Jiri Dienstbier, por Fernando Valenzuela

Jiri Dienstbier en uno de los Foros sobre Europa Central organizados por la APE

Publicado en La Vanguardia el 25 de Enero de 2011

En la sala central del palacio de Valdstein, el más hermoso de todos los hermosos palacios de Praga, acaba de celebrarse el funeral por Jiri Dienstbier, Jirka para los amigos. Estuvieron presentes el actual presidente, Vaclav Klaus, y el anterior y nunca bien ponderado, Vaclav Havel. Intervinieron el gran periodista polaco Adam Michnik, el vicepresidente del senado Petr Pithart, y el ex ministro de exteriores alemán Hans-Dietrich Genscher, uno de los artífices de la caída pacífica del muro de Berlín y de la recuperación de las libertades de Europa central. En la enorme sala la gente no cabía. Los desmayos fueron cuantiosos.

Tuve la suerte de conocer a Jirka poco después de iniciar mis estudios en Praga, allá por el 66. Éramos casi vecinos, me invitaba a cenar a su casa con frecuencia para complementar la magra alimentación del comedor estudiantil, me contaba sus historias de corresponsal en Vietnam y en medio mundo como si fuéramos amigos de toda la vida, de igual a igual a pesar de los diez años que me llevaba y que entonces eran muchos años. Me explicaba las interioridades de la política checoslovaca, donde entonces estaba al caer la primavera de Praga, gracias a su actividad constante y a la de otros muchos de los amigos que me iba presentando.

Jiri Dienstbier era un hombre de una vocación política inextinguible, un hombre de izquierdas moderado pero firme, como lo demostró durante la ocupación soviética, organizando las emisiones clandestinas de la Radio Checa, que los invasores tardaron muchos días en detener. Hijo del director del hospital de la ciudad obrera de Kladno, solía tirar a basura el bocadillo que traía de su casa porque no le alcanzaba para repartirlo entre todos sus compañeros, mucho menos afortunados que él. La anécdota figura en su libro “El perro invisible” e ilustra lo que él llamaba la “sensibilidad social” de sus años mozos.

Fue uno de los promotores y primeros portavoces de la Carta 77, lo cual le reportó tres años de prisión y numerosos cambios de empleo: primero portero nocturno en una empresa de la construcción, luego encargado de la calefacción de las obras del metro.

En 1988, cuando la Asociación de Periodistas Europeos empezó a preparar su primer seminario sobre Europa central, en Santander, lo primero que a Miguel Ángel Aguilar y a mí se nos ocurrió, fue invitarlo. Era poco probable que lo dejaran salir, pero valía la pena intentarlo. No lo conseguimos. El régimen, encerrado hasta último momento en su agresividad senil, le negó el pasaporte. A final de 1989 volvimos a intentarlo. Ya no hubo problemas. El máximo responsable de la concesión de pasaportes era él, ministro de exteriores y vicepresidente del primer gobierno democrático en más de cuarenta años.

Desde el 98 hasta el 2001 fue enviado especial de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU para la Antigua Yugoslavia, Bosnia-Herzegovina y Croacia. Nuevo cambio de trabajo: en el 2008 fue elegido senador por su ciudad natal, Kladno, como candidato independiente en las listas de la Socialdemocracia. Lo eligieron además presidente de la Comisión de exteriores, defensa y seguridad de la Cámara Alta.

Su hijo, aquel niño inquieto que no dejaba a nadie en paz durante las cenas en su casa, había ganado también un escaño en el Congreso y es ahora representante de la ciudad de Praga.

Jirka el joven ya ha anunciado que dejará el puesto para presentarse en las próximas elecciones complementarias como candidato al puesto que en el Senado dejó vacante su padre. Esperemos que los obreros de Kladno sigan teniendo suerte.

A él, a su familia, a su mujer, Jirina, muchas gracias por todo.

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