El castrismo encarga un lavado de cara cosmético para Cuba a Miguel Díaz-Canel, por Pedro González

Artículo publicado originalmente en El Debate de Hoy por Pedro González el 21 de Abril de 2018

Los primeros pasos del nuevo presidente estarán controlados por el castrismo. Raúl Castro conservará la secretaría general del PCC tres años más.  Existe la duda entre los cubanos de si Díaz-Canel viene solo a efectuar un lavado de cara de la revolución castrista.

Cualquier cambio de caras en la cúpula que ostenta el poder en Cuba se observa con la esperanza de que acabe la dictadura más larga del continente americano. El régimen enarbola una etiqueta, revolucionario, pero sobre todo un apellido, Castro. Han pasado 120 años desde que Cuba se independizara de España, la mitad de ellos sometida a la férrea voluntad “revolucionaria”de Fidel y Raúl Castro Ruz.

Aunque con una base ideólogica marxista, el castrismo es en realidad un régimen único, basado en la voluntad omnipotente de un líder, cuyas órdenes no se discuten. La muerte de Fidel, y la ancianidad de Raúl y de los aún supervivientes de “la revolución de los barbudos”, han provocado el relevo parcial en algunas áreas del poder. Cambios adoptados teóricamente por la Asamblea Nacional del Poder Popular, un parlamento de 605 miembros, todos ellos escogidos de antemano, ya que fueron los mismos 605 candidatos autorizados a presentarse a las elecciones a las poltronas de dicho organismo del poder popular.  Estaba, pues, cantada la elección de Miguel Mario Díaz-Canel como nuevo presidente del país, puesto que tal era la voluntad de Raúl Castro, que le hizo su vicepresidente en 2013.

Si los Castro tenían raíces gallegas, Díaz-Canel las tiene asturianas. Bisnieto de un emigrante de Castropol, el nuevo presidente cubano, que acaba de cumplir los 58 años, es un hombre nacido, criado y doctorado en el Partido Comunista de Cuba (PCC), un consumado apparatchik que nunca se ha apartado lo más mínimo de la ortodoxia.

Sus primeros pasos estarán controlados, no obstante, por el castrismo. Raúl conservará hasta 2021 la secretaría general del PCC, que es donde radica el núcleo de las decisiones importantes. Además, su hijo, jefe del poderoso servicio secreto cubano, vigilará sin duda que no dé un mal paso o se salga de los márgenes marcados por el castrismo.

Se rompe por tanto la sucesión dinástica, aunque hay que acoger con escepticismo que eso sea definitivo, y que Díaz-Canel no sea más que un dirigente coyuntural, cuya tarea más importante sea precisamente la de efectuar un lavado de cara a la revolución castrista. Fuera de la tiranía chavista venezolana, ni sus antaño más firmes defensores encuentran un balance medianamente positivo en seis décadas de dictadura revolucionaria en Cuba.

Una herencia de ruina y desolación

La presunta apertura del régimen, jaleada y sostenida por Barack Obama, se ha traducido en nuevas y masivas salidas de cubanos hacia otros países latinoamericanos, Estados Unidos y Europa, y en un censo autorizado de cuentapropistas (pequeños empresarios autónomos) de 500.000 personas, todas ellas de probada fidelidad a la ortodoxia castrista-comunista. Otro medio millón de aspirantes a mejorar su vida merced a su esfuerzo emprendedor han tenido que desistir ante las presiones del régimen, tanto a través de impuestos confiscatorios sobre su actividad, como mediante cambios legislativos que impedían el normal desarrollo de un comercio cuando se le detectaba una “excesiva” prosperidad.

Reducido de 100.000 a apenas 40.000 barriles de petróleo diarios el maná que regala a La Habana, la Venezuela chavista-madurista, y frenado en seco por Donald Trump el deshielo cubano-estadounidense, el régimen cubano tenía una imperiosa necesidad de realimentar la propaganda, de volver a coger foco en la atención internacional haciendo creer que esta vez sí, que el castrismo se reforma, evoluciona y amanece una nueva Cuba.

Díaz-Canel no lo tiene fácil. De momento, en su hoja de servicios no aparece ninguna declaración que permita albergar fundadas esperanzas de cambio. Estos días sus discursos e intervenciones, escasas porque al igual que su mentor odia las entrevistas, han estado preñados de la palabra “continuidad”, previniendo incluso contra los que anhelan transformaciones de algún calado.

Tanto en la cercana Miami, la “Pequeña Habana”, como en otras latitudes de América Latina, los más esperanzados piensan que solo un apparatchik tan supuestamente dócil es lo único que permitía el clan de los Castro, y que ahora, ya desde la poltrona presidencial, le será más asequible proceder y justificar los cambios que quiera y le dejen emprender.

Para salir de la ruina y la desolación necesita con urgencia nuevas inversiones. Capital internacional ingente no le faltará si logra convencer a los escépticos, especialmente los asentados en  Nueva York y Florida, de que las reformas serán en serio y no meramente cosméticas. Habrá de detener la sangría de emigrantes que, apenas tienen un contacto de confianza en el exterior, anhelan salir de Cuba para rehacer su maltrecha vida. Deberá acabar con la ignominia verdaderamente antirrevolucionaria de la doble cotización del peso cubano, el carente de cotización y valor con el que se retribuye a los trabajadores de la isla, y el que se cambia en dólares, y al que solo acceden los privilegiados del régimen.

Los jirones de los antiguos emblemas

Aunque quienes lo disfrutan puedan estimar que viven en el mejor de los mundos posibles, el castrismo ya no da más de sí. Sus supuestas grandes conquistas sociales, como la sanidad y la educación, hoy son ya un eslogan desgastado. A los hospitales hay que llevarse hasta las sábanas, y la educación superior ha dejado de ser universal, sin contar con que la secundaria cuenta cada vez con un profesorado menos capacitado, ya que los mejores se buscan la vida como “repasadores” de apoyo, es decir dando clases particulares de las que sacan una mejor retribución.

Por supuesto, no está en los planes de Díaz-Canel hacer la más mínima concesión a la disidencia. Ha propuesto cerrar cualquier plataforma de opinión que exhiba sus discrepancias con el régimen. Tampoco le ofrecerá participar en el debate político so pretexto de que eso equivaldría a “favorecer el quintacolumnismo en el seno de la revolución”.

A menos que sorprenda, de momento, pues, Díaz-Canel responde a la imagen que le ha moldeado Raúl Castro: “No es un advenedizo, tampoco un improvisado”. O sea, para el por tres años máximo líder de la cúpula del PCC es por lo tanto el guardián de la finca.

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