Europa debe parar en Libia el avance del Estado Islámico, por Pedro Gonzalez

Artículo publicado en Zoom News el 20 de Febrero de 2015 por Pedro González

– Los yihadistas decapitaron esta semana a 21 cristianos coptos a poco menos de 300 kilómetros del sur de Italia

– Egipto no está en condiciones de ir más allá de los bombardeos esporádicos contra los fundamentalistas

– Consciente de la inminencia de una ofensiva occidental, el EI podría contraatacar con una masiva oleada de inmigrantes

– Gaddafi, pese a todos sus chanchullos con numerosos líderes europeos, era el tapón que contenía los embates del yihadismo y los tráficos ilícitos

La decapitación de 21 cristianos coptos a manos de las milicias de Ansar Al-Sharia no han provocado una reacción particularmente contundente en Occidente, como la registrada a raíz de los asesinatos en París de los caricaturistas de Charlie Hebdo ni de los ataques perpetrados en Copenhague por uno de esos lobos solitarios islamistas, durmientes pero prestos a lanzar sus dentelladas a la menor oportunidad.

La masacre, ampliamente difundida en un cuidado y espeluznante video, se produjo en las playas de Libia. La liturgia de las ejecuciones resumía en imágenes una nueva e inquietante realidad para todo el norte de África: el Estado Islámico (EI), el Daesh, ya está sólidamente implantado en un país convertido en un Estado fallido desde que buena parte del mundo árabe y de Occidente celebrara con gran algarabía el derrocamiento, linchamiento y ejecución del dictador Muammar Gaddafi.

En numerosas cancillerías europeas se admitió que aquello era el fin de la oscuridad y el principio de una Libia próspera, democrática y plenamente adherida a los valores occidentales. La realidad se ha encargado de desmentir aquellas ensoñaciones, fruto obviamente más del deseo que del conocimiento de la realidad de un territorio que jamás ha tenido verdadera conciencia de nación.

El estallido del país lo ha fragmentado en zonas dominadas por el poder de las tribus, en una vuelta al sistema de gobierno y convivencia que siempre rigió en sus arenas hasta que la Italia mussoliniana las puso bajo su férula. Trípoli y Bengasi, las dos grandes capitales de los antiguos territorios de Tripolitania y Cirenaica, distan entre sí más de mil kilómetros, una distancia que se ha vuelto abismal.

Lealtad al Califato

En Bengasi se han instalado las milicias más radicales, agrupadas bajo la autoridad del Consejo Shura de los Revolucionarios, uno de cuyos integrantes más activos es precisamente Ansar Al-Sharia, una de cuyas escisiones más importantes juró lealtad al califato islámico de Abubakr Al-Bagdadi el pasado mes de julio, que les ordenó establecer la Sharía en su territorio, ampliar sus conquistas y proclamar la primacía del Daesh.

Como trasunto de las decapitaciones de los cristianos coptos podría decirse que el EI ha establecido una auténtica cabeza de playa, término militar que describe la línea creada cuando un grupo de unidades armadas alcanza la costa y se hace fuerte en espera de refuerzos para desencadenar una ofensiva de gran envergadura. El esperado ataque masivo es obviamente el de la conquista de la mayor parte del territorio libio, y desde ahí lanzar todo tipo de acciones hostiles contra la ribera norte del Mediterráneo.

Consciente de la inminencia de una ofensiva occidental, el EI podría contraatacar con una masiva oleada de inmigrantes. Así lo afirma el diario italiano Il Messagero, a tenor de las escuchas telefónicas captadas por las autoridades italianas, en las que diversos interlocutores yihadistas libios describen el posible flete de miles de barcos de todo tipo repletos de inmigrantes -se habla de 500.000- como «un arma psicológica contra Europa, especialmente contra Italia». De las diversas conversaciones interceptadas se desprende que cientos de miles de personas desesperadas, escapadas de las guerras de Siria e Irak, pero también de toda la franja del Sahel, serían susceptibles de ser embarcadas a la fuerza por los islamistas desde las costas libias.

Los que quitaron el tapón

Era precisamente Gaddafi, pese a todos sus chanchullos con numerosos líderes europeos, el tapón que contenía los embates del yihadismo, la inmigración ilegal y los tráficos ilícitos. Los mismos países occidentales y árabes que ayudaron a quitar ese tapón (Francia y Reino Unido, principalmente), pero también Italia y España con la aquiescencia del resto de la Unión Europea, son los mismos que ahora han de arrostrar el riesgo de una intervención, que cada día que pasa se hace más inevitable.

Bernardino León, enviado especial de Naciones Unidas para Libia, no ha conseguido su objetivo de sentar a una misma mesa de negociaciones a todas las facciones en liza, y él mismo reconoce que «si no hay una solución a muy corto plazo será prácticamente imposible discernir las milicias yihadistas de las que luchan con la vista puesta en un Estado homologable y estable».

El presidente egipcio, Abdelfatah Al-Sisi, reaccionó con rapidez al degollamiento de sus 21 compatriotas coptos bombardeando las posiciones yihadistas con sus aviones de combate F-16 y YF-15. Una operación saldada con cerca de un centenar de bajas estimadas en las filas del EI, además de la destrucción de buena parte de las instalaciones atacadas. La contrarreacción de los milicianos del Daesh tampoco se ha hecho esperar, con otros 35 egipcios secuestrados, a los que presumiblemente les espera una suerte semejante a la de sus compatriotas cristianos. Todos ellos habían ido a Libia a trabajar en las mermadas instalaciones petroleras, atraídos por remuneraciones equivalentes a seis veces el salario que percibían en Egipto.

Sin descuidar el Sinaí

El presidente egipcio reclama de Naciones Unidas una resolución que permita actuar contundentemente en suelo libio. Sin embargo, El Cairo no está en condiciones de lanzarse a una guerra abierta en su frontera oeste, habida cuenta de la lucha que ya mantiene contra los brotes terroristas yihadistas en la península del Sinaí. Tiene obviamente la simpatía de Occidente, que ya le consideran un aliado del mismo tenor que lo fuera Hosni Mubarak, circunstancia también con respecto a Israel, que a su vez ha de hacer frente a lo que estima una operación planificada de Irán de hacer fuertes en los Altos del Golán a sus guerrilleros aliados de Hizbullá.

La consecuencia de todo ello es que Occidente, es decir Europa y Estados Unidos, habrán de enfangarse en Libia. Si todo o buena parte del país cae definitivamente en manos del Daesh, las consecuencias serán dramáticas para todo el Sahel y el norte de África. Europa, con la cercana Italia (apenas a 200 millas de las costas libias) pagará una factura abultada. Por su parte, el presidente norteamericano, Barack Obama, tampoco podrá sustraerse, aunque busque la fórmula de que el Congreso apruebe la intervención pero sin que parezca que Estados Unidos se embarcan en otra guerra después de las experiencias de Afganistán e Irak.

Libia, además, es una gran potencia petrolífera, cuya riqueza, de caer por completo en manos yihadistas puede condicionar el mercado petrolífero. Demasiadas cosas, pues, en juego para no actuar con premura. La guerra -¡qué cosa tan desagradable!- podrá asquear a los europeos, pero van a tener que pensar seriamente que solo con buenas palabras no va a conjurar los peligros que se le vienen encima.

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