Sus Majestades, autoridades, miembros del Jurado, señoras, señores.
Permítanme comenzar expresando mi más profundo agradecimiento a la Asociación de Periodistas Europeos, a los miembros del jurado del premio Cerecedo, al BBVA, entidad patrocinadora del galardón, y a todos ustedes que se han tomado el tiempo de acompañarnos esta noche para celebrar la posibilidad de comunicarnos a través de fronteras entre personas que hablan diferentes idiomas.
Me siento especialmente halagada y agradecida por recibir un premio español sin ser española. Pero soy una escritora que ha intentado, de distintas formas, acercar las historias españolas a otros públicos – estadounidense, británico, polaco – y, por supuesto, aproximar a España historias estadounidenses, británicas, polacas y de otros lugares: historias rusas, historias ucranianas, historias del pasado contadas desde el presente.
Hoy en día, damos por sentada esta posibilidad con demasiada frecuencia. Parece que debería ser fácil, en la era del traductor de Google, de las comunicaciones instantáneas y de las noticias durante las 24 horas del día, entender lo que está sucediendo en la ciudad de al lado o al otro lado del mundo. Sin embargo, la verdadera comprensión requiere mucho más que un vistazo al teléfono móvil. Requiere tiempo, esfuerzo, concentración, requiere informar de forma rigurosa y realizar un arduo trabajo editorial como el que lleváis a cabo muchas de las personas sentadas en esta sala, así como otros colegas en Europa y en todo el mundo.
Y este trabajo periodístico y editorial es ahora más importante que nunca. En la actualidad, las cosas que suceden muy lejos pueden tener un impacto inmediato en nuestras vidas de la misma manera que lo que suceden aquí también pueden tener eco en el otro lado del mundo. En los últimos años, crisis que parecían muy lejanas han tenido un gran impacto en nuestras vidas. La guerra de Siria parecía muy lejana para los europeos hasta que una ola de refugiados alteró la política europea. Los experimentos rusos con desinformación masiva parecían un problema exótico para los estadounidenses, hasta que afectó a sus elecciones. Como nos enseñó la pandemia de COVID, ahora nuestro mundo está profundamente integrado, nos guste o no.
Comprender, interpretar y explicar sucesos acaecidos en el extranjero no es una tarea sencilla para quienes trabajan en esta hermosa y pacífica ciudad. En otros lugares, las condiciones acostumbran a ser mucho peores. Algunos de nuestros compañeros periodistas deben hacer su trabajo viviendo en dictaduras, librando guerras o sufriendo desastres naturales. Algunos de ellos pagan un precio personal enorme, incluso dentro de la Unión Europea. En los últimos años, ha habido periodistas asesinados por grupos político-criminales en Eslovaquia y Malta; no mucho más lejos, en Bielorrusia y Turquía, los periodistas son perseguidos y encarcelados. En Rusia, uno de los vecinos de Europa, el último Premio Nobel de la Paz fue otorgado al editor de un diario cuyos periodistas han sido atacados, envenenados y disparados por sus reportajes. Aun así, él y su equipo siguen adelante, porque saben lo importante que es escribir el primer borrador de la historia, para informar a sus conciudadanos y al resto del mundo de lo que sucede a su alrededor.
También hay otras formas de ejercer presión. Nunca antes en la historia habían estado disponibles tantas herramientas, tanto para dictadores como para demócratas, para moldear y manipular la información que recibe la gente. Por supuesto, los autócratas comprendieron hace mucho tiempo que el control de la información puede ayudarlos a mantenerse en el poder. Durante el siglo XX varios gobiernos de este continente utilizaron la censura para garantizar que las personas tuvieran acceso solo a la información aprobada por el estado. El gobierno de China todavía opera de la misma manera utilizando censores e inteligencia artificial para controlar lo que los ciudadanos chinos pueden ver en Internet. Otras autocracias y estados iliberales (Rusia, Turquía e incluso Brasil) utilizan bots y trols para moldear las conversaciones on line, alejando a la gente de los medios independientes y aproximándolos a la información controlada por el estado.
Más recientemente, algunos líderes políticos, incluso en democracias, han empezado a creer que no necesitan controlar a los medios para moldear las opiniones políticas, sino que simplemente necesitan socavar la confianza que se tiene en esos medios. Líderes nacionales como Donald Trump o Viktor Orbán se mofan de los periodistas independientes y de las organizaciones periodísticas. Convierten las conferencias de prensa en eventos absurdos. A veces, ese tipo de burla y agresión deviene en violencia real, pero incluso cuando no lo hace, sigue resultando muy poderosa. Puede, por ejemplo, convencer a millones de personas de que no se vacunen. Puede convencerlos para volverse en contra de las instituciones democráticas o de su propio sistema electoral.
La denigración del periodismo también puede provocar que la ciudadanía ignore las pruebas de la corrupción o los delitos. De hecho, no es casualidad que la corrupción, la autocracia y la debilidad de los medios de comunicación vayan tan a menudo de la mano. Es mucho más sencillo salirse con la suya cuando no hay prensa, no hay periodismo ni hay periodistas que revelen sus delitos. Los autócratas, y aquellos a quienes les gustaría serlo, lo saben muy bien.
Permítanme concluir observando que estamos viviendo un momento inusual. Por un lado, la prensa independiente nunca ha sido tan necesaria. Para comprender un mundo complicado, necesitamos personas que estén dispuestas a dedicar tiempo a obtener información, organizarla y presentarla de manera que ayude a la gente a comprenderla. En España, en América, en Rusia, en todas partes, necesitamos periodistas que defiendan el interés público, de forma independiente, ahora más que nunca.
Al mismo tiempo, la prensa independiente nunca ha estado en tanto riesgo. Está amenazada por políticos que tratan de censurar el periodismo y debilitar a los periodistas. Tiene que mantener los estándares de calidad a pesar de que mengüen sus fuentes de ingresos. Tiene que competir por la atención con las campañas de desinformación y los mensajes emocionales que se difunden en las redes sociales a toda velocidad. Tiene que ganarse la confianza de los lectores frente a la burla y la agresión.
Permítanme terminar expresando mi gratitud por este premio, pero no por haber sido yo la galardonada. Gracias por apoyar el periodismo, por apoyar la profesionalidad y por apoyar la experiencia. Sin buena información, la diplomacia, el comercio e incluso la propia democracia serían imposibles. La civilización depende de la conversación racional y del debate civil que inspira el periodismo. Organizaciones como ésta, noches como ésta, nos recuerdan a todos lo importante que es una escritura independiente, una radiodifusión independiente y un pensamiento independiente, tanto para nuestras instituciones como para nuestro estilo de vida.
Gracias a todos de nuevo.