Publicado en La Vanguardia el 17 de Julio de 2011
Todo está al revés, o casi. Aún en el siglo pasado, el mundo occidental dijo estar empeñado –colonialismo mediante– en que la periferia funcionara. Era, se decía, la carga del hombre blanco o, si se quiere, la voluntad de llevarlos por el buen camino, incluido el religioso. Ahora todo parece distinto, especialmente en el terreno económico. «La crisis actual afecta a los países desarrollados, no a los de la periferia. Turquía, por ejemplo, crece al 11%; India, al 6%; China, al 8%. La crisis está instalada en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón», ha afirmado esta semana Javier Solana en el XXIII seminario sobre Europa Central organizado en San Sebastián por la Universidad del País Vasco y la Asociación de Periodistas Europeos (APE).
No sólo la economía va al revés. Adam Michnik, historiador y editor de Gazeta Wyborcza, contó en este seminario cómo un diputado polaco dijo, sin que se le cayera la cara de vergüenza, que el triunfo electoral de Barack Obama «significaba el final de la civilización blanca». Es de esperar, sin embargo, que el diputado polaco no se quejara de que, a diferencia del siglo pasado, los alemanes ya no quieran ir a la guerra, ni siquiera en Libia.
Muchos de los cambios que ahora conocemos comenzaron precisamente en el siglo XX. Por ejemplo, la creciente polarización, tanto política como periodística, que, a menudo, como ha sido el caso de la dieta mediática de Rupert Murdoch, ha significado lo mismo. Margaret Thatcher fue pionera en Europa en arremeter contra el consenso en política, y detrás de esta gran mujer se encontró un comunicador capaz de transformar los hechos en lo que debía percibir el lector.
Históricamente, la revolución ha sido cosa de la izquierda, convencida de que es (era) posible superar los defectos de la naturaleza humana. En Europa, el conservadurismo surgió como una reacción contra el proyecto ilustrado de reconstruir la sociedad según un modelo ideal. Pero en los últimos tres decenios, la revolución se hizo de derechas para cambiar el mundo, como ha escrito John Gray en Misa negra (Paidós, 2008). Así surgió la idea, publicitada por Murdoch, de que la sociedad no existe, sino que sólo hay individuos; que la desregulación de los mercados traería el capitalismo popular, y que la banalización de la información salvaría al sector de la prensa.
En 1864, Maurice Joly escribió Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu (El Aleph Editores, 2002), un panfleto contra Napoleón III que ilustra lo sencillo que puede ser convertir una democracia liberal en un régimen autoritario sin necesidad de abolir las instituciones representativas. Ante las explicaciones de Maquiavelo, Montesquieu, horrorizado, reconoce que el florentino está en lo cierto: la astucia sin escrúpulos del príncipe y la apatía política del pueblo pueden aliarse para corromper una democracia liberal. No hace falta decir quién es quién en los diálogos presentes.