Buenas noches a todos. Es un placer veros de nuevo en esta noche del Premio Cerecedo con el que, desde hace nada menos que 33 años, me siento tan vinculado, a través de la Presidencia Honorífica de la APE. La pareja responsable de aquello y de que sea su Presidente de Honor, fueron Carlos Luis Álvarez −Cándido−, que todos recordamos con cariño, y Miguel Ángel Aguilar, que sigue oficiando con tino seguro y entusiasmo como Secretario General de la Asociación y de los sucesivos jurados.
Para la Reina y para mi esta es una de esas citas entrañables del periodismo en la temporada prenavideña de Madrid. Así que, nuevamente, gracias Presidente, Diego Carcedo, y Secretario General Miguel Ángel Aguilar, por vuestra invitación; y al BBVA −en la persona de su Presidente Carlos Torres−, gracias por su apoyo fundamental para que esto sea posible. Por supuesto, antes de decir nada más, quiero darle a Pilar Bonet nuestra sincera y más afectuosa enhorabuena de parte de la Reina y mía por este reconocimiento.
El premio de periodismo Francisco Cerecedo sigue cumpliendo con fidelidad, desde hace casi ya 40 ediciones, el compromiso fundacional de sus promotores, de la APE: el de distinguir y agradecer las mejores prácticas periodísticas y subrayar los valores que representaba nuestro recordado Cuco Cerecedo, que podrían resumirse en dos: la búsqueda constante de la verdad y la defensa permanente de las libertades imprescindibles para poder contarla y compartirla.
Rigor, atención y comprensión. Son tres cualidades esenciales que definen el minucioso trabajo de la premiada y que el jurado subraya especialmente en su acta de concesión, como acabamos de escuchar. Vale la pena incidir en ellas en un momento caracterizado por la sobreabundancia informativa y por la completa transformación de las formas en las que las personas acceden, consumen y comparten noticias.
Sobre estas tres cualidades Pilar ha construido una sólida trayectoria a lo largo de la que ha conseguido aproximar a la sociedad española una realidad lejana y desconocida, promoviendo y preservando el que para ella debería ser el trabajo de un corresponsal: “Conectar los elementos de realidad que tiene y hacerse una composición de lugar acertada”.
La historia de Pilar no es, si me permiten decirlo, convencional. Especializada desde muy joven en la URSS, Rusia y el espacio postsoviético, ciertamente resulta muy difícil poder resumir en una intervención como ésta sus más de 4 décadas —con infinidad de artículos y también con sus libros— consagradas a informar y a comunicar sobre ese gran espacio que en la actualidad centra negativamente, por desgracia, buena parte de la atención informativa, si no toda, de una u otra forma.
Pilar es un ejemplo de constancia y de entrega lúcida a las exigencias del oficio del periodismo, entendido como servicio público. Sus últimas crónicas nos aproximan al conflicto en Ucrania, del que lleva informando exhaustivamente desde el principio. Contextualiza los hechos que refiere y analiza a sus protagonistas, visibles o subyacentes, que son actores principales en los hechos que están perfilando la historia; pero sin desatender tampoco a quienes la padecen. Pilar está bien precavida del riesgo, anticipado ya por Esquilo, con aquello de que la verdad es siempre la primera víctima de la guerra.
Momento este de reconocer que la utilización interesada de la información sobrepasa los escenarios bélicos para constituirse, por sí misma, en una amenaza más amplia que afecta a todos, a las sociedades en general y a los periodistas, en particular.
Momento este también para reivindicar un periodismo que no pierda la capacidad de escuchar y aprender, con la habilidad para continuar enseñando; del mismo modo que hoy hace, por ejemplo, el periodismo de nuestra premiada. Porque este oficio ejerce un rol fundamental en el mantenimiento de las libertades civiles que, como es por todos conocido, no se consiguieron de una vez para siempre y que necesitan protección constante para evitar su erosión.
Por eso, esta es una buena ocasión para dar las gracias a quienes así lo entendéis y a quienes contribuís a que la profesión preste el servicio público que la sociedad necesita y reclama, mediante la búsqueda de la verdad, el rigor de las investigaciones, el contraste de las fuentes, la imparcialidad para compulsarlas y, en definitiva, el ejercicio de la responsabilidad; principios indisociables del oficio, que no varían ni con el paso de los años ni con la proliferación de nuevos canales o formas de comunicación.
Del mismo modo agradecemos la contribución de todos cuantos se suman a esta permanente defensa de los valores democráticos representados en el premio Francisco Cerecedo. No os canséis nunca de hacerlo, porque nunca desaparecerá la necesidad de perseverar en ello.
El año pasado terminé mi intervención reconociendo que me gustaría que recordásemos esa edición como aquella en la que no solo se premió un mensaje de alerta en un mundo convulso, que también lo era, sino uno también de concienciación y de llamamiento a la unidad en torno a la promoción de los principios democráticos.
Recordamos con nitidez el mensaje de Anne Applebaum. Pues bien, este año me gustaría terminar del mismo modo. En un mundo que sigue siendo convulso, incluso más que entonces, el premio de hoy nos devuelve la confianza en que las cosas se pueden hacer bien, de la mano del rigor, de la atención y de la comprensión; virtudes atemporales que siguen siendo tan necesarias en el ejercicio del periodismo actual, que debe mantenerse comprometido siempre con la defensa de los valores democráticos pues son ellos los que, en definitiva, garantizan su pleno desempeño del periodismo y nuestra convivencia en libertad.
Muchas gracias y felicidades de nuevo, Pilar.