Artículo publicado por Pedro González en Fundación Emprendedores el 26 de mayo de 2017
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El ministro iraquí de Asuntos Exteriores pide ayuda aérea, apoyo logístico y adiestramiento militar, pero rechaza el establecimiento de tropas extranjeras en Irak.
La simple comparación da escalofríos, pero Ibrahim Al Jaafari recurrió a las guerras de los Cien (en realidad 116) y de los Treinta Años en Europa para acercar similitudes con la que su país está librando contra el Daesh.
El ministro de Asuntos Exteriores de Irak vino a España a la Conferencia sobre Violencias Étnicas, asunto sobre el que la antigua Mesopotamia ha adquirido una desgraciada experiencia en las últimas décadas. Y, en el marco de la Casa Árabe en Madrid, desgranó su análisis sobre las perspectivas de paz y estabilidad en un país que no conoce reposo desde hace casi medio siglo.
Irak, con Sadam Husein, fue la punta de lanza de Occidente contra el Irán de los ayatolás. Una guerra de casi diez años, librada con armas químicas y biológicas, con más de un millón de muertos y sin un vencedor al cabo de tan bestial carnicería. Le siguió la Primera Guerra del Golfo, consecuencia de que Husein quisiera apoderarse del petróleo del emirato de Kuwait, territorio al que siempre consideró la décimonovena provincia iraquí.
La Segunda Guerra del Golfo concluyó con la definitiva derrota, captura, juicio y ejecución del dictador Sadam Husein so pretexto de poseer unas “armas de destrucción masiva” que nunca se encontraron. En el nuevo Irak se ensayó una democracia interétnica, con los tres principales grupos en liza: chíies, suníes y kurdos. Cuando lo que hoy es Irak estaba bajo el Imperio Otomano, buen conocedor de las gentes y territorios de sus dominios, puso las tres zonas bajo administraciones distintas y autónomas. Luego llegaron los ingleses, con regla y cartabón y decidieron unificar las tres.
Hoy, Ibrahim Al Jaafari arguye que “tales diferencias históricas están superadas, que las instituciones de Irak respetan la participación de todas esas comunidades, incluyendo además a cristianos y yazidíes”. Como signo de normalidad y modernismo señala la existencia de 82 diputadas, dejando caer de paso que “Europa ha sido más machista que nosotros”.
Irak, “donde las placas tectónicas de Oriente Medio se encuentran”, es el principal referente para evaluar los avances y retrocesos en la región. El ministro reconoce que la inseguridad y la desconfianza aún dividen a la sociedad, a la que él califica de “cada vez más integrada”.
Pero, el gran tema es el de la guerra contra el Daesh, el autodenominado Estado Islámico, que, según Al Jaafari, solo controla ya el diez por ciento de la provincia de Mosul. Subraya que las sucesivas victorias militares del Ejército iraquí son conquistas exclusivamente nacionales, sin participación directa de tropas extranjeras. “No queremos de ningún modo base militar extranjera alguna en nuestro país; sabemos de sobra que una vez que se establecen es prácticamente imposible que se vayan o echarles después”.
Por el contrario, reconoce la ayuda que está recibiendo de Estados Unidos, Reino Unido y España, entre otros, en forma de bombardeos aéreos, apoyo logístico y adiestramiento de soldados. Admite que si el Daesh está siendo derrotado militarmente se debe en gran parte a esa ayuda, que pide se le siga suministrando sin límite de tiempo.
Un fenómeno extraño al Islam
Ibrahim Al Jaafari introduce en su argumentación sobre el terrorismo de Daesh el componente intelectual. “¿Qué hay en las raíces de su pensamiento para justificar matanzas atroces de niños y mujeres, algo absolutamente extraño y ajeno a la cultura árabe y a la filosofía y religión musulmanas?”, se pregunta.
A su juicio, esa guerra durará aún muchos años, “porque aún no hemos abordado la lucha contra las causas que les lleva a reclutar, gracias a un éxito indudable en su política de comunicación, a miles de jóvenes en todos los países del mundo”. Advierte así a sus aliados occidentales de que la guerra de valores será mucho más larga, y por consiguiente de peores consecuencias que la mera pugna bélica, pero que solo cabe librarla sin cuartel ni concesiones, ya que el enemigo común no aspira sino a la aniquilación de los que no admiten su Califato.
Mánchester, París, Niza, Estocolmo, Berlín… más las escuelas, hospitales y mercados de muchos lugares de Siria, de Irak, martirizados a diario por terroristas que aspiran al Paraíso matando un sinnúmero de infieles, son el objetivo universal de una potencia terrorista, que no tiene objetivos militares tradicionales. “Sus potenciales víctimas son todos aquellos que no se avengan a sus dictados”. Daesh, según el ministro, no admite ni siquiera la disidencia. Augura que “su totalitarismo terminará como el de Hítler, Stalin… y Robespierre”, pero que arrancar de raíz la diabólica semilla de su pensamiento llevará mucho tiempo, y cuya “victoria final [de nuestros valores democráticos]será global… o no será”.