Artículo de José Andrés Torres Mora publicado en La Opinión de Málaga el 18 de Octubre de 2011
Ayer participé en una mesa redonda sobre libertad y periodismo organizada por la Asociación de Periodistas Europeos en el hotel Ritz de Madrid. El planteamiento de los organizadores era que reflexionáramos sobre cómo la crisis está minando la calidad de la información periodística y, como consecuencia de esa pérdida de calidad, poniendo en peligro la libertad. Me llamó la atención desde el principio que hablaran de libertad, en grande, y no sólo de libertad de información, lo que hubiera sido perfectamente legítimo tratándose de una asociación de periodistas. Sin embargo, con la libertad de informar de los periodistas, lo que está en juego es la libertad de todos.
A mí me suele pasar que acepto algunas invitaciones como ésta pensando que la fecha es lejana y que tendré tiempo de preparar bien mi intervención. Al final siempre me veo los últimos días bastante apurado sacando las horas de donde puedo para preparar dignamente la conferencia. En alguna parte leí que fue un duro golpe para el orgullo del hombre y la mujer modernos descubrir, con los estudios sobre el subconsciente, que no somos nosotros los que controlamos nuestro pensamiento, sino que es nuestro pensamiento el que nos controla a nosotros; yo he decidido aceptarlo como algo bueno, porque me suele ocurrir que antes de que llegue el momento de dar la conferencia, casi de manera inconsciente, voy recolectando libros, artículos, estadísticas, y en alguna parte de mi cabeza mi pensamiento parece trabajar por su cuenta en el asunto.
Uno de esos libros terminó resultando providencial para preparar mi intervención de ayer. Se trata del libro de Félix Ortega, La política mediatizada. Un ensayo de doscientas páginas que analiza la relación entre la prensa y la política en nuestro país. Lo hace desde una perspectiva teórica, sin nombres en negrilla, sin ánimo de poner en cuestión honorabilidades personales, ni de sacar a la luz supuestos o reales negocios y corruptelas. Sin embargo, se entiende todo.
De modo que armado del libro de Ortega, de un ensayo de Hannah Arendt titulado Verdad y política, y de un excelente trabajo de dos profesores malagueños, Pedro Farias y Francis Paniagua, me fui a decirles a los periodistas allí reunidos que la crisis hiere gravemente la calidad de la información, pero que además de la crisis, hay formas de hacer periodismo que también ponen en riesgo la libertad con mayúsculas, la libertad política. Un periodismo que nos priva precisamente de aquello que ennoblece la profesión de periodista, que es contar la verdad de los hechos.
Decía Hannah Arendt que «la transmisión de la verdad factual abarca mucho más que la información diaria que brindan los periodistas, aunque sin ellos jamás encontraríamos nuestro rumbo en un mundo siempre cambiante, y en el sentido más literal, jamás sabríamos dónde estamos». La verdad de los hechos es costosa, pero es fundamental, porque si desconocemos los hechos, nuestras opiniones no sirven absolutamente para nada. Si desconocemos la verdad de los hechos entonces no sabemos ni de qué estamos hablando ni qué estamos decidiendo, ni nuestra libertad ni nuestra opinión significan nada.
Durante los últimos tiempos en nuestro país, y no sólo en nuestro país, se ha extendido una forma de hacer periodismo en la que una serie de «caudillos mediáticos» han colonizado el espacio público y se han convertido en una «clase política alternativa», que en lugar de contarnos cómo es el mundo, nos dicen qué debemos hacer, eso sí, bajo nuestra exclusiva responsabilidad. Pensé que quizá alguno de aquellos periodistas se molestaría por lo que estaba diciendo, pero descubrí que también ellos están hartos de esos caudillos. Entonces me dije: no estamos tan mal.