Pediría que imagináramos un país muy pobre de América Latina, donde existe una estructura agraria feudal, la tenencia de la tierra es como en la Edad Media; el analfabetismo alcanza a la mitad de la población; la población rural vive bajo términos de discriminación racial y con menos de un dólar al día; un 60% de la población indígena del país vive bajo términos de discriminación racial, los niveles de pobreza son elevados. En este mismo país que les pido imaginar la represión militar costó en el pasado 20.000 muertos, enterrados muchos de ellos en cementerios clandestinos, en fosas anónimas; aldeas enteras campesinas fueron exterminadas. Este país tiene dos presidentes prófugos de la justicia por lavado de dinero y desfalco al erario público, libremente electos estos presidentes. En los barrios de la capital dominan organizaciones gangsteriles que cobran impuestos de protección a comerciantes, medianos y pequeños, a dueños de autobuses y de medios de transporte público; la policía está infiltrada por el narcotráfico; miles de jóvenes y adolescentes pertenecen a pandillas, a las maras, organizadas bajo códigos secretos y que muestran hoy en día una ferocidad asesina; los chicos se inician como miembros de estas sectas demostrando su capacidad de matar. Al año son asesinadas cerca de cuatrocientas mujeres, una cifra que supera a la de Ciudad Juárez, que tenía antes el récord mundial de mujeres asesinadas. Hay, por lo tanto, miles de jóvenes desempleados sin oportunidades de estudio ni trabajo, que son los que van a engrosar todos los días estas pandillas clandestinas. Pero además, la gente pobre, de las barriadas, lo que ha hecho es empezar a hacer justicia por su propia mano, ejecutando a los que les cobran los impuestos forzosos o linchándolos e impidiendo, mientras se hacen estos linchamientos, la entrada de la policía.
Este país es Guatemala. Un país típico de Centroamérica, una de las zonas más pobres de América Latina. Pero, además, éste es un país que elige a sus gobernantes después de una larga tradición de golpes de Estado o de dictaduras militares. Las más feroces tesis sobre seguridad interna, nacional, prendieron en Guatemala a través de estas dictaduras militares de mano dura. En este último proceso electoral uno de los candidatos, un militar, presentó un eslogan de campaña que decía: «Mano dura»; mano dura frente a todo este panorama que estoy describiendo, la delincuencia desatada en las calles, las pandillas juveniles, las maras. Y hace un año que yo llegué a Guatemala y le pregunté a un amigo: «este hombre, este militar, ¿tiene chance?». «No tiene ninguno —me dijo—, esto que está planteando está obsoleto». La verdad es que casi gana las elecciones: un 46% de la población en esta segunda vuelta votó por la mano dura en Guatemala. La democracia se salvó de ser destruida por la democracia, por este pequeño margen de votos.
Porque, ¿qué significa mano dura? No está siendo ofrecida por un civil respetuoso de las instituciones democráticas, de la separación de poderes, del funcionamiento correcto de los tribunales de justicia, sino que está siendo ofrecida por un militar de la tradición más represiva del continente y más irrespetuosa con los derechos humanos. Baste recordar que cuando el obispo encargado de presidir la Comisión de la Verdad redactó su informe, donde se detallaban con nombres y apellidos los 20.000 muertos bajo la represión militar, una pequeña cantidad correspondía a la guerrilla, pero la inmensa mayoría de las víctimas eran de la represión militar. El obispo Gerardi, al día siguiente de presentar su informe, fue asesinado por los organismos secretos, que siguen dependiendo en Guatemala del aparato militar. Los organismos militares que realizan la represión política y también la represión ilícita contra la delincuencia provienen de los altos mandos del ejército y de la policía corrompida, ligada, como les decía antes, al narcotráfico. Entonces, la propuesta electoral de mano dura significa la promesa de traer seguridad a los barrios, de frenar la delincuencia, pero obviamente fuera del marco institucional. Lo importante aquí es que los que fueron a votar por esta alternativa no están votando por un fortalecimiento de la justicia, sino por la imposición de la mano dura por cualquier método. Eso es lo que este militar, obviamente ya todo el mundo sabe quién es, el coronel Pérez Molina, ofrece. Fue jefe del Estado Mayor Presidencial, que es la institución más represiva que ha existido en Guatemala.
Yo digo todo esto porque estamos frente a una situación en que la inseguridad ciudadana, que es uno de los saldos de la inequidad, arriesga el sistema democrático mismo. Y éste es el punto sobre el que quiero llamar la atención, sobre eso de que la democracia pueda ser destruida a través de la vida democrática, que es el voto. Esto me parece una cuestión de singular importancia. O sea, la inseguridad arriesga la democracia o hace que la democracia dé frutos equivocados.
En las elecciones del domingo ganó Álvaro Colón, candidato socialdemócrata civil que ha ofrecido terminar con la delincuencia a través del respeto a las instituciones, etc. Su discurso es racional, civilizado. Pero lo importante es que no es un capítulo cerrado. En una situación muy difícil de tensión social y económica en Guatemala, el nuevo presidente tiene que hacer cambios estructurales profundos en el país para cerrar por lo menos algunas de estas brechas, las más dramáticas, de la inequidad.
Debe anular sustancialmente la corrupción que existe en los tribunales de justicia, en los mandos militares, en los mandos de la policía y en la estructura misma de la policía. Tiene que hacer que la justicia civil sea relativamente eficaz y abrir oportunidades de empleo a los jóvenes, que son los que engrosan las maras masivamente. Cada vez que alguien cumple diecisiete años y no tiene oportunidad de estudio, de trabajo, es un candidato para ingresar en las pandillas de las maras, o lo es ya antes, porque las maras reciben jóvenes, hombres y mujeres, desde los trece, los catorce o los quince años de edad.
Si esto no se resuelve o no se aflojan esta tensión ni estos niveles de incertidumbre, de inseguridad y de inequidad, en este país típico de Centroamérica, y por lo tanto típico de América Latina, la tentación de la mano dura va a volver alguna vez triunfante. Ése es el problema real que tiene la democracia en América Latina, particularmente en esta región desgraciada del mundo que es Centroamérica.
De manera que no se trata de un estallido social, sino de una explosión; es al revés. La gente se va a manifestar a favor de la mano dura como una manera indirecta de agredir la democracia sin que se dé ningún estallido social. Por lo tanto, el costo más alto de la inequidad vendrá a ser el riesgo mismo de la democracia.
La gente muestra en las encuestas en América Latina que da preferencia, relativa quizás en algunos países, en otros no, a la prosperidad y a la seguridad más que la democracia. Esto nos demuestra cómo alguien que pone a prueba el electorado, a través del asunto de la mano dura y la seguridad, puede conquistar el poder y hacer revertir los progresos que hasta ahora ha tenido la democracia.
De manera, y con esto termino, que los militares que todavía están allí, que han vuelto a sus cuarteles, pero que no han perdido sus apetitos políticos, pueden regresar al poder, aunque no a través de un golpe de Estado, como alguna vez se ha dicho aquí —es muy improbable que los militares se arriesguen a un golpe de Estado, por la falta de consensos sociales, políticos, nacionales e internacionales que tendrían—. Pero, ¿quién le puede decir nada a un militar que ha ganado legítima y libremente unas elecciones y no ha ocultado que su eslogan es poner mano dura y por lo tanto pasar por encima de las instituciones y de las reglas democráticas? Eso es el corolario que quería poner frente a ustedes en la conclusión de esta reunión: el riesgo que sufre la democracia, frente a los embates de la inseguridad provocados por la inequidad.
Intervención extraída del XIII Foro Eurolatinoamericano de comunicación, Causas y efectos de la inequidad en América Latina.