Alteza, señoras y señores. Mis palabras, lo sé, expresarán solamente una pequeña parte de la emocionada gratitud que siento al recibir el premio Francisco Cerecedo de este año de 1998. Quiero, no obstante, que todos ustedes, los miembros de la Asociación de Periodistas Europeos, los del jurado que tan generosamente ha valorado mis escasos méritos, y los amigos que hoy nos acompañan, tengan la seguridad de que trataré de cumplir con las responsabilidades que la concesión de este altísimo honor trae aparejadas y de que procuraré, con hechos y con palabras, hacerme digno de esta distinción.
Soy consciente de lo que este premio tiene de reconocimiento a un labor que no es sólo mía, sino de todos aquellos que, durante unos años difíciles para mi País Vasco y trágicos para muchas familias de otras partes de España, han intentado combatir el fanatismo y la brutalidad terrorista con las únicas armas de la palabra y de la razón. No vacilo, por tanto, en arrogarme aquí la representación de un puñado de compañeros de la universidad y de la prensa escrita que, desde los primeros tiempos de la transición a la democracia, han trabajado más que yo por la convivencia en paz y libertad de las gentes de Vasconia y de España entera. No voy a mencionar más nombres que el de uno que se nos quedó en el camino, víctima de la estúpida barbarie de los liberticidas: Francisco Tomás y Valiente. En la figura del inolvidable Paco Tomás y Valiente, querido amigo y maestro de no pocos profesores de la universidad a la que pertenezco, cifro yo el arquetipo del universitario al que el compromiso ético con la defensa de las libertades empuja hacia el periodismo, es decir, hacia la práctica de una pedagogía civil que se niega a limitarse al espacio del aula. Defender la libertad supone poner la vida al tablero, y esto Tomás y Valiente lo sabía, y aceptó el riesgo. Como el premio Francisco Cerecedo me ha sido concedido también por conceptos tan dudosos como el valor de la poesía que escribo, espero que no consideren una pedantería insufrible que cite los últimos versos de un poema que dediqué a su recuerdo:
Pero en los sucios días del terror
a visitarnos vuelve la memoria de alguno
que escogió resistir a trueque de la vida.
Atisbamos un brillo de estrellas temblorosas
y se va abriendo paso la certeza
de un destino posible
en medio de este tiempo de antiguo encabritado:
un destino mortal, y, con todo, un destino
más querido, más libre, más alto, más valiente…
Estos últimos meses, en Valencia, donde imparto un curso, me he acordado con frecuencia de Paco Tomás y Valiente. Mientras paseo por las calles de su ciudad natal, pienso en las otras ciudades en que vivió: Salamanca y Madrid. Tomás y Valiente fue un salmantino y un madrileño de corazón, más que de adopción. Su muerte hizo de él un vasco, mucho más vasco que los que ensangrentaron su despacho en la Universidad Autónoma de Madrid y han llenado de dolor y de miedo y de humillación mi tierra. Porque Tomás y Valiente luchó por un País Vasco en libertad. En mi poema lo califiqué de resistente, y Paco lo fue en el más noble de los sentidos posibles. La libertad política, decía Ortega citando a Royer-Collard, es una forma de resistencia, y quien resiste, como Tomás y Valiente, es un hombre libre por más que lo acosen los sicarios del terror. Paco Tomás y Valiente murió como mueren los hombres libres y, por eso, los que tuvimos la suerte de ser sus amigos podemos decir, con el poeta castellano, que «aunque la vida perdió / dejónos harto consuelo / su memoria». En el País Vasco, su memoria ha sido un fermento de resistencia entre universitarios que, como él, han hecho del periodismo el arma fundamental para la defensa de la libertad política. Alguien aseguraba, recientemente, que en un hipotético País Vasco separado de España se permitiría a un hipotético salmantino –a un Tomás y Valiente, por ejemplo– votar en las elecciones municipales, toda vez que la Unión Europea así lo dispone y no habría modo alguno de evitarlo. Mientras se escuchen desatinos semejantes, la resistencia seguirá estando en mi País Vasco a la orden del día. Por mi parte, puedo prometerles a ustedes que no me daré tregua en esa tarea de defender las libertades, llamada periodismo por mor de la brevedad. Muchas gracias.