Javier Cercas

La denuncia de Cercas: «La revolución de las sonrisas: una traición descomunal», por José Antonio Zarzalejos

Artículo publicado originalmente en El Confidencial el 28 de Noviembre de 2019

El escritor ganador del Planeta, que recibe de manos de Felipe VI el premio Francisco Cerecedo, considera la secesión de Cataluña «una causa reaccionaria, injusta e insolidaria»

Esta noche, Felipe VI entrega a Javier Cercas Mena el premio Francisco Cerecedo en su XXXVI edición, un galardón instituido por la Asociación de Periodistas Europeos, que preside con experiencia y señorío Diego Carcedo y que mantiene con un espíritu vivo y siempre emprendedor Miguel Ángel Aguilar, su secretario general. Se trata de una distinción importante que el escritor cacereño merece con creces. Porque Cercas no es solo un brillante prosista y un novelista de éxito (premio Planeta de este año con ‘Terra Alta’) sino que es también un gran articulista. Lo está demostrando con regularidad en las páginas de ‘El País Semanal’ con unos textos que han permitido descubrir a un analista de la realidad política catalana –es un extremeño catalán— agudo, perspicaz y, sobre todo, desafiantemente valiente.

Cercas es un prosista próximo a las técnicas narrativas de algunos géneros periodísticos como el del reportaje. Su ‘Anatomía de un instante’ (2009) —un relato sobre las horas nucleares del golpe de Estado frustrado el 23 de febrero de 1981— merece una especial consideración por su trepidante prosa, por la exactitud del dato, por la recreación de la atmósfera de aquellas horas y por el sentido periodístico del conjunto de la narración. Este filólogo cincuentón se consagró con ‘Soldados de Salamina’ en 2001, que le granjeó una reputación extraordinaria: la obra se tradujo a varios idiomas y David Trueba realizó una estimable adaptación cinematográfica (2003).

Próximo a la izquierda, Javier Cercas se caracteriza por una entereza que le ha permitido enfrentarse con lucidez al integrismo independentista. Se reconoce en él al intelectual que no comulga con ruedas de molino, a un “extremeño catalanizado o a un catalán que no acierta a dejar de ser extremeño”, convergiendo en su idiosincrasia esa fenomenal riqueza de orígenes e identidades, una síntesis que colisiona inevitablemente con los reduccionismos nacionalistas, sean del signo que sean. También por esta actitud merece el premio Cerecedo, cuya entrega es siempre solemne por la presencia del Rey en todas sus ediciones y por la hondura de los discursos que antes de la cena de celebración se pronuncian.

La intención de este ‘post’ no es otra que poner en valor, a través de Javier Cercas, a los ‘otros catalanes’ que glosó Paco Candel (1965), el gran intérprete de los inmigrantes en Cataluña. El escritor lo ha hecho en estos tiempos de turbulencias. El pasado 16 de junio, nuestro autor publicó en ‘EPS’ un artículo extraordinario y desgarrador titulado “La gran traición”, que adquiere hoy, por el premio que le concedió en julio el jurado, presidido por Ana Pastor, vicepresidenta del Congreso, y por los acontecimientos que se están produciendo en la política española, un sentido especial. Transcribo un largo pero iluminador párrafo del que el lector interesado no dejará de valorar ni una sola de las palabras que Cercas emplea. Dice así:

“El pacto central de la Cataluña democrática lo formuló su patriarca, Jordi Pujol: `Es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña´. Cientos de miles de emigrantes arribados de toda España en la posguerra, gente muy humilde en su inmensa mayoría, se lo creyeron; mis padres también se lo creyeron, y criaron a sus hijos en consecuencia. Es verdad que mi madre, que llegó casi sin estudios, con más de 30 años y cinco hijos, no habla catalán, y por tanto es de esas personas a quienes el actual presidente de la Generalitat llamó, en un artículo memorable, `carroñeros, escorpiones, hienas´ y `bestias con forma humana´; pero mis hermanas y yo no somos como ella. Nosotros no solo vivimos y trabajamos en Cataluña sino que adoptamos las costumbres catalanas, nos sumergimos en la cultura catalana, aprendimos catalán hasta volvernos bilingües, nos casamos con catalanes de pura cepa, educamos a nuestros hijos en catalán e incluso contribuimos con nuestro granito de arena a difundir la cultura catalana”.

Y continúa Cercas: “Todo en vano. Aunque hasta el último momento hicimos lo posible por seguir creyendo que éramos catalanes, en septiembre y octubre de 2017, cuando todo estalló, supimos sin posibilidad de duda que no lo éramos. Catalán, lo que se dice catalán, ya solo lo era quien quería que Cataluña se separase de España; quien no lo quería, ya sea por apego sentimental a España o porque, como yo, es del todo incapaz de entender las virtudes de la separación y la considera una causa reaccionaria, injusta e insolidaria, no computaba como catalán, al menos para los políticos separatistas.

La prueba flagrante de ello es que tales políticos hablan por sistema en nombre de Cataluña y juzgan que el problema catalán es un problema entre Cataluña y España, y no lo que es: un problema entre catalanes, más de la mitad de los cuales hemos dicho una y otra vez, en todo tipo de elecciones, por activa y por pasiva, que no queremos la separación. Por eso el nacionalismo es incompatible con la democracia: porque cuando se trata de elegir entre la democracia y la nación, elige siempre la nación”.

Y remata: “Para los políticos separatistas en el poder, los catalanes no somos quienes vivimos y trabajamos en Cataluña, sino quienes, además, son buenos catalanes, fieles a su patria y votan lo que hay que votar. Los demás no somos catalanes, no contamos, no existimos; basta ya de hacerse ilusiones: probablemente nunca lo fuimos, nunca contamos, nunca existimos. Esto es lo que escondían las proclamas del ‘procés’ (…) los disciplinados desfiles de cada 11 de septiembre y la sonrisa de la revolución de las sonrisas: una traición descomunal”.

Añadir una sola palabra de comentario a este texto sería estropearlo. Estaré en el Palace para aplaudir a Javier Cercas. Lo haré por devoción a sus excelencias literarias y periodísticas, pero sobre todo por su valentía cívica. Porque necesitamos voces como la suya, críticas, racionales y sinceras.

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