Walter Haubrich, testigo comprometido con la libertad.
Sus 33 años como corresponsal en Madrid del ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ le dieron una perspectiva única de la política y la sociedad españolas.
En septiembre de 2010 celebraba el Goethe-Institut a Walter Haubrich por sus diez libros, sus 40 años de corresponsal en Madrid del Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), sus 50 años viviendo en España e Iberoamérica y sus 7.500 artículos. Le elogiaron el expresidente del Gobierno Felipe González, el expresidente del Parlamento Europeo Enrique Barón y el veterano colega y compatriota Carsten Moser. Fue una buena ocasión para rememorar su comportamiento en tiempos del franquismo, que negaba la libertad de prensa, primero mediante una ley de 1938 que la reducía a una institución al servicio de la propaganda del Estado nacional sindicalista; luego por la Ley Fraga de 1966, donde las proclamaciones de libertad iban seguidas de sanciones disuasivas para quienes intentaran ejercerla.
Se celebraba a Walter Haubrich (fallecido ayer en Madrid a los 79 años), en su condición de testigo comprometido a favor de la recuperación de la democracia. Había sido una figura destacada junto a otra media docena de corresponsales capaces de emplazar al mismo dictador. Porque ese Franco que en el preámbulo de la Ley de Principios del Movimiento de 1958 se decía consciente de su responsabilidad ante Dios y ante la Historia, también lo era ante la prensa extranjera. Esa era la única instancia ante la que se sentía obligado, la única desde la que se le podían pedir cuentas. Así sucedía desde los primeros momentos de la Guerra Civil y luego a través de todos los años inacabables del Régimen. Las críticas publicadas en la prensa extranjera bajo cabeceras como el Frankfurter Allgemeine Zeitung, encendían la indignación de los jerarcas franquistas que enseguida hablaban de las campañas insidiosas contra España resultado de la conspiración judeo masónico bolchevique.
Las actividades de las fuerzas políticas de oposición, silenciadas en España, solo podían aspirar al eco en las capitales extranjeras. Cuando se lograba, el régimen bramaba pero además los protagonistas de esas acciones encarecían el precio que supondría su detención y adquirían la condición de “no torturables”. Porque la presencia de periodistas extranjeros en un lugar determinado bloquea la comisión de excesos por las fuerzas policiales de los regímenes autoritarios.
Los periodistas españoles merecedores de ser considerados como tales, comprometidos con el advenimiento de las libertades y legítimos adversarios del régimen, buscaban ansiosamente por ejemplo a Haubrich para informarle y ganar así visibilidad internacional, la única que erosionaba al sistema y otorgaba prestigio. Así se establecía una activa simbiosis entre los nativos y los corresponsales más conscientes que se hacían responsables y ayudaban de manera decisiva a la causa de la libertad.
Ellos asumían riesgos porque debían aguantar las presiones sobre el terreno, las campañas de difamación, las expulsiones y las gestiones insidiosas de los embajadores de Franco ante las redacciones de sus medios. Las cartas de Ricardo de la Cierva, director general de Cultura Popular con Fraga en el ministerio de Información y Turismo, a la redacción de Fráncfort son un buen ejemplo de los intentos de que Haubrich fuera relevado.
En noviembre de 2001, al recibir el Premio Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos en su XVIII edición. Haubrich se dijo preocupado por el número cada vez mayor de periodistas que solo conocen la realidad de la que deben informar por la pantalla de la televisión o los ordenadores porque la falta de testigos oculares hace cada vez más fácil la manipulación. El entonces Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, al entregárselo expresó el reconocimiento a Haubrich por la labor informativa que desarrolló en condiciones difíciles cuando el compromiso con los valores democráticos suponía asumir riesgos. También, en su libro de memorias, Atando cabos, Raúl Morodo deja constancia de la gratitud debida al que ahora nos deja.
Miguel Ángel Aguilar.
Walter Haubrich, testigo y cronista, por Enrique Barón en El Huffington Post
Cuando mencioné el nombre de Haubrich en el Parlamento Europeo, un consejero mío alemán me dijo que los artículos de Walter en el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) habían sido decisivos para su tesis doctoral sobre el tardofranquismo. En efecto, Walter era una autoridad respetada no solo en el mundo periodístico hispanogermano sino también en el ámbito universitario. Pertenecía a la gran generación de corresponsales internacionales que jugó un admirable papel de información rigurosa y a la vez de apoyo activo a la transición democrática en España.
Conocí a Walter Haubrich en Valladolid en 1967. Él era lector de alemán en la Universidad, yo un joven profesor de Economía. Nos reuníamos en el Colegio mayor Santa Cruz, donde con un grupo de Profesores universitarios tratábamos de poner en común en conspirativas comidas información sobre la actualidad y la lucha contra la dictadura. Desde entonces, nuestra amistad continuó a través de una etapa decisiva de las historias de España, Portugal, Alemania y Europa, en la que sus crónicas adquirieron el rango de fuentes de autoridad. En el terreno personal, siempre le estaré agradecido por ser el amigo común que me presentó a mi esposa, la pintora Sofía Gandarias.
Pero la personalidad de Walter no se circunscribía a Europa. Su labor periodística y cultural tuvo una importantísima dimensión iberoamericana. Viajero incansable por el continente, fue testigo y cronista de su evolución desde las dictaduras a las democracias. Su relato no se circunscribió a lo político, fue un descubridor fundamental de la gran narrativa latinoamericana del realismo mágico para el público alemán. Sus recensiones en el suplemento cultural del FAZ, hicieron de él un referente para el mundo iberoamericano equivalente a Marcel Reich-Ranicki, autoridad indiscutida de la crítica literaria en Alemania.
Guardo con afecto el recuerdo del homenaje el Goethe Institut organizado por Margareta Hauschil que le dedicamos un grupo de amigos en su 75 cumpleaños. Felipe González, Miguel Angel Aguilar y Carsten Moser entre otros pudimos expresarle nuestra admiración y nuestra amistad. Con su hijo Miguel, destacado europeísta, continúo su tarea de tender puentes de comprensión y solidaridad entre europeos en un destino común.
Discurso de Walter Haubrich al recibir el Premio de Periodismo «Cerecedo»
Créanme si les digo que ningún otro premio hubiera podido darme una alegría mayor que el premio Francisco Cerecedo. Por muchos motivos: con el gran periodista y valeroso reportero Cuco Cerecedo me unió durante años una estrecha amistad. En nuestro común quehacer periodístico, tuve la suerte de coincidir con él en el extranjero varias veces. Cuando murió –siendo aún muy joven– en Colombia, mi periódico, el Frankfurter Allgemeine Zeitung, publicó una extensa nota necrológica. Porque, en aquel entonces, tampoco en Alemania era Cerecedo ningún desconocido.
Por pertenecer a ella desde hace tiempo, hace mucho que conozco y estoy familiarizado con la extraordinaria labor de la Asociación de Periodistas Europeos, que concede el premio y nombra el jurado. Entre los 17 que me precedieron en esta distinción se encuentran grandes nombres del periodismo español e importantes escritores que también publican en periódicos –como mi buen amigo Adam Michnik, también un extranjero. Tengo mucho que agradecer al jurado, entre otros a varios de sus miembros que me leen en alemán, por haberme dado acogida entre los acreditados nombres de los galardonados.
Nunca hubiera podido imaginar mejor reconocimiento a mi trabajo que esta distinción concedida por un jurado de ciudadanos del país del que en mi vida profesional me he ocupado más que de ningún otro.
Siempre, ya siendo niño, quise ser periodista y, por cierto, tan pronto como fuera posible, corresponsal en España. Y, aunque con un pequeño rodeo, una actividad docente en universidades, llegué a serlo. Un español, el comisario jefe de la Brigada Social del anterior regimen, el señor Yagüe, trató de presentarme esta aspiración profesional como absurda. Cuando me hizo detener por primera vez –hacía sólo unos días que había iniciado mi actividad de corresponsal en Madrid–, preguntó mientras hojeaba la información que tenía sobre mí: «¿Por qué le echaron de la universidad de Valladolid?». Mi respuesta de que la universidad de Valladolid de ninguna manera me había expulsado, sino que yo había puesto fin voluntariamente a mi actividad en ella para aceptar la oferta de entrar en la redacción del Frankfurter Allgemeine Zeitung, sólo le mereció una sonrisa irónica y una observación despectiva: «No querrá hacerme creer que alguien que es profesor en una universidad renuncia voluntariamente a esta actividad para hacerse periodista».
Pronto me di cuenta de que la opinión del jefe de policía política de Madrid no era necesariamente la de la mayoría de los españoles. A los corresponsales extranjeros, al menos a quienes, en los últimos años de la por fin extinguida dictadura, tratábamos de informar sobre la España real, sí que se nos tomaba en serio. Lo hacía la oposición democrática, a la que ofrecíamos la única plataforma para darse a conocer en el mundo y, por el reflujo de nuestras noticias, también en España; pero también el regimen, que no subestimaba nuestra influencia y que nos veía como adversarios políticos, cosa que no tendríamos por qué ser, o como fastidiosos perturbadores, y por eso trataba de amedrentarnos. En aquellos tiempos, la prensa extranjera, como no sufría censura ni tenía que someterse a ninguna consulta previa, desempeñaba un papel mucho más importante que el que tiene en situaciones democráticas normales. Algunos colegas españoles nos dieron entonces información importante. Información que ellos no podían publicar, pero que, precisamente porque eran buenos periodistas, querían ver publicada. Esta noche hay unos cuantos entre nosotros, y uno de ellos era Cuco Cerecedo.
A España le debo una de las experiencias más importantes y más bellas de mi vida, concretamente, la de vivir de manera consciente y comprometida la transición a la democracia. Fue un proceso que yo, como muchos españoles, llevaba tiempo esperando y que, con la monarquía parlamentaria, tuvo un resultado satisfactorio para la población. La transición española se convirtió en modelo de varios procesos de transición en Iberoamérica que también se llevaron a cabo con éxito, y en los que yo, como sucedió en Bolivia, Perú, Argentina y Chile, pude estar presente y escribir sobre ellos.
Países que, como España y los iberoamericanos, han tenido una historia contemporánea muy agitada, con períodos de opresión y resistencia, han exigido de los informadores la presencia directa en los acontecimientos y continuos y buenos contactos con los actores de los hechos políticos, lo que evitó que cayeran en el peligro del periodismo virtual tan extendido hoy en día. Me preocupa el número cada vez mayor de periodistas que conocen la realidad de la que deben informar solamente por la pantalla de la televisión o de los ordenadores. Con periodistas que pretenden informar de acontecimientos que no ha visto, de sitios que no han visitado, de personas que no han conocido, con cada vez menos testigos oculares, manipular la información se hace más fácil. Lógicamente, los testigos informadores deben tener los conocimientos necesarios para ordenar y valorar lo que han visto.
Empecé a conocer España a través de su literatura. Cuando pude viajar al país del que había leído todo cuanto tuve a mi alcance, me pareció bien conocido y familiar –y sus gentes respondían a la idea que me había hecho de ellas. Al cabo de algún tiempo, ya no pude ni quise dejar este país y, tras largas ausencias por trabajo en otros lugares, siempre he vuelto a Madrid.
De nuevo quiero dar las gracias a los miembros del jurado; gracias también a todos ustedes que han venido esta noche, a tantos colaboradores que me han ayudado, al periódico que siempre me ha publicado todo y a este país, donde nunca me sentí ni extraño ni extranjero.
Durante más de treinta años, las crónicas de Walter Haubrich para el Frankfurter han sabido transmitir, con gran humanidad y perspicacia, el sentido último de la realidad española, interpretado su actualidad en cada momento y reflejando muy especialmente ese largo camino de los españoles hacia un modelo de sociedad nueva como el que hoy disfrutamos, identificada con la democracia y plenamente integrada en Europa.
Desde la perspectiva de un sistema de libertades públicas ya consolidado, sentimos el grato deber de expresar nuestro reconocimiento ante una labor informativa desarrollada en condiciones difíciles, y en la que apostar por los valores democráticos suponía, como sigue suponiendo aún en muchos otros lugares del mundo, la asunción de riesgos mayores y un fuerte sentido del compromiso de la verdad, con la justicia y con la libertad. Un compromiso, en definitiva, con los mejores valores del periodismo.
Las crónicas de Haubrich para el Frankfurter Allgemeine Zeitung –como las crónicas en Le Monde de José Antonio Novais, también premio Cerecedo– significaron así, sobre sus virtudes intrínsecas de rigor y veracidad, una garantía internacional para los periodistas españoles y para las fuerzas democráticas de nuestro país, además de una de las claves del entendimiento entre los pueblos, que está en la base de los modelos de convivencia y de integración política entre países, como el que hoy compartimos en la Unión Europea.
La obra de Walter Haubrich es tan enjundiosa y atractiva por que nace del otro polo de esa gran tarea que es la construcción europea: su conocimiento e íntima comprensión de España, a la que también pertenece y en la que tan gustosamente le acogemos como amigo.
Si, como señala, con crítica irónica, el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger, «por lo visto han pasado los tiempos en que podía vivirse a la altura de la época», cabe decir aquí que la figura de este corresponsal, alemán de origen, pero casi español, es un ejemplo vivo y tenaz de cómo vivir el periodismo precisamente «a la altura de la época».
En una noche como esta, quisiera referirme también a esa particular vocación del periodismo que constituyen los corresponsales de guerra, entre los que figuró muchas veces Cuco Cerecedo y también ejerció nuestro hoy premiado. Ellos forman parte como se ha escrito de la infantería de la historia, pisan el terreno minado y a veces caen con los ojos abiertos.
Despedida en los medios
– Walter Haubrich, testigo comprometido con la libertad – Miguel Ángel Aguilar, El País
– El corresponsal de fondo – Juan Cruz, El País
– Voller Empathie und Leidenschaft – Klaus-Dieter Frankenberger, Frankfurter Allgemeine Zeitung
– Walter Haubrich gestorben – Thomas Urban, Süddeutsche Zeitung