Discurso de Miguel Muñiz, Presidente del Jurado, en la entrega del VI Premio de Periodismo «Francisco Cerecedo»

Entrega del VI Premio de Periodismo Francisco Cerecedo

El premio que hoy nos convoca en torno a Raúl del Pozo ha adquirido una valor simbólico para las nuevas generaciones de periodistas. La trayectoria de Francisco Cerecedo, el inolvidable Cuco, es un espléndido exponente del periodista de raza, el que se mide con las noticias y con el idioma. Esas son, también, las coordenadas que definen el espacio periodístico del premiado de esta noche, Raúl del Pozo. Ciertamente la memoria del uno y la presencia del otro se ven hoy unidas por la circunstancia del premio, pero, repito, no resulta forzado decir que para mí Cuco Cerecedo y Raúl del Pozo pertenecen a esa estirpe de periodistas, de escritores, que lo dan todo en sus artículos. Cada uno de ellos con un estilo propio pero, sin embargo, idénticos en la forma de entender el periodismo: una entrega arriesgada, la pasión por la objetividad subjetiva.

Con Raúl uno siempre está de acuerdo en la calidad de la escritura, más allá de la tesis que pueda defender en cada folio: su forma de escribir, irreverente, subversiva, trastocadora y, por tanto, llena de hallazgos de lenguaje, de fecundas relaciones de ideas, de esas asociaciones de imágenes sorpresivas que permiten ver el otro lado de la realidad y el lado que uno quiere celosamente ocultar de sí mismo. Estamos ante alguien al que el jurado, en el acta de concesión, caracteriza no como un periodista de cámara, sino de campo abierto, convencido de la vieja sabiduría que nos habla de la dificultad de saber y del carácter inasible de la verdad.

El periodismo de Raúl del Pozo no atiende sólo a la realidad, se ocupa también de la existencia, es decir, de las capacidades humanas.

Raúl del Pozo sabe que no hay que dejarse arrastrar por el deseo de juzgar antes que de comprender. Y que, como se ha escrito de los poetas, el periodista al servicio de una verdad que no sea la que está por descubrir, es un falso periodista. En definitiva, a uno el gusta el flagelo cuando el golpe es estético.

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