Artículo publicado por Miguel Ángel Aguilar en El Siglo el 8 de Septiembre de 2010.
Celebraba hace unos días el Goethe-Institut a Walter Haubrich por sus 10 libros, sus 40 años de corresponsal en Madrid del Frankfuerter Allgemaine Zeitung, sus 50 años viviendo en España e Iberoamérica y sus 7.500 artículos. Intervenían el expresidente del Gobierno Felipe González, el expresidente del Parlamento Europeo Enrique Barón y el veterano colega Carsten Moser. Buena ocasión para volver a los tiempos prehistóricos de la cueva de Atapuerca, es decir del franquismo, cunado la libertad de prensa estaba negada. Primero por una Ley de guerra dictada en 1938 que declaraba la prensa como una institución al servicio de la propaganda del Estado nacional sindicalista; luego por la Ley Fraga de 1966 donde las proclamaciones de libertad iban seguidas de sistemas sancionadores disuasivos para ejercerla.
Walter Haubrich es un testigo excepcional. Recordemos para los que hayan llegado después que el preámbulo de la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional de 17 de mayo de 1958 decía: “Yo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia, en presencia de las Cortes del Reino, promulgo como Principios del Movimiento Nacional, entendido como comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada, los siguientes….”. Pero nosotros aplicábamos a este texto una enmienda de la que hacíamos responsables a nuestros colegas los corresponsales. Les decíamos que Franco se decía consciente de su responsabilidad ante Dios y ante la Historia, pero que también lo era ante la prensa extranjera. Esa era la única instancia ante la que se sentía emplazado, la única desde la que se le podían pedir cuentas.
Así sucedía desde los primeros momentos de la Guerra Civil y luego a través de todos los años inacabables del Régimen. Las críticas publicadas en la prensa extranjera bajo cabeceras como Le Monde (París), The New York Times, Frankfuerter Allgemaine Zeitung, Südeutche Zeitun (Munich), Der Spigel (Hamburgo), The Guardian (Londres) o el suizo Neue Zuercher Zeitung o las noticias de ese tenor difundidas por las agencias AP, Reuters o AFP encendían la indignación de los jerarcas franquistas que enseguida hablaban de las campañas insidiosas contra España resultado de la conspiración judeo masónico bolchevique. Pero las actividades de las fuerzas políticas de oposición, silenciadas en España, sólo podían aspirar al eco en las capitales extranjeras. Cuando se lograba el Régimen bramaba pero además los protagonistas encarecían el precio que supondría su detención.
Los periodistas españoles merecedores de ser considerados como tales, estaban comprometidos con el advenimiento de las libertades y eran legítimos adversarios de un Régimen que les privada de un oxígeno sin el cual el ejercicio de su verdadera profesión resultaba imposible. Así establecía una activa simbiosis entre los nativos y los extranjeros a quienes se buscaba ansiosamente para informarles y ganar espacios de consideración internacional, la única que erosionaba al sistema y otorgaba prestigio. Los corresponsales más conscientes se hacían responsables y ayudaban de manera decisiva a la liberación de España. Asumían riesgos porque debían aguantar las presiones sobre el terreno, las campañas de difamación, las expulsiones y las gestiones insidiosas de los embajadores de Franco ante las redacciones de sus medios. Tenemos una deuda con los que cumplían. Nuestro Walter Haubrich lo hacía de manera ejemplar. Celebrémosle.
Celebraba hace unos días el Goethe-Institut a Walter Haubrich por sus 10 libros, sus 40 años de corresponsal en Madrid del Frankfuerter Allgemaine Zeitung, sus 50 años viviendo en España e Iberoamérica y sus 7.500 artículos. Intervenían el expresidente del Gobierno Felipe González, el expresidente del Parlamento Europeo Enrique Barón y el veterano colega Carsten Moser. Buena ocasión para volver a los tiempos prehistóricos de la cueva de Atapuerca, es decir del franquismo, cunado la libertad de prensa estaba negada. Primero por una Ley de guerra dictada en 1938 que declaraba la prensa como una institución al servicio de la propaganda del Estado nacional sindicalista; luego por la Ley Fraga de 1966 donde las proclamaciones de libertad iban seguidas de sistemas sancionadores disuasivos para ejercerla.
Walter Haubrich es un testigo excepcional. Recordemos para los que hayan llegado después que el preámbulo de la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional de 17 de mayo de 1958 decía: “Yo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia, en presencia de las Cortes del Reino, promulgo como Principios del Movimiento Nacional, entendido como comunión de los españoles en los ideales que dieron vida a la Cruzada, los siguientes….”. Pero nosotros aplicábamos a este texto una enmienda de la que hacíamos responsables a nuestros colegas los corresponsales. Les decíamos que Franco se decía consciente de su responsabilidad ante Dios y ante la Historia, pero que también lo era ante la prensa extranjera. Esa era la única instancia ante la que se sentía emplazado, la única desde la que se le podían pedir cuentas.
Así sucedía desde los primeros momentos de la Guerra Civil y luego a través de todos los años inacabables del Régimen. Las críticas publicadas en la prensa extranjera bajo cabeceras como Le Monde (París), The New York Times, Frankfuerter Allgemaine Zeitung, Südeutche Zeitun (Munich), Der Spigel Hamburgo), The Guardian (Londres) o el suizo Neue Zuercher Zeitung o las noticias de ese tenor difundidas por las agencias AP, Reuters o AFP encendían la indignación de los jerarcas franquistas que enseguida hablaban de las campañas insidiosas contra España resultado de la conspiración judeo masónico bolchevique. Pero las actividades de las fuerzas políticas de oposición, silenciadas en España, sólo podían aspirar al eco en las capitales extranjeras. Cuando se lograba el Régimen bramaba pero además los protagonistas encarecían el precio que supondría su detención.
Los periodistas españoles merecedores de ser considerados como tales, estaban comprometidos con el advenimiento de las libertades y eran legítimos adversarios de un Régimen que les privada de un oxígeno sin el cual el ejercicio de su verdadera profesión resultaba imposible. Así establecía una activa simbiosis entre los nativos y los extranjeros aquienes se buscaba ansiosamente para informarles y ganar espacios de consideración internacional, la única que erosionaba al sistema y otorgaba prestigio. Los corresponsales más conscientes se hacían responsables y ayudaban de manera decisiva a la liberación de España. Asumían riesgos porque debían aguantar las presiones sobre el terreno, las campañas de difamación, las expulsiones y las gestiones insidiosas de los embajadores de Franco ante las redacciones de sus medios. Tenemos una deuda con los que cumplían. Nuestro Walter Haubrich lo hacía de manera ejemplar. Celebrémosle.