Jesús Pardo (Torrelavega 1927, Madrid 2020) siempre quiso ser escritor pero, como otros grandes, su dedicación durante más de treinta años fue el periodismo. Una tarea en la que se inició en 1952 en calidad de corresponsal en Londres del diario Pueblo. A los tres años cambió de escudería y se mantuvo allí otros diecisiete más escribiendo para el diario MADRID.
Su casa en Saint James’s Gardens, barrio de Holland Park, era un conversatorio vedado sin piedad incluso a los sardinerinos que osaran comparecer sin el debido protocolo de aviso previo. Había llegado al oficio de manera fortuita después de servir como traductor en los sindicatos verticales. Pensando que iba a casarse le regalaron el carnet de prensa y así se hizo periodista al andar, a la manera machadiana.
En 1954 se pasó al diario MADRID. Allí vio llegar en 1966 a Calvo Serer, a Antonio Fontán y a los jóvenes que denomina como extraterrestres en su libro Autorretrato sin retoques. Memorias de apariencia inmisericorde, que sólo desentrañan su auténtico sentido a quienes desactiven la carga hueca que el autor ha dispuesto para el placer de los lectores.
Jesús dictamina que “los extraterrestres fueron desde el principio más lejos en periodismo que la famosa tercera página que hacía Calvo Serer porque su zapa era mucho más amplia y eficaz y “dejaba en evidencia a los demás periódicos, creando una visión de conjunto contra la fragmentación y el difumino desvaído de la vida española que promocionaba el Régimen”.
En Londres Jesús, como confiesa en su Autorretrato, “vivía en inglés y entre ingleses, pero sin dejar de ser español”. Un proceder, señalaba, sin más precedente que el de Augusto Assía, Mantenía un cierto sentido de superioridad personal frente a los británicos. Pero entraba en desolación cuando confesaba que el desuso de la lengua castellana le había hecho olvidar el significado de algunas palabras. Una noche oscura del alma fue el caso del término engrudo.
Aquellos jóvenes extraterrestres de la redacción, le hacían fiesta cuando se dejaba ver en el restaurante de Miguel Villanueva. Jesús, pensando que también aquí eran de aplicación las franjas horarias de alcohol prohibido, pedía las botellas de vino de tres en tres para evitar carencias. En Nueva York, recién llegado como corresponsal, le sorprendió el cierre del periódico. Después la agencia Efe le destinó a Ginebra y a Copenhague y el semanario Cambio 16 le hizo su enviado especial para Europa Central, la Unión Soviética y Medio Oriente. En 1976 fue fundador y director de la revista mensual Historia 16, dentro del grupo que lideraba Juan Tomás de Salas.
En Madrid junto a Paloma Ceballos, tuvo tiempo de ser el escritor que siempre había ambicionado ser. Novelas como las de su tetralogía Ahora es preciso morir, Ramas secas del pasado, Cantidades discretas y Eclipses; novelas históricas como Yo Trajano, Aureliano y La gran derrota de Diocleciano o libros de poemas como Presente vindicativo y Faz en las fauces del tiempo son buena prueba. La traducción de más de doscientos libros escritos en algunos de los quince idiomas en los que era capaz de leer fue otra de sus dedicaciones intermitentes. Su mayor triunfo, el Autorretrato.
Miguel Ángel Aguilar
Artículo publicado originalmente en El País