Alteza, señoras y señores. Es un orgullo para mí, recibir el premio Francisco Cerecedo, que me ha otorgado la Asociación de Periodistas Europeos. Y más exactamente un jurado formado por un grupo de colegas y amigos que sin duda me quieren. Entre ellos deseo recordar por un momento a Luis Carandell. Y a todos, darles las gracias.
El Francisco Cerecedo es un premio de mucho prestigio entre los periodistas. Por la institución que lo otorga, y también debido a los profesionales que lo han recibido a lo largo de su historia, y entre los que me encontraré desde esta noche con muchísimo gusto.
Yo hago entrevistas. Es un género periodístico que tiene una peculiaridad; quien lo realiza necesita la ayuda de otra persona que colabore estrechamente con él, aun desde el desacuerdo, para llevar a cabo su trabajo. Creo que ese periodista-entrevistador, o entrevistadora, se parece a un espadachín que siempre se ve obligado a contar con un oponente, ya sea para hacer esgrima de salón o para batirse en duelo, y que en ambos casos no debe perder de vista los ojos de su contrario.
Por su parte, el entrevistado es siempre el protagonista, porque es quien guarda la información que queremos obtener y, que en definitiva, si quiere, nos negará. En ese caso, el peor de los supuestos, nos iremos con las manos vacías. A veces, las cosas también se complican cuando quien aceptó una propuesta de entrevista, no quiere responder a las cuestiones que se le preguntan, sino las que le interesan. Este protagonista pertenece al apartado de los que entienden la cita como una ocasión para ser utilizada. Hay otros, que inquietos al ver por escrito lo que dijeron, intentan introducir cambios sustanciales, o incluso retirar el texto completo.
Estos son ejemplos de malos encuentros; aunque no producen necesariamente malas entrevistas. Pero la mayoría de las veces los entrevistados suelen ayudar. Son los que colaboran con el periodista, que se esfuerzan por encontrar las palabras más precisas; que dan ideas al entrevistador de forma desinteresada, que se divierten con el juego que este género supone. E incluso hay quienes a lo largo de la conversación acaban descubriendo aspectos que ignoraban sobre sí mismos. Yo podría citar muchos ejemplos de esta clase.
Y también, algunos que yo llamaría encuentros en la tercera fase. Surgen cuando en medio de una cita normal de trabajo, de pronto se desvela ante ti una personalidad deslumbrante o conmovedora, alguien cuya vida y actividad saltan por encima de lo convencional. Esto pasa muy pocas veces. Por ejemplo, en la última temporada, me he encontrado con dos personas así: una era un misionero que trabaja en Sierra Leona; la otra, una canadiense que se ha pasado casi toda su vida adulta entre orangutanes.
Esto, sin embargo, no ocurre todos los días. Lo común a la inmensa mayoría de nuestros protagonistas, es el deseo de desvelar lo mejor de sí mismos, y ocultar lo menos favorable. Esto, que es natural, suele ser muy difícil de lograr. Porque cualquiera que converse con otro, y más si responde a preguntas sobre sí mismo, se dejará en la conversación jirones de sus sueños y de sus temores, de sus fracasos y sus éxitos. Pero, tampoco hay que exagerar, estamos hablando de unos pocos jirones… Y pretender obtener más que eso, el retrato de una persona a través de una entrevista periodística, es confundir las cosas.
Al final, lo que de verdad quería decirles es que soy consciente de cuanto les debo a tantas personas que me han ayudado a realizar mi trabajo. A los simpáticos y a los antipáticos, a los fáciles y a los difíciles. A los generosos y los tacaños.
A veces pienso que haberme especializado en la entrevista me ha dado más independencia que a otros colegas, pero no estoy segura. El caso es que sigo queriendo a esta profesión; la quise en los años de la transición, por unas razones, y luego la quise por otros motivos. Hoy, por ejemplo, me gustaría poder decir que en estos últimos años la prensa española ha avanzado en calidad e independencia, pero no voy a decirlo. Lo que sí es cierto es que el periodismo ya forma parte de mi vida.
Solo me queda recordar a Cuco Cerecedo, convertido en símbolo de buen periodismo gracias a la Asociación de Periodistas Europeos. Fue un profesional justo que supo trabajar con libertad y sentido del humor, dos cualidades que cuando van unidas, y si uno tiene buena pluma, como era su caso, hacen al gran periodista. Que Cuco sea un símbolo es bueno. Si las generaciones futuras lo toman como ejemplo, disfrutaran más, y serán mejores en su trabajo.
Gracias a todos por estar aquí.