Philip Graham, editor en la década de 1950 de The Washington Post, uno de los periódicos en los que ha trabajado Anne Applebaum, popularizó la definición de periodismo como «el primer borrador de la historia». Años después, Timothy Garton Ash denominó sus reportajes como “Historia del presente”. En el caso de la Sra. Applebaum, se podría decir que hasta hace muy poco había logrado mantener separada su faceta de historiadora y de periodista. Su primer libro, «Entre Oriente y Occidente», fue periodismo cuando se publicó por primera vez en 1994; cuando se reeditó en 2015, se había convertido en historia: leerlo era «encontrar un mundo que ya no existe». Desde principios de los noventa, su cobertura de los acontecimientos en Europa del Este para The Economist y The Independent, sus columnas para The Washington Post, su trabajo para The Spectator, Slate, The Evening Standard, The Sunday Telegraph y The Daily Telegraph, van en paralelo a su trabajo como premiada historiadora, con su extraordinaria trilogía sobre diferentes aspectos del totalitarismo soviético del siglo XX. Primero, en 2004, ganó el premio Pulitzer por «Gulag», la historia definitiva del sistema de campos de concentración soviético. En 2011, en “El telón de acero”, explica la imposición del totalitarismo soviético en Europa Central tras la Segunda Guerra Mundial. Ese libro ganó el Premio Cundill de Literatura Histórica de 2012 y la Medalla del Duque de Westminster, y fue finalista del Premio Nacional del Libro. Finalmente, en octubre de 2017, publicó «Hambruna roja», la historia de la horrible hambruna que Stalin impuso en Ucrania. Recibió el premio Lionel Gelber y el premio Duff Cooper en 2018.
Los profundos lazos personales que forjó en Europa del Este y su estudio del colapso de la democracia en esa región y de las políticas y tácticas del totalitarismo probablemente le dieron una perspectiva única del lento descenso de países como Polonia y Hungría hacia el iliberalismo. Pero la sensación de urgencia solo pudo aumentar cuando el Reino Unido, su país de adopción, y los Estados Unidos, su país de nacimiento, cayeron presa de la misma clase de desinformación, populismo y demagogia. Sus artículos en The Atlantic se han convertido en una lectura imprescindible a ambos lados del Atlántico. Su penetrante análisis de los desafíos de la democracia estadounidense y del sistema democrático liberal global se encuentran entre los más lúcidos y perspicaces. Por eso con la publicación el año pasado de “El ocaso de la democracia”, su último libro, nacido de estas preocupaciones, se cierra un círculo. En él aplica sus conocimientos históricos a la actualidad, en un viaje fascinante y a veces aterrador por varios países donde la decadencia de los medios tradicionales y la dinámica polarizadora de las redes sociales han debilitado sus instituciones y su tejido social al socavar las nociones mismas de verdad y hechos. Surge un nuevo mundo donde «nada es verdad y todo es posible», según la frase de Peter Pomerantsev.
En España, durante muchos años, supimos muy bien lo que era vivir en un país donde la verdad estaba establecida por las autoridades. Cuco Cerecedo fue un excelente ejemplo de una generación de periodistas que intentó arrojar algo de luz sobre lo que realmente estaba sucediendo, porque sin una versión común de los hechos, la discusión racional, la política democrática y las libertades individuales son imposibles. Es un merecido homenaje a su memoria que Anne Applebaum recoja esta noche el premio que lleva su nombre.