Donald Trump iba a ganar por goleada la carrera a la Casa Blanca. Los últimos sondeos que aún le veían compitiendo contra Joe Biden le daban una ventaja sideral, 75%-25%. Imposible, pues, para el Partido Demócrata no reaccionar y apretar a fondo la presión sobre el testarudo presidente de Estados Unidos, convencido a pesar de sus reiterados traspiés dialécticos en comparecencias públicas de que era el único que podía ganarle al indiscutido candidato del Partido Republicano.
El disparo de un francotirador con los cables mentales descolocados lo cambió todo. Por apenas 6 mm la bala que con gran precisión disparó a la cabeza de Trump no le levantó la tapa de los sesos, tan solo le rozó la oreja derecha, suficiente para hacerle sangrar y levantarse por encima de la nube de agentes del Servicio Secreto que impedirían supuestamente con sus cuerpos que un nuevo proyectil rematara la faena.
En apenas un segundo, Trump pasó de candidato favorito en las encuestas a imbatible, le pusieran enfrente a Biden o quién quisiera que fuese. Esa previsible victoria terminó de convencer a los dirigentes más importantes del Partido Demócrata de que ese pronóstico significaría no solo la pérdida de la Casa Blanca sino también del Senado, que se renueva por un tercio, y de la Cámara de Representantes, que lo hace en su totalidad. Cundió, pues, el pánico a una derrota que mandara a los demócratas a la oposición por mucho tiempo. La elección del enérgico JD Vance para acompañar a Trump en la candidatura republicana despejaba el punto débil de Trump respecto de su avanzada edad. Como elegible vicepresidente, Vance aseguraría la persistencia del trumpismo aun cuando Trump tuviera que retirarse al final de su hipotético mandato de cuatro años o ante cualquier otra contingencia. Muchísimo poder, pues, en juego para que el Partido Demócrata se resignara a perder por incomparecencia de un adversario sólido frente a Trump, de manera que toda la maquinaria de los pesos pesados, y sobre todo de los grandes donantes del partido, le dejaron meridianamente claro a Biden que mejor es que se retirara con dignidad de la carrera antes de que hubieran de recurrir a presiones aún más insoportables para su quebrantada salud.
Simultáneamente al anuncio de su retirada, Biden ha concedido su lógico apoyo a su vicepresidente, Kamala Harris. Tiene ésta toda la legitimidad para que los votos de los 4.000 delegados que asistan a la convención demócrata del 19 al 22 de agosto en Chicago cedan a Harris los votos que tenían el encargo de conceder a Biden. Eso ahora es probable pero no está tan claro. La citada convención pasa a ser ahora una conferencia abierta, de la que pueden salir elegidos candidatos inesperados. Esa es al menos la teoría, si bien la maquinaria del partido está ya trabajando en la confección del “ticket” potencialmente más favorable, para llevarlo ya cocinado a la conferencia.
Kamala Harris, a día de hoy netamente muy por detrás también en los sondeos frente a Trump, podría ser consagrada no obstante como candidata del Partido Demócrata, pero a condición de que le pongan un compañero candidato a vicepresidente que presente una solidez política y personal incontestable, algo así como otro JD Vance, pero de firmes convicciones progresistas.
Los grandes gurús del partido, que van del expresidente Obama a la expresidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, además de la pléyade de gobernadores y grandes donantes, ya están escudriñando los currículums de los posibles aspirantes, si no para ganarle al binomio Trump-Vance, sí al menos para limitar el posible gran destrozo y no perder al menos posiciones en el Capitolio.
De consagrar a Kamala Harris como candidata presidencial, su compañero será, además de esa persona con las características ideológicas descritas, un hombre y de raza blanca, con lo que quedaría descartada la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, que tiene en su haber ganado en 2018 un estado en el que Trump había triunfado previamente.
Por el contrario, tanto el gobernador de California, Gavin Newson, como el de Illinois, J. B. Pritzker, podrían potenciar ampliamente a Kamala Harris, a la que su condición de mujer y de raíces indias le conceden un indiscutible ascendiente entre la mitad femenina de la población y buena parte de las minorías raciales.
En todo caso, quedan apenas tres semanas para conformar ese “ticket”, que al menos demuestre a los electores que Trump ya tiene adversario. Además, los cerebros de la comunicación y la propaganda del partido habrán de emplearse a fondo para revestir a ese “ticket” de los atractivos suficientes, y contrarrestar el aura disparada de Trump por el “milagro” de haber sobrevivido a un atentado que un ejecutor solitario loco o teledirigido por otros -eso queda aún por saberse con certeza- pretendía apartarle radicalmente de la carrera electoral.