Adam Michnik, antiguo disidente polaco, reflexiona en su último libro, Elogio de la desobediencia, sobre más de cinco décadas del continente europeo. Desde la política de distensión de la Alemania Federal durante la Guerra Fría que culminó con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, hasta la turbia muerte de Alekséi Navalny, el heroico opositor de Vladimir Putin, el 24 de febrero de 2024. Precisamente ese día se cumplía el segundo aniversario de «la invasión criminal de Ucrania» por parte de Rusia, cuyo régimen «poco a poco va transformando una autocracia en una dictadura totalitaria de corte estalinista», como escribió Michnick en su Epitafio por Navalny y ahora leemos en la citada obra.
El presidente ruso –añade- odiaba a Navalny. Buscaba expulsarlo del conocimiento público. No pronunciaba su nombre. Le llamaba «paciente berlinés». En una clínica de la capital alemana, había sobrevivido al envenenamiento urdido por el Kremlin. Aun así se atrevió a regresar a su patria, para frenar «la agresión de Putin contra esa Rusia que está siendo asesinada, ultrajada y encarcelada». Navalny no resistió las crueles condiciones de la prisión siberiana, a 60 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, en la que Putin lo sepultó en vida.
El autor (Varsovia, 1946), Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, por su labor al frente de Gazeta Wyborczka, el diario más influyente de Polonia, vino a Madrid el 11 de noviembre, a presentar su libro, una selección de sus artículos, testimonio de su compromiso con la libertad y la dignidad. Aprovechó para reunirse con sus colegas de la Asociación de Periodistas Europeos, APE, recordando que «la vía polaca hacia la democracia tuvo como modelo la Transición española, símbolo que cuidamos por los valores compartidos».
Han tenido que pasar treinta y tres años para conocer la anécdota que arrancó la risa de la reina Sofía, el general Wojciech Jaruzelsky, expresidente de Polonia; Jiri Dienstbier, ministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia, y Adam Michnik, entre otros, en la foto que ilustra este artículo. Miguel Ángel Aguilar, en nombre de la APE, se la entregó al principio del almuerzo.
Del 22 al 26 de julio de 1991, se celebró en Santander, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, el III Seminario sobre los países de la Europa Central tras la caída del Telón de Acero y su repercusión en el resto del mundo. El día 24, Doña Sofía no quiso perderse las intervenciones del presidente de la Polonia comunista que había encarcelado varias veces al intelectual disidente, el historiador Michnik. Fue el día de la reconciliación entre el militar y político que dejó el poder en 1990, cuando los deseos de cambio, aventados por la perestroika del presidente soviético Mijaíl Gorbachov, se sentían también en Checoslovaquia, Hungría o la Alemania del Este.
El otro protagonista de la reconciliación de Santander fue Michnik, el intelectual perseguido durante décadas que se había integrado en el sindicato ilegal Solidarnosc, liderado por Lech Walesa. Participó en las negociaciones de la Mesa Redonda de Varsovia, entre febrero y abril de 1989, que las autoridades comunistas aceptaron con el fin de parar el malestar social, creciente desde principios de los ochenta. La Polonia que quería el deshielo del yugo soviético contó con el apoyo moral de Juan Pablo II, que en 1979 visitó su país, un viaje que contribuyó a cambiar la Historia.
Con ánimos de frenar esa ola imparable, Jaruzelsky endureció aún más su régimen con el autogolpe de diciembre de 1981, declarando la Ley Marcial y encarcelando a Michnik. Una década después, con la transición polaca en marcha, carcelero y disidente se encontraron en el Palacio de la Magdalena, en la bella bahía cántabra. El periodista rebelde vestía pantalones cortos y sandalias. El general, con sentido del humor, dijo ante la Reina y otros destacados asistentes al seminario: «¡Ahora entenderán por qué tuve que meter en la cárcel a Adam Michnik!».
Del entusiasmo al desafecto
Las risas y el entusiasmo de aquellos años culminaron en 2004 con la mayor ampliación de la Unión Europea: diez países de la Europa central y oriental se integraron en la Europa occidental de la democracia. Lamentablemente del entusiasmo se ha pasado al desafecto, protagonizado por tendencias nacionalistas pro rusas: «Tenemos dentro socavadores del proyecto de construcción europea», nos dijo Michnik en la APE, citando a Orban en Hungría, Salvini en Italia, Le Pen en Francia… «Todos ellos financiados por los Servicios Secretos de la Rusia de Putin».
La victoria de Donald Trump tampoco augura grandes esperanzas, según Michnik, para Ucrania ni la UE. Al presidente electo de los Estados Unidos «nunca le gustó el modelo democrático de Europa». Él se entiende con «el consorcio internacional autócrata» de Putin y los mandatarios de China, Xi Ji Ping, o Turquía, Erdogan, subrayó.
Sin embargo, el intelectual de prestigio internacional no perdía el optimismo, a principios de este año. Elogio de la desobediencia (Ladera Norte, Madrid, 2024) termina con un canto a la esperanza, porque la muerte de Navalny ha sido un toque de «alarma». «Tras la hedionda noche de Putin llegará una Ucrania libre y soberana y, con ella, una Rusia libre». En la entrevista que precede a la antología de textos, firmada por el traductor Maciej Stasinsky, Michnik defiende que Rusia no está condenada al absolutismo de los zares o de los bolcheviques. Siempre ha habido voces valientes como las de Pasternak, Solzhenitsyn, Sajarov o Navalny.
En la comida en la APE, el escritor brindó «por la vuelta de España a la buena vía de su devenir nacional». Aquí, no obstante, se mostró pesimista. Porque la Constitución de 1978, argumentó, respeta todos los derechos de catalanes y vascos. Pero hay fuerzas que transgreden esa Constitución. «Las concesiones a Cataluña y al País Vasco llevarán no solo a España en su conjunto, sino también a ambas regiones a la catástrofe». Esperemos que no se cumpla este último augurio.