Queridos amigos, gracias por acompañarme esta noche. Gracias a Carmen Romero por su presencia, al presidente del Gobierno, al presidente del jurado y al presidente de la Asociación de Periodistas Europeos por sus palabras. Gracias también al jurado y al presidente del Banco de Vizcaya, porque han hecho posible este premio. Y gracias, por último, a Antonio Asensio, presidente del grupo Zeta, por unirse al homenaje.
Como saben, quienes me conocen, el premio «Francisco Cerecedo» tiene para mí un valor especial. Hace casi veinte años que Juby Bustamante me presentó a Cuco, cuando trabajábamos todos en el diario Madrid. Yo aprendí el oficio junto a ella, Miguel Ángel Aguilar, José-Vicente de Juan, Anciones, Raúl del Pozo, Pilar Miró, Martín Prieto y un montón de amigos más y, por supuesto, al lado de Cuco Cerecedo.
Voy a hablar de él, porque aunque, lamentablemente, no está es el protagonista de la noche. Cuco era, por encima de todo, un excelente periodista. El único problema para los periódicos donde escribía es que, cada cierto tiempo, desaparecía para unirse a cualquier guerrilla olvidada de Oriente Medio. Todos los años, Cuco tomaba el té en Beirut con Arafat y hacía un viaje a Eritrea, que es donde dice Ignacio Fontes que vaga su alma. Le fascinaban los kurdos y su héroe era un tal Barzani, un guerrero mítico que era dueño de las montañas y traía en jaque a varios países árabes, por los que andaba vengando a su pueblo.
Una vez se perdió en la isla de Sokotora, al sur del Yemen, que era uno de sus sueños y, como no enviaba noticias, sus amigos estaban desesperados tratando de encontrarle. Al fin, pasados varios meses, se recibió en el Madrid un télex que decía: «Estoy bien. No puedo regresar. Enviad dinero. Cuco.» Apareció después flaco y renegrido, con historias de la guerrilla, fotos de mujeres kurdas y conchas del mar Rojo. Escribía sus crónicas como cuentos de «Las mil y una noches» con retazos de «Los desheredados de la Tierra». Cuco veía con humor y escepticismo la revolución, pero soñaba con ella comiendo dátiles bajo las palmeras o tomando té con menta en la calle de Recoletos. Era un nómada que, en ciertos períodos de calma, iba al fútbol o a los toros para escribir crónicas politizadas. Tenía un ídolo, gallego como él, que se llama Amancio.
Cuando se cansaba de la nocturnidad, se acercaba a Vigo para hacer queimadas con Eligio; o a Salamanca, con Julia; o a la cashba de Argel, para intercambiar sus fetiches con los líderes tercermundistas. Fue dejando amigos por todas partes. Alguno llegó a ocupar palacios presidenciales. Pero como la revolución no triunfó, la mayoría permanecen en las jaimas del desierto o en pequeños departamentos de Buenos Aires, donde sobreviven después de un largo exilio.
Un día, hace quince años, el Madrid saltó por los aires. Allí estábamos todos, viendo la triste explosión. Y después tuvimos que buscar trabajo en otros sitios.
Tras la muerte de Franco, Cuco empezó a escribir más sobre España, para desgracia del viejo régimen. Su libro Figuras de la fiesta nacional es un excelente retrato taurino de los políticos. Los franquistas se querellaron contra el autor. Sin embargo, los demócratas lo aceptaron con buen humor. Ahí empezaba la democracia que Cuco apenas tuvo tiempo de disfrutar. El libro estaba ya en imprenta cuando Cuco moría en Bogotá, a los 37 años. Fue testigo de esa mala hora Felipe González, que ahora es presidente del Gobierno. Cuco acompañó al líder socialista sin saber que aquél sería su último viaje.
Me conceden este premio para honrar su memoria y eso intento. El jurado, presidido por Leopoldo Calvo Sotelo, destacó de mi trabajo «el rigor y la capacidad de oír, entender y comunicar las ideas de los demás», que es una frase rotunda y precisa. Llevo tres años haciendo entrevistas políticas en Tiempo, cuando, precisamente, Carlos Luis Álvarez se cansó de hacerlas. De manera que tengo varios motivos de agradecimiento hacia Carlos Luis. El sabe lo difícil que resulta acudir cada semana a la cita. Pero cuando consigues al personaje, te entiendes con él, logras resumir sus largas conversaciones en tres páginas y ves que has cumplido, te quedas muy satisfecho. Más aún, cuando el personaje admite que has logrado transcribir sus ideas y, sobre todo, cuando el lector dice que tus preguntas son tremendas.
En Tiempo me dan ciertas facilidades. Julián Lago, quiero decirlo, ha respetado el rigor premiado, cosa que no sucede en todos los sitios. A veces, lo respeta contra su voluntad y me lo confiesa, porque tienes que sacrificar un titular o una portada por culpa de mi exceso de fidelidad a la hora de «comunicar las ideas de los demás».
Me gusta especialmente que destaquen el rigor de mis entrevistas, porque a las mujeres nos exigen huir de la frivolidad. No es el mejor momento para hacer manifiestos feministas, pero sólo quiero decir que valoro mucho la presencia de Juby Bustamante y de Pilar Miró, dos mujeres que me han ayudado a lo largo de mi vida. Estoy orgullosa de ser la primera periodista que obtiene esta medalla, sobre todo, al ver quienes me preceden en el premio. Rafael Sánchez Ferlosio, Javier Pradera y José Antonio Novais son tres biografías diversas, pero igual de admirables.
Espero que detrás de mí vayan pasando otras compañeras. Veo algunas de estas mesas con más méritos profesionales que el del rigor y la capacidad para transmitir ideas. Yo no sé que hubiera sido de Javier Solana, Carlos Solchaga, Fernando Ledesma o Leopoldo Calvo Sotelo si Maruja Torres los pilla en uno de sus buenos momentos. Maruja es terrible, pero más simpática que yo. Yo llego, saludo, pregunto, espero respuestas y me voy como si fuera el cartero. Hablo bajito y con mucha educación, por eso me permiten que les pregunte lo que quiera. Los lectores no se imaginan que sea tan pacífica, porque dicen que trato a los personajes con dureza. No es cierto. Lo que pasa es que la palabra se endurece cuando queda escrita. Eso lo sabe muy bien el presidente del Gobierno, que matiza y matiza hasta dulcificar las ideas. Y siempre te advierte que las cosas suenan duro cuando carecen de entonación. Por eso Fraga se ponía tan terrible al pasar por la imprenta, porque nunca mantiene una conversacion, sino que responde estrictamente a la cuestión, como si estuviera en un juicio.
Tengo interés en aclarar que no soy una entrevistadora impertinente, como verán, aunque se lo parezca a quienes me lean. Nadie me ha negado una entrevista y eso lo considero un récord. En estos tres últimos años he dado varias vueltas a toda la clase política, me gustaría, eso sí, atrapar a los banqueros. No sé por qué tienen que ser piezas exclusivas de los especialistas en economía. Y como tengo aquí uno de los más notables, Pedro Toledo, al que además le he agradecido ya su decisiva aportación al premio, le voy a pedir algo. Que me conceda la próxima entrevista y que me hable de política. Pero de eso, luego hablaremos.
Gracias a todos mis amigos, que son muchos los que están aquí esta noche.