Alteza, Presidente de la Xunta, autoridades, Presidente del Jurado, Don Javier Solana y miembros del Jurado…
Durante 37 años en el periodismo activo he vivido y contado Europa como la realización de un sueño.
Me refiero al ideal de la paz mediante la solidaridad y la soberanía compartida: un ideal con raíces intelectuales profundas (Dante, Kant, Adam Smith, Victor Hugo, Salvador de Madariaga, a quien conoció en los últimos años de su vida en los EE.UU.), que políticos valientes como Churchill, Schuman, Monnet y Adenauer, en circunstancias más difíciles y con muchos menos medios que los nuestros, supieron trasformar en realidades concretas.
Esta Europa –el sueño de los sabios como la denominó De Gaulle- ha sufrido desde que firmé mi primer artículo en el diario Informaciones de Madrid en 1973 muchas crisis graves: la de la silla vacía de Francia, la de la crisis del petróleo tras la guerra del Yom Kippur, la del cheque británico, la del fin del sistema bipolar…
En todas ellas se multiplicaron las voces catastrofistas pronosticando el fracaso del proyecto, pidiendo el retorno a los nacionalismos que –tres veces en 70 años- desolaron el continente.
Sesenta años después del primer paso, aquí estamos: la primera potencia comercial y humanitaria del mundo, la tercera potencia demográfica, la primera en PIB, la más comprometida en la lucha contra el cambio climático, el estado de bienestar más avanzado… Una zona estable y segura…a pesar de todas las dificultades.
Con cada nueva ampliación, se extendió el área original de libertad y de libre mercado, de democracia y derechos humanos. Con cada nuevo tratado, hasta el de Lisboa, se ha avanzado en integración.
Para los europeos con memoria, lo que da sentido a la Unión Europea, su razón de ser, es –por este orden- PAZ y prosperidad. Para los españoles de mi generación, en cambio, es DEMOCRACIA y prosperidad.
Así es como lo vivimos desde los ejercicios espirituales sobre las negociaciones de ingreso que nos organizaba Manuel Marín en el parador de Sigüenza y en los seminarios en Santander, Segovia o Toledo que la Asociación de Periodistas Europeos impulsó desde su nacimiento.
Hoy vivimos otra grave crisis, complicada por la nueva realidad geoestratégica global y la aceleración de las comunicaciones. A los catastrofistas les recomendaría releer lo que se publicó en cada una de las crisis anteriores y lo que se dijo que había que hacer para superarlas.
Paso a paso, con el llamado método comunitario –una mezcla extraordinaria de ambición, visión y realismo- se ha ido consiguiendo casi todo.
Como periodistas, ante cada conflicto, podemos ser armas destructivas en manos de los agoreros, luces que orienten y ayuden a superar esta nueva encrucijada, o espectadores neutrales, Poncios Pilatos que se levan las manos cuando más necesario es el compromiso.
Mi opción es la segunda. Es lo que me enseñaron amigos y maestros como Carlos Luis Alvarez, el Gran Candido, Luis Carandell –con quien, a mis 22 años compartí mesa en Internacional de Informaciones- y Pedro Altares, que se nos fue recientemente. Es lo que creo haber aprendido de Javier Solana, el político español que más ha hecho por la construcción europea.
Es una opción por encima de los partidos y de las ideologías que, en este como en tantos otros sueños desde la transición, debe mucho también al europeísmo y al optimismo que siempre nos ha transmitido Su Majestad, a quien deseamos desde aquí una pronta recuperación. Muchas gracias.