Texto de Nativel Preciado publicado en el catálogo de la Exposición «Madrid al paso«
Repaso la selección de personajes del siglo XX desprendidos del archivo del Madrid y compruebo que algunos sobreviven todavía en esta ciudad tan nuestra, tan querida y tan caótica. Conocí a muchos de ellos en el último tercio del pasado siglo. Revuelvo en mi memoria para recordar nombres, declaraciones, incidentes, fechas y anécdotas que forman una historia vertiginosa y desordenada, parte de la cual me tocó vivir desde el privilegiado observatorio del diario Madrid. Veo a una joven periodista entusiasmada frente a su Olivetti manual, con unas esperanzas tan grandes como sus incertidumbres, escribiendo bajo un tubo de neón, a las tres de la mañana, sobre un papel amarillento con una copia de calco, los dedos manchados de tinta y el bullicio de una redacción repleta de noctámbulos que, una vez echado el cierre, prolongan la jornada tomando copas en los cafetines abiertos hasta el amanecer.
Se bebía y se fumaba excesivamente en aquellas redacciones del siglo pasado que olían a plomo y a bocadillos de calamares fritos. Los encuentros con los personajes eran más tranquilos y sedimentados que ahora. Quizá fueran más accesibles o los días más largos o el tiempo más lento, el caso es que era fácil compartir una capea con Dominguín, una velada con Antonio Gades o una mesa de Oliver con Adolfo Marsillach, Jorge Fiestas y la divina Ava Gardner. Entre el Gijón y Bocaccio había un trasiego continuo de conspiraciones en las que intervenían pintores, escritores, bailarines, flamencos, jueces, cineastas… los abajo firmantes de los primeros manifiestos que asomaron tímidamente en los últimos coletazos de la dictadura.
A los políticos de entonces no se les trataba. Campaban por sus respetos en el No-Do, un informativo propagandístico de obligada proyección en los cines del territorio nacional, posesiones y colonias, que dio cuenta de la Historia Oficial del franquismo hasta 1975. Al margen de sus gloriosas apariciones, no se solía mencionar en vano el nombre de los ministros a no ser con motivo de la inauguración de algún pantano, a propósito de un cese, de su presencia en un partido de fútbol o de manera habitual en el Boletín Oficial del Estado. No obstante, en torno a aquellos personajes del B.O.E. había un cuchicheo de rumores con fundamento que sólo nos atrevíamos a susurrar al oído de amigos de confianza. Las andanzas del marqués de Villaverde (el yernísimo) con el doctor Barnard, amante confeso, por cierto, de Gina Lollobrigida; las infidelidades de un ministro muy católico que engañaba a su legítima con una joven cantante; los encuentros privados de franquistas y cabareteras en los locales de Mayte o en la trastienda de Perico Chicote; el picadero clandestino que mando instalar otro ministro en el Palacio de la Trinidad para disfrute de la sonrisa del Régimen; los trapicheos con las cuentas de la Seguridad Social; el seguro de los joyeros de Galicia para repartir el coste de los caprichos de la esposa del Caudillo, tan aficionada al oro y a los diamantes, o sus conspiraciones en torno a la mesa camilla del Palacio del Pardo. Da vértigo asomarse de nuevo a aquel abismo.
Como España no era una democracia, había que informar exhaustivamente de los problemas ajenos (todo sobre la guerra de Vietnam) para ocultar los propios. Que la nostalgia no me traicione la memoria, pero nosotros, los periodistas de entonces, vivíamos comprometidos con la otra cara de la historia: la de los curas obreros, el padre Llanos, el concierto de los Beatles en la plaza de Toros, la muerte de Enrique Ruano, las homilías de Jesús Aguirre (el futuro duque de Alba), las fugas de El Lute, el asesinato de Kennedy, el de Luther King, el exilio de Alberti, el estreno de Las criadas con Nuria Espert, el recital de Raimon, el cine de Buñuel, Martín Patino o Carlos Saura, el mayo francés, las arengas de Sastre, Angela Davis, los panteras negras, el proceso de Burgos, la huelga de artistas… En medio de aquel barullo ideológico me veo al lado de personajes memorables, lamentablemente son más los desaparecidos, y confirmo otra vez el privilegio que ha supuesto vivir en este tiempo, en esta ciudad y, sobre todo, tener registrados diariamente, en el archivo de aquel Madrid inolvidable, los detalles de la historia del pasado siglo.