Amigos y amigas, buenas tardes. Señoras y señores, autoridades,
Es un honor para mí compartir esta tarde con todos ustedes, con motivo de la Lección Conmemorativa que impartirá el presidente de la Comisión Europea, mi amigo, Jean Claude Juncker, sobre las nuevas perspectivas para el futuro de la Unión Europea.
El presidente Juncker lleva años trabajando por hacer realidad la visión de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa. Lo ha hecho desde innumerables posiciones: desde el desempeño como primer ministro luxemburgués, presidente del Eurogrupo, presidente de turno del Consejo Europeo. Y desde el año 2014, como presidente de la Comisión Europea. No me voy a detener en glosar todos los reconocimientos recibidos por Jean Claude en el ámbito académico, porque son muchos y variados, pero sí quisiera recordar, no solamente por cariño, por ser España, sino porque es el más cercano
y el más reciente, el doctorado Honoris Causa que le concedió a Jean-Claude, el pasado mes de noviembre, una de las Universidades más prestigiosas de Europa y, por supuesto de España, como es la Universidad de Salamanca.
Señor presidente, resulta especialmente simbólico que hoy imparta esta lección inaugural, como bien decía antes la alcaldesa de Madrid, en la Fundación Carlos de Amberes, una institución que, desde sus orígenes está vinculada a la vocación europea de España, sobre el recuerdo de los centenarios lazos que unía a losterritorios de la Monarquía hispánica en el siglo XVI, incluido Luxemburgo, y que cobró nuevo impulso a partir de 1988, dos años después de nuestra entrada en la entonces Comunidad Europea.
Amigos y amigas, decían los antiguos que la memoria, el entendimiento y la voluntad eran las tres facultades del alma. Así que, permítame que tome como referencia estos tres atributos para viajar brevemente al corazón, al alma de Europa, aprovechando la presencia del presidente de la Comisión Europea en Madrid, en España.
En referencia a la primera de las facultades, quiero apelar a los rincones de la memoria, cada vez más lejanos y, por tanto, más amenazados por el olvido. El olvido ante el hecho cierto de que cada vez son menos los testigos, entre nosotros, de los momentos más traumáticos de la historia de Europa. Son quienes vivieron la tragedia de las dos Guerras Mundiales, de las dos Postguerras y el dolor de la emigración en masa desde esta Europa que, hoy es próspera, pero que, entonces, estaba hambrienta de libertades, de derechos, de justicia social. Son quienes vieron “el mundo de ayer”, que decía Stefan Zweig, sacrificado en el altar de los egoísmos nacionales.
Es bueno que el relato de la construcción europea se alimente de los éxitos, de la sinergias, de las economías de escala, de la creación prácticamente de la nada, de un actor global, con logros extraordinarios en tan sólo unas décadas, como es el euro, como es Schengen –que está siendo cuestionado por la ultraderecha europea– o por el Mercado Único. Pero conviene, a mi juicio, tener presente las lecciones del pasado, incluidas las más conmovedoras, las más tristes: quiénes fuimos, para saber qué queremos ser. Y, sobre todo, y, especialmente qué no queremos volver a ser.
La Unión debe mucho de su impulso inicial a quienes fueron testigos de aquel tiempo, de quienes se conjuraron para no repetir las miserias de la primera parte del siglo XX, particularmente devastador para este Continente y sus gentes. Es cierto, que si hemos llegado hasta donde estamos es porque, como dijo Isaac Newton, “nos alzamos sobre los hombros de gigantes”, como Felipe González, como Delors, como Billy Brandt, como Helmut Schmidt o como Mitterrand. Esta es una reflexión muy oportuna, ya ha pasado algo más de un año, querido Jean-Claude, del fallecimiento de otro de aquellos gigantes como fue el Canciller Helmut Kohl. Un amigo de España, un amigo también del presidente de la Comisión Europea, al cual usted describió como guía de los caminos europeos.
El segundo de los atributos, el entendimiento, como decía, la segunda de las facultades del alma, a la que me gustaría hacer referencia, y lo que dice el entendimiento respecto a la Unión Europea es que tenemos que seguir avanzando. Avanzando para reforzar las instituciones de la Unión Económica y Monetaria, completando también la Unión Bancaria, pero también el Presupuesto europeo. Una idea que el presidente Juncker siempre ha defendido, incluso, también, promovido al principio de su mandato, los ya conocidos ‘Planes de Inversión Juncker’. Avanzando también hacia la Política Migratoria Común, un asunto particularmente importante para países del Mediterráneo, como España, y en los cuales siempre hemos encontrado el amigo, la empatía, la complicidad de la Comisión Europea, y, en particular, del presidente Juncker.
Avanzando, también, para fortalecer, algo importante, para este Gobierno progresista, en España, y es el pilar europeo de los derechos sociales, con arranque de la Cumbre de Gotemburgo, y que representa un avance crucial en el acercamiento de los niveles de protección y de bienestar social de todos los Estados europeos.
Avanzando también para impulsar y, sobre todo, con más urgencia, si cabe, después de los visto en la Cumbre de la OTAN, de la semana pasada, la cooperación estructurada permanente, que permitirá crear una verdadera defensa europea.
Por tanto, memoria, para recordar lo que fuimos, primer atributo. Y, también de dónde venimos. El segundo, entendimiento para trazar ese rumbo, y el tercero, la voluntad. La voluntad para mantener tal decisión. Una cualidad, ésta, la voluntad, que quiero encarnar de forma expresa en el presidente Juncker. Querido presidente, cuando preparaba estas palabras he revisado intervenciones de mis predecesores en actos como este, y en ellas, como es lógico, pues siempre he encontrado referencias a la pertenencia a la misma familia política. No ocurre lo mismo entre usted y yo, porque pertenecemos a tradiciones políticas e ideológicas diversas: la socialdemócrata, la mía, y la suya, la cristianodemócrata.
Sin embargo, nos une un poco profundo sentimiento común, que hace, incluso más valiosa una identidad en la que los dos nos reconocemos, que es el ideal europeo. Y he de decir que, con su decidida vocación europeísta, querido Jean Claude, se ha ganado todo mi aprecio, y mi más absoluta consideración. Señoras y señores, en Jean-Claude Juncker he podido ver con claridad esa tercera facultad a la que aludía al principio de mi intervención en su labor al frente de la Comisión, que es la voluntad. Una firme voluntad por hacer más y mejor Europa, y, por tanto, es un honor trabajar con usted, presidente de la Comisión, en ese empeño compartido, desde una sociedad tan profundamente europeísta como es la española.
Hoy, la Unión, amigos y amigas, somos todos muy conscientes de ello, se enfrenta a enormes desafíos, pero lo hace desde cimientos sólidos. Y yo creo que es importante reivindicar esos cimientos sólidos, muchos más firmes de lo que algunos intuyen o desearan para la Unión Europea. Tan firmes como su intención de no ser enemiga de nadie, sino aliada del progreso global. Una meta que sólo podemos alcanzar desde la superación de los egoísmos nacionales. Un mensaje, éste, que yo estoy convencido que va a trasladar el presidente de la Comisión al presidente Trump en su próximo viaje a Washington, para dejar claro que Europa siempre será amiga de sus aliados, y, en particular de la sociedad estadounidense. En estos días, cuando el drama migratorio nos enfrenta a imágenes que creíamos propias de otro tiempo, volvemos a apelar a Europa como espacio idóneo para afrontar desafíos que superan la perspectiva y la capacidad de los propios Estados miembros. Y, desde España, querido Jean-Claude, lo hacemos invocando las tres facultades del alma, a las que antes aludía: con la memoria, con la memoria de lo que fue este país, no hace mucho tiempo, de lo que fuimos nosotros mismos, un país de exilio, de refugiados, que encontró una solidaridad que nunca va a olvidar en Europa y en América; con el valor de la razón, del entendimiento que nos lleva a buscar en los principios morales, situados en el corazón del proyecto europeo, el imperio de la Ley, el respeto a las Derechos Humanos, la dignidad del ser humano, la respuesta ante el drama que se vive hoy en el Mediterráneo.
Y, por último, con la voluntad de seguir avanzando en el proyecto europeo, desde una España que se reconoce profundamente en Europa, en sus valores y en su fortaleza para afrontar desafíos imposibles de abordar si lo que prima es el egoísmo nacional, y ese retorno a la falsa seguridad de las fronteras nacionales.
Así que, querido presidente, querido amigo Jean-Claude, bienvenido a España, bienvenido a tu casa, y tienes la palabra.