Fungairiño columnista de Defensa en el “MADRID”, por Miguel Ángel Aguilar

In memoriam

Eduardo Fungairiño

Eduardo Fungairiño Bringas ha muerto ayer domingo en Madrid a los 73 años de edad a causa de los problemas cardiacos que le afectaban. Había Nacido en Santander y en 1965 a la edad de 19 años “por entrar en una curva de una carretera próxima a Madrid a una velocidad propia del marqués de Portazgo” quedó para siempre en silla de ruedas. Se graduó en Derecho en septiembre de 1970 y tras ganar las oposiciones a la Carrera Fiscal fue destinado a Barcelona en 1973. Ocupó sucesivos destinos que sirvió con talento, memoria privilegiada y, en ocasiones, actitudes polémicas. Pasó por la Audiencia Nacional, tuvo que informar en causas muy notorias como la del aceite de colza y otras muchas seguidas a terroristas etarras, los grapo y los yijadistas. Padeció sus amenazas y el asesinato de su compañera Carmen Ruiz Tagle. Su último destino como Fiscal de Sala del Tribunal Supremo lo cumplió desde 2006 hasta mayo de 2018 hace trece meses al jubilarse.

En el diario MADRID colaboró escribiendo columnas sobre asuntos de Defensa y Fuerzas Armadas a partir de 1969 hasta que concluyó sus estudios en la Facultad de Derecho al año siguiente. Firmaba Alfonso Romerales, seudónimo que coincidía con el nombre de un general que por resistirse a secundar la sublevación del 18 de julio en Melilla fue fusilado el 18 de julio de 1936. Las colaboraciones de Fungairiño eran leídas con atención preferente por autoridades muy susceptibles. En una ocasión dos colaboradores militares, los capitanes Javier Calderón y Alfredo Gosalvez, con destino en el Alto Estado Mayor llamaron alarmados por la columna en la que Alfonso había tratado de la adquisición de los carros AMX30 y de su asignación a las fuerzas desplegadas en el Sahara. Insistían en que esa información era del máximo secreto y que estaban siendo señalados como los filtradores.

Provocamos un encuentro en la cervecería “José Luis” de la calle de Serrano. Y allí Eduardo explicó que dadas las características de los AMX30 y su adecuación al desierto y la carencia de esos vehículos en las unidades allí destinadas había concluido que ese sería su destino más lógico. ¿Cómo sabía usted que esas unidades no estaban dotadas de carros? Porque TVE acaba de emitir un reportaje a fondo sobre nuestro despliegue en el Sahara sin que apareciera carro alguno, fue su inapelable respuesta. Para resolver otro encontronazo con la Armada visitamos su Cuartel General. Pero al salir del ascensor en el vestíbulo principal desde treinta metros de distancia Alfonso identificó las maquetas, supo decir sus nombres y su armamento y nuestros anfitriones se dieron por vencidos.

Sobre cómo surgió su colaboración Alfonso Fungairiño escribió un texto para el volumen 30 años del diario MADRID editado en 2001 cuando se cumplía el trigésimo aniversario de la Orden de Cierre dictada por el Gobierno de Franco el 25 de noviembre de 1971.

Decía así:

Cuando yo era Romerales

Como aficionado al periodismo mis únicos trabajos habían sido algunos artículos escritos en una revista juvenil que se llamaba «Tres Amigos» y que estaba editada por Propaganda Popular Católica. Escribí algo sobre montañismo, y un artículo sobre el Marqués de Portago, un aristócrata que era entonces casi el único representante español en las carreras de bólidos, lo que hoy se llama «Fórmula-I», y de «bobsleigh», es decir bólidos sobre pista de hielo («bobs» a 2, «bobs» a 4, etc.). Estoy hablando de los últimos años 50 y primeros 60. Creo recordar que el mejor piloto de bólidos de entonces era el británico Stirling Moss, aunque el Marqués no le iba mucho a la zaga. No recuerdo el nombre y apellidos del Marqués, que se mató en accidente pilotando en el circuito de Brescia, en Italia. Su muerte nos impresionó a todos, quizá, en mi caso, porque era el único español que había en esas lides, y se no había ido. No se me dio mal el artículo y me lo publicaron.

Cuando estaba terminando la carrera de Derecho, en 1969, me encontraba ya en silla de ruedas (por entrar en una curva de una carretera próxima a Madrid a una velocidad propia del Marqués de Portago) y no sabía qué hacer. Me interesaba mucho la historia, y específicamente la historia militar. Mi hermano Alfonso sabía de mis aficiones, tenia él como compañero de residencia a Miguel Ángel Aguilar y entre uno y otro me animaron a escribir algo en el Madrid. Parece que gustó, y llegué a escribir hasta una veintena de artículo sobre maniobras navales, carros de combate adquiridos por España (los AMX 30), composición de la flota (los submarinos «Daphné»), la guerra de guerrillas, incluso algo sobre las unidades de infantería que formaban en esas fechas la guarnición de la Colonia de Gibraltar (los «Green Jackets», el «Royal Regiment of Fusiliers»), etc .. ¿Cómo conseguía los datos? Pues comprando revistas, subscribiéndome a publicaciones oficiales, llamando por teléfono a los despachos de los Ministerios y pidiendo información a las Embajadas, etc. Además tenía muchos libros y algún archivo sobre el tema. En esas aventuras y contactos conocí a Antonio Sánchez Gijón y a Pepe Oneto. No se me daba del todo mal, pues no sólo me publicaban los artículos, sino que me los pedían. Yo había remitido el primer artículo con el seudónimo de «Alpinjager» (cazador alpino, en alemán); pero, al parecer, se borraron algunas letras, y sólo quedaron la primera y la última, con lo que mi primera colaboración con el Madrid apareció firmada por A. R. Tenía, pues, que buscar otro seudónimo que cuadrase con esas iniciales, Y se me ocurrió, sin pensarlo demasiado, el de Alfonso Romerales. Ocurría que un General Romerales había querido resistir el Alzamiento del 18 de julio en Melilla, y fue fusilado. No le gustó nada a algunos que evocara -aunque fuese por simple coincidencia- la figura de un militar republicano. Estábamos todavía en 1969 y el horno no estaba para bollos. Pero yo no estaba dispuesto a cambiar otra vez de seudónimo, y así quedó la cosa.

El ser colaborador del Madrid me gustó mucho y era cómodo. Escribía una vez por semana, a mi aire. Pero no era esa mi vocación. En septiembre de 1970 me examiné de la última asignatura de la carrera, la Filosofía del Derecho, con Ruiz Jiménez, y en octubre de ese mismo año me puse a preparar las oposiciones a la Carrera Fiscal. Y aunque en 1976, ya destinado en la Fiscalía de Barcelona, hice Primer Curso de Ciencias de la Información en la Univer idad Autónoma, en Bellaterra, ya no he vuelto a repetir la experiencia ¿Falta de tiempo, falta de ganas, falta de aptitud? Lo cierto es que despachar y calificar causas penales se me da mejor, y creo que es más provechoso.

 

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