Antes que nada mi agradecimiento al jurado que ha decidido otorgarme este año el premio Salvador de Madariaga y mi enhorabuena y reconocimiento a quienes lo comparten conmigo, Angels y Natxo.
Cuando el pasado 12 de marzo recibí la llamada de Joaquín Almunia para informarme de la decisión del jurado que presidía, no puedo negar que un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pensé que, en un país como el nuestro, que compañeros de profesión reconozcan tu trabajo no puede acarrear nada bueno. Mis temores no eran infundados y sólo unos días después me comunicaron mi cese como corresponsal en Bruselas. Pero como no hay mal que por bien no venga, os diré que el de hoy es un bonito epílogo a siete años en los que Televisión Española me ha dado la impagable oportunidad de ser testigo de primera línea de los tiempos más convulsos de la Unión Europea.
Años en lo que se han cuestionado los dos conceptos que acabo de citar: Unión y Europa. La crisis económica hizo tambalearse el mundo que Schuman, Monnet y también Madariaga idearon como antídoto contra la intolerancia que nos había desangrado en la primera mitad del siglo XX. Y sin embargo, ahora, sólo 70 años después del final de la segunda guerra mundial, sigue siendo imprescindible un proyecto de convivencia basado en la libertad, la tolerancia y la solidaridad.
Es necesario volver a apelar a la libertad de expresión, porque todavía nos estremecemos al recordar lo ocurrido a comienzos de año a nuestros compañeros de Charlie Hebdo. El ataque de París no es sino la muestra más cruel de una preocupante deriva hacia la intolerancia. Quizás el mejor homenaje que podemos hacer a los asesinados en esos terribles días del pasado mes de enero sea luchar por la libertad de expresión. Además, nosotros como periodistas y, en mi caso con más razón si cabe por trabajar en un medio público, estamos obligados a informar con libertad y con respeto a la verdad, inmunes a presiones o amenazas.
Pero la crisis económica ha dejado otras heridas que debemos cicatrizar. Queremos una Europa unida, en la que no haya ciudadanos del norte o del sur, católicos o protestantes, cigarras ni hormigas. Sólo ciudadanos que aspiramos a vivir en un entorno libre, multicultural, solidario y sin fronteras. Fue el propio Salvador de Madariaga quien decía que “todo obstáculo al libre movimiento de los europeos equivale a una amenaza a la civilización europea” y defendía “una Europa en la que el Estado tenga que respetar al individuo bajo la vigilancia constante de una opinión pública libre. Sigamos- decía Madariaga- fieles a la dinastía de los grandes europeos libres: Leonardo da Vinci, Erasmo, Bacon o Voltaire”.
Europa es un bello proyecto en el que nos afanamos día a día. Lo construimos en las grandes decisiones pero también en lo cotidiano. Hacer Europa es que nuestros jóvenes estudien en Copenhague, Cracovia o Lovaina.
No hay premio sin dedicatoria y en este apartado mis pensamientos son para un chaval que juega al fútbol con talento en un equipo de la periferia de Bruselas y para una niña que puede ser el relevo de Mireia Belmonte y que a diario entrena en una piscina de Woluwe Saint Pierre. A mis hijos, Leire y Sabin, y a mi mujer, Susana, les dedico este premio por la energía que me transmiten a diario. Biotz biotzez, eskerrik asko maitiak. Muchas gracias a todos.