Artículo publicado en El Comercio
La estabilidad internacional que mal que bien se había venido consolidando en estos últimos años está saltando en añicos por momentos. Los expertos de diferentes ámbitos y países que durante dos días se encerraron en el parador de Toledo en un seminario sobre defensa y seguridad — organizado por la Asociación de Periodistas Europeos — para debatir sobre el nuevo orden, o mejor desorden, mundial han coincidido en esta impresión. La Guerra Fría va quedando muy atrás pero la paz y el entendimiento entre pueblos y culturas dista mucho de estar progresando y menos imponiéndose en la conciencia colectiva.
Ninguno de los viejos problemas se ha resuelto satisfactoriamente y otros nuevos ya han venido a sumarse como es el que sin duda resulta más estridente, la amenaza de un terrorismo con diferentes raíces y métodos pero con mayor desprecio, si cabe, hacia las vidas ajenas que los que lo han precedido. El yahadismo, con el fanatismo que lo estimula como aliciente para la inmolación de sus militantes, es, desde luego, un problema que no sólo implica una amenaza muy grave para la seguridad, también es un factor de desestabilización en otros muchos ámbitos, empezando por el de la política.
Es deprimente reconocerlo, pero todos los días tenemos indicios elocuentes de que el orden mundial vinculado a la convivencia que tantos beneficios aporta y tanta contribución a la justicia social proporciona, está en retroceso. Basta observar la indiferencia de los países desarrollados ante el drama de los refugiados o la pasividad con que se contempla lo que está ocurriendo en el Mediterráneo con los migrantes africanos muriendo ahogados. Los conflictos armados como el de Siria o Ucrania no ofrecen atisbos de solución rápida y, mientras tanto, se activan otros como los de Irak o Afganistán.
La llegada de un personaje como Donald Trump, que une a sus ideas atrabiliarias su incompetencia a la hora de enfrentar los problemas y otear sus derivadas, es un elemento más que contribuye a incrementar la inquietud. Basta observar el rastro que dejó tras su primer viaje al extranjero, con un nuevo foco de tensión en la zona del Golfo Pérsico, la desmoralización delos integrantes de la OTAN y la puesta en guardia de los dirigentes europeos, encabezados por Angela Merkel, sobre sus intenciones proteccionistas y sus fobias anti europeistas.
Los avances logrados en las últimas décadas, empezando por la globalización y la expansión de la democracia, lejos contar con el respaldo de muchos beneficiados, incrementan el número y el activismo de sus enemigos. El gran logro para la paz y la prosperidad para sus miembros que proporcionó la Unión Europea está sufriendo los embates de un resurgir de los nacionalismos xenófobos, que ya se han olvidado de Hitler y no ocultan simpatías neo nazis. El Brexit logrado por los extremistas británicos es un duro golpe y un aviso que pone en guardia sobre otros peligros del resurgir de los populismos.
Lo más grave con todo quizás sea la falta de ideas y de estrategias renovadas para hacer frente a esta situación que se observa. La mediocridad de los liderazgos que nos rigen es elocuente. Los gobiernos se muestran incapaces, adocenados en la estrategia de dejar que el tiempo resuelva mientras las generaciones actuales de políticos gastan sus esfuerzos más en sus luchas internas en el reparto de los poderes que en estudiar y ofrecer soluciones que despejen el turbio horizonte que ahora mismo ofrece la contemplación de la globalidad del Planeta.