Publicado por Felipe Sahagún en El Mundo el 7 de Diciembre de 2009
Con la muerte de Pedro Altares desaparece uno de los periodistas que más hicieron desde mediados de los años 60 por la democracia.
Nacido en 1935 en la localidad madrileña de Carabaña, se estrenó en el periodismo en 1966 de la mano del democristiano Joaquín Ruiz-Giménez en la revista Cuadernos para el Diálogo, uno de los buque-insignias de la Transición. En él hizo de todo antes de dirigirlo, desde 1976 a 1978. Como tantos de su generación, se buscó la vida en Madrid y tardó en encontrar su sitio. Estudió Comercio antes de ingresar en la Escuela de Periodismo de la Iglesia y, para sobrevivir, dio clases, ejerció de escrutador de quinielas y trabajó de vendedor en grandes almacenes.
Durante la dictadura luchó como pocos a favor de la apertura democrática. Nunca entendió el periodismo como un balcón distante, desde el que se observa la política sin mojarse en ella. Fue, desde sus comienzos, uno de los periodistas más comprometidos. Apostó por la reforma y por la monarquía constitucional de 1978 con todas sus fuerzas. Su periodismo fue una vocación de 24 horas diarias, siete días a la semana.
Cuando murió Cuadernos para el Diálogo, en el otoño del 78, escribió: «La política española en general hace gala de su analfabetismo. Lo cual es bastante lógico en un país con más de 60 horas semanales de televisión. Julio Cortázar no tiene nada que hacer ante Starsky y Hutch, ni Carlos Barral ante los Botejara. Vizcaíno Casas, no lo olvidemos, es el autor español más leído, tras Corín Tellado… Y dicho con el máximo respeto por tan populares firmas».
Tras un año como crítico de Informaciones, se convirtió en columnista de El País y, en los 20 años siguientes, dirigió telediarios y programas de análisis político en RTVE.
La fiesta de su santo, el 29 de junio, en su casa de Torrecaballeros fue, en los años de la Transición, una romería democrática y un verdadero parlamento informal, donde ministros, diputados, periodistas y diplomáticos de todos los signos, declaraban cada año un alto el fuego.
Con Franco todavía vivo, las reuniones semanales en su casa de Madrid, bajo la batuta de su esposa Pilar, con la ayuda logística de sus hijos Guillermo y Juan, eran recitales de poesía de Lorca, conciertos improvisados de Paco Ibáñez y una universidad paralela donde se daban cita los mejores autores prohibidos.
Altares deja discípulos y una densa obra en los principales medios y asociaciones de periodistas españoles, sobre todo en RTVE, El País, la Asociación de Periodistas Europeos y el Premio Cirilo Rodríguez de Segovia. En 26 años del galardón, creo que sólo falló a la reunión del último jurado. Con muletas o apoyado en algún brazo amigo, acudió siempre, antes y después de la operación de columna que le dejó postrado, aunque le costase media hora subir las escaleras del Ayuntamiento.
Precisamente, el último texto escrito por Altares, fechado el pasado noviembre, es parte de la introducción de un libro titulado Seguiremos informando (La Catarata), en el que colaboran, entre otros, los galardonados con el Cirilo Rodríguez.
En sus miles de artículos y programas encontramos la firme defensa de la reforma frente a la ruptura, la crítica constante de los camuflajes y de los submarinos políticos, y la denuncia permanente de la corrupción y del empobrecimiento cultural.
«Si de aquí a un par de siglos apareciese por este planeta algún extraterrestre dispuesto a investigar lo que fueron las elecciones españolas en este bendito año de gracia, se encontraría con que, en el fondo, aquí sólo hay un tema que cuenta: la televisión», escribía en 1979.
La Asociación Pro Derechos Humanos de España, en 2006, le concedió su premio de periodismo por ser «un intelectual comprometido» y por «su apoyo constante a los sectores sociales más combativos en defensa de los derechos humanos, y de las ideas y movimientos por la igualdad, la justicia y las causas más nobles, tantas veces olvidadas».
Pedro Altares, periodista, nació en Carabaña (Madrid) en 1935 y murió el 6 de diciembre de 2009 en Madrid.