mismos.
En Bilbao surgió el edificio posfuturista del Museo Guggenheim de arte moderno, San Sebastián está rodeado por todas partes por las esculturas de Eduardo Chillida. Pero bajo una superficie prospera y tranquila dormita el terror y el miedo. ETA es una de esas cosas difíciles de entender y el interior montañoso del País Vasco es uno de esos sitios que aparecen en los relatos fantásticos – pueblos de piedra, veredas estrechas por las que la policía estatal no se atreve a pasar, letreros en un idioma incomprensible (los letreros en castellano suelen estar tachados). En uno de los valles del interior está Loyola, la ciudad natal de san Ignacio. La región, en otros tiempos pobre, conquistó, al igual que Cataluña, el más alto grado de autonomía y es hoy una de las más ricas de España: hay dinero y hay gente dispuesta a manipular las emociones. Siembran el miedo, capturan «rehenes» y amenazan con «ajusticiar» a los «traidores». Una de sus víctimas en potencia es José María Calleja, un periodista español que después de permanecer mucho tiempo oculto apareció por primera vez en uno de los seminarios centroeuropeos, donde describió el sistema mediante el cual el nacionalismo radicalizado de una minoría puede convertirse en un ataque abierto contra el sistema democrático.
1999-2003
En marzo de 1999, pocos días antes del ataque de la OTAN contra la Yugoslavia de Milosevic, ingresaron en la Alianza tres países centroeuropeos y probablemente por eso se dedicó a la seguridad la primera sesión de la XI edición del seminario. Christopher Donelly, asesor del Secretario General de la OTAN para Europa Central y Oriental, advirtió que la OTAN tiene hoy tres veces menos efectivos que en 1989 y que dedica las tres cuartas partes de su actividad a analizar y resolver problemas que no son de tipo militar. La Unión Europea tiene fuerzas suficientes para su defensa pero no tiene la experiencia necesaria y por eso la colaboración con Estados Unidos sigue siendo imprescindible por el momento.
Cada vez son más los países conscientes de la responsabilidad compartida, pero los mecanismos de decisión para acciones comunes siguen siendo desesperadamente rígidos. ¿Cuántas personas más tienen que morir para que el mundo intervenga?, se preguntaba Jaromir Novotny, viceministro de Defensa checo. Los tres nuevos miembros se sienten responsables ante los nuevos candidatos y sobre todo, por su propio interés, necesitan integrar a Eslovaquia.
El final del siglo les permitió a los países candidatos alimentar fundadas esperanzas. El ingreso a la UE había perdido, debido a la prologada espera, su sex-appeal inicial, sobre todo en los países que entre tanto habían echado anclas en la OTAN, pero el calendario de planificación de negociaciones y controles regulares del grado de preparación de cada país hizo que las actitudes sicológicas se desplazaran desde las expectativas vagas a la rutina del trabajo diario. Cada uno de los miembros del cuarteto de Visegrad se empezó a preguntar en voz baja cuál era situación y como se sentí. Los checos eran manifiestamente autocríticos. Petr Pithart (primer presidente del Gobierno checo en los años 90 y más adelante primer vicepresidente y presidente del Senado) lo comentó en San Sebastián en los siguientes términos: «Nunca hemos sido tan buenos como pensábamos, pero tampoco nunca tan malos como pensamos ahora».
Miembro honorífico de la delegación checa en San Sebastián fue durante cuatro años Ramiro Cibrián, nacido en San Sebastián y embajador de la Comisión Europea en Praga. Cibrián es un diplomático de nuevo estilo, que tras una madura reflexión optó por criticar de una manera muy abierta a los políticos checos, a los que siempre les dijo lo que pensaba. Este europeo moderno y convencido se hizo por eso muy popular en Praga, aprendió a hablar estupendamente el checo y se dedicó personalmente a promover el proyecto de la UE, en el campo entre los agricultores, en las comidas entre los políticos, en los túneles entre los obreros del alcantarillado, en las escuelas, y cuando la campaña del referéndum para el ingreso culminaba, en la primavera del 2003, se puso la camiseta y compitió en semifondo contra el premier checo, Vladimir Spidla. Por su boca, la Comisión Europea siempre podía hablar con el gobierno checo con total sinceridad y las críticas no pocas veces fueron productivas.
Los eslovenos se convirtieron en el seminario de San Sebastián en una especie de miembros del grupo de Visegrad honoris causa. Janez Drnovsek afirmó en el verano de 2000 que el camino que su país había tenido que recorrer había sido aún más duro que el de los polacos o los húngaros – además de las transformaciones políticas y económicas, habían tenido que edificar un Estado completamente nuevo. Lo hicieron tan bien que son con diferencia el mejor de los candidatos del continente, el país es políticamente estable y se diferencia de otros muchos en el apoyo efectivo que brinda a sus elites culturales.
Maria Krasnohorska, del ministerio eslovaco de Exteriores, recomendó a los presentes una fórmula eficaz para determinar hasta dónde llegan las fronteras de Europa. Basta con distinguir entre los territorios en los que los valores tradicionales europeos son reconocidos (sobre todo los derechos humanos, las instituciones democráticas y el imperio de la ley) y aquellos otros en los que no sólo son reconocidos sino que de verdad imperan – la frontera se traza sola.
El corresponsal de la Agencia EFE en Europa Central, Joaquín Rábago, habló de las experiencias ibéricas. Tras la ampliación de la Unión en 1985 algunos países miembros temían la llegada masiva de españoles y portugueses. No fue así, y lo mismo ocurrirá con los temores de algunos alemanes y austríacos ante la actual ampliación.
El ex ministro de Defensa y hasta hace poco embajador checo en Moscú, Lubos Dobrovsky, opina que es la Unión Europea la que no está preparada para la ampliación, pero que una rápida ampliación puede contribuir positivamente a su transformación interna. En lo que a Rusia se refiere, Occidente, como de costumbre, se hace ilusiones: El programa de Putin no incluye la europeización, la estandarización, la democratización del país.
La Hungría de hoy está repleta de paradojas. Aún no ha recuperado el nivel de vida de 1989, de modo que el 82 por ciento de sus habitantes cree que «antes vivíamos mejor». Pero al mismo tiempo el 85 por ciento de los húngaros está a favor de la OTAN. Eso indica que por una parte creen que ya han tocado fondo pero por otra parte sienten comprensibles temores. En lo que se refiere a las variables microeconómicas el país ya casi ha llegado al nivel medio europeo, ya tienen precios occidentales pero aún tienen sueldos húngaros. El mayor peligro para el futuro puede ser la decadencia del nivel cultural y educativo (Gyula Horn).
El senador checo y anterior embajador en EEUU, Michal Zantovsky, afirma: «Nosotros elogiamos con frecuencia la estabilidad de nuestro país. ¿No será, más bien, que tenemos demasiada estabilidad? Mientras los políticos están en la oposición, reclaman cambios, cuando están en el Gobierno, defienden la estabilidad. El envés de la estabilidad es la rigidez, el estancamiento. El electorado es conservador y ante el peligro de caos prefiere el estancamiento. Pero nuestro mayor riesgo es la estabilidad, si consigue instalarse en unas economía a medio hacer y en unos sistemas legales repletos de agujeros. Un fracaso de nuestras reformas, un fracaso del proceso de ampliación y profundización de la UE reavivaría las tendencias expansivas de Rusia.
El año antepasado volvió al seminario Janez Drnovsek (nuevamente como primer ministro de Eslovenia, aunque pronto dejaría de serlo para convertirse en Presidente de la República), asistió por primera vez Javier Solana (que ya había sido invitado en reiteradas ocasiones) y vino el alcalde de Praga, Jan Kasl. San Sebastián es una ciudad acogedora en la que se celebran tradicionalmente el festival internacional de jazz y el de cine. Eso hizo que a los directores del seminario se le ocurriera dedicar un día al cine centroeuropeo. Del festival de cine de Karlovy Vary desapareció disimuladamente durante un día entero el presidente del jurado, Krzysztof Zanussi, para encontrarse con sus colegas: con el cineasta húngaro Tamas Almasy, con el director eslovaco Dusan Hanak, conocido sobre todo por sus Sueños rosados, y con el praguense Pavel Koutecky, un documentalista especializado en imágenes capaces de recuperar la marcha del tiempo y que desde 1989 sigue recogiendo, pieza por pieza, imágenes de la vida de Vaclav Havel. Es el mismo sistema de recuperación de la marcha del tiempo con el que trabaja todo el seminario centroeuropeo de San Sebastián.
Solana nos ofreció una imagen optimista, con la solidez propia de un profesional: es la primera vez en que Europa se une geográficamente, no sólo en cuanto a ideas e instituciones. En cuanto a la geografía: ¿somos conscientes de que cuando se incorpore Turquía tendremos por vecinos a Siria, Irán e Irak? ¿Hay alguien capaz de imaginarse la vigilancia de las fronteras de semejante espacio de Schengen? Solano fue optimista incluso en lo que a la globalización se refiere. No hay que tener miedo. No seremos átomos dejados de la mano de Dios, a merced de un universo todopoderoso – las regiones menores y las mayores pueden conectarse como moléculas y preservar así sus fuerzas vitales internas.
La integración europea, por su significado, se asemeja a la llegada del cristianismo, afirma Edita Bauer, secretaria de Estado del ministeerio eslovaco de Asuntos Sociales. (Y quizás por eso esperamos su llegada como si fuera la salvación). A juicio de Lubomir Zaoralek (actual presidente del Congreso checo) la integración es un proceso de adquisición y profundización de confianza, un proceso que transcurre en ambas direcciones. No es extraño que nos encontremos con desconfianzas en los países miembros. Hemos sido durante muchos años parte del «imperio socialista soviético». Y una buena noticia para los participantes del seminario: España tiene, dentro de la UE, el mayor porcentaje de aceptación a la incorporación de los nuevos miembros por parte de la opinión pública.
Karel Schwarzenberg se lamentó de lo poco que sabemos los unos acerca de los otros. En tiempos lejanos, su abuela era una de las que tomaban los baños en San Sebastián, pero las relaciones se interrumpieron durante medio siglo, debido al cambio de régimen en ambas partes. Y el comunismo fue tan conservador que detuvo la evolución de la industria, el derecho, la administración del Estado, la educación. No sabemos reflexionar sobre el derecho, sólo aplicar, como ingenieros, los párrafos correspondientes. Tras la incorporación de la antigua RDA a Alemania, miles de abogados y jueces se trasladaron a las regiones orientales. Los checos tuvimos la desgracia de no contar con una Checoslovaquia occidental. En cierto sentido estamos en una situación semejante a la que atravesó Alemania justo después de la guerra. El número de candidatos al ingreso en la UE es un tanto excesivo. Se ponen en fila, nerviosos, como si estuvieran haciendo la reválida, ante los severos maestros occidentales. Si se hubiera aplicado la misma severidad cuando surgió la Unión Europea, seguramente no tendría quince miembros sino muchos menos. El otro problema consiste en que el mundo cambia con tal rapidez que no da tiempo a que surjan nuevas elites, cosa que suele durar tres o más generaciones.
Krzysztof Zanussi comentó que no sabemos establecer una relación democrática entre la calidad y la igualdad – o bien tenemos igualdad, y entonces nadie es mejor que los demás, o intentamos destacar y nos olvidamos de la solidaridad. No vivimos en una época adecuada para reconocer que las personas no son iguales. Que no son ni pueden serlo si tienen libertad para elegir.
En la discusión entre los directores de cine se impuso por un momento la nostalgia, los recuerdos de otras épocas en las que la gente estaba acostumbrada a leer entre líneas y el publico valoraba cualquier comentario irónico, cualquier metáfora. A los centroeuropeos se les sumó el director español Jaime Chñavarri: «¡Es que criticar a Franco era tan fácil, era un enemigo estupendo!
Este año se han celebrado con éxito en nuestros países cuatro referéndum y eso es, para nuestro futuro, un acontecimiento extraordinario. Pero este año también se vio marcado por la guerra de Irak; había peligro de que dividiera también irremisiblemente a los participantes del seminario. Es evidente que mucha gente teme en Occidente que los antiguos luchadores por la libertad en Europa Central hayan traicionado lo mejor de su pasado al no distanciarse de la intervención anglo-americana. Nos consideran una especie de profetas de la oscuridad, de nuevos cruzados. Se trata sin duda de una actitud extrema, pero seguramente nosotros no somos sufientemente sensibles a la hora de preguntarnos por qué tantas personas simpáticas e inteligentes están dispuestas a simplificar irracionalmente las cosas y a identificar a América con su actual presidente y a compararlo a él con dictadores por el estilo de Sadam Husein. Y ellos, en cambio no se esfuerzan por comprender que nosotros no hemos cambiado, que no estamos dispuestos a permutar la libertad de la que disfrutamos por nada ni a relativizarla para buscar coartadas o ajustar nuestra actuación a lo «políticamente correcto», que la queremos para nosotros, para Irak, para Cuba, para Corea del Norte, para China, para el Tibet, para Birmania y para otros muchos sitios en los que el mundo es desgraciado.
De modo que los debates fueron duros en toda las direcciones imaginables – el filósofo checo Vaclav Belohradsky con Adam Michnik, los checos entre ellos… hasta el punto de temer por las relaciones de amistad que siempre habían imperado en San Sebastián. Pero el último día, en lugar de la ruptura, oímos los elogiosos comentarios de los directores del seminario: «Ya veis, por lo menos sois capaces de pelear casi con el ímpetu y la gracia que exigen las costumbres locales».
A pesar de que la institución que los cobija es una universidad, los seminarios centroeuropeos no son una cuestión académica. Si alguien va en busca de recetas politológicas, de instrucciones científicas para resolver los retos que plantea la Europa actual, saldrá escaldado. En este sentido me recuerdan un poco el ciclo de conferencias Forum 2000, que organizó durante el cambio de milenio, en el Castillo de Praga, el presidente Havel, y al que los sectores más pragmáticos criticaron por invitar a tantas personalidades legendarias, a tantos ganadores de los más prestigiosos premios, y no sacar de aquello ningún resultado palpable. ¿En que consiste el resultado positivo de estos quince años de seminario centroeuropeo? ¿¿Han aportado algo de sabiduría? Posiblemente, a veces. ¿O es la simple voluntad de entenderse lo más importante de todo? Sin duda. ¿Nos ofrece algo así como unos ejercicios prácticos de tolerancia ciudadana supranacional? En su más alto grado. Aunque sólo fuera por eso, este laboratorio, esta ocasión que se repite año tras año, con un amplio apoyo internacional, de tomar muestras de la madurez de las sociedades civiles de Europa Occidental, merece nuestro profundo agradecimiento.