Mi agradecimiento, en primer lugar, a la Asociación de Periodistas Europeos y, en particular, a su Presidente, Diego Carcedo, y a su Secretario General, Miguel Ángel Aguilar, así como a la Fundación Carlos de Amberes que nos acoge, por esta invitación para hablarles de los proyectos para la Presidencia española del Consejo de la Unión Europea, que, como saben, ejerceremos durante el primer semestre de 2010.
Quedan aún unos cuantos meses para ello, pero ya sabemos que la nuestra va a tener que ser una Presidencia exigente y comprometida.
No podría ser otra la actitud de un país europeísta como España al asumirla en un tiempo tan complejo y tan incierto como el que estamos viviendo. Tan complejo y tan incierto para la comunidad internacional, para cada uno de sus Estados y también para la Unión, para su realidad actual y para su futuro.
Necesitamos, como pocas veces en las últimas décadas, una Europa fuerte, que sepa ejercer su liderazgo, y como tal cosa no está hoy garantizada nuestro compromiso con esa idea de Europa ha de ser, si cabe, mayor.
Permítanme, entonces, que comience esta intervención hablando de Europa, de Europa hoy. Es decir, de Europa ante la muy grave crisis económica global que estamos sufriendo; de Europa ante el desafío de construir un modelo productivo sostenible y equilibrado para todos; de Europa ante el reto pendiente de su propia integración política; de Europa, en fin, en el tránsito -sin duda deseable, pero no fácil- hacia un sistema multipolar de relaciones internacionales.
Porque todo esto es lo que Europa se juega ahora y en los próximos meses. Y es, por tanto, sobre esta realidad -que puede contemplarse con esperanza pero también con temor a la frustración- sobre la que ejercerá España, con todas las consecuencias, comprometida y exigente, su Presidencia.
No trato con estas palabras -por si hubiera alguna duda- de invitar a una reflexión teórica, siembre bienvenida por lo demás, sobre el proyecto europeo. Lo que planteo me parece más apremiante: es buscar soluciones, es acertar a definir el papel de Europa, de la Unión de sus instituciones y de sus actores, para un presente y un futuro inmediato rodeados de incertidumbre.
Procuraré expresarlo con toda claridad para reflejar la intensidad de mi convicción: del liderazgo de Europa en este tiempo de crisis, dependerá en buena medida cuándo y cómo la superaremos los países miembros; del liderazgo de Europa en este tiempo de cambios, dependerá la estructura del nuevo sistema financiero internacional; y el mayor o menor compromiso con un orden internacional justo y equilibrado, con la lucha contra el cambio climático, y con la consecución de los Objetivos del Milenio.
Todo ello no depende sólo del liderazgo de Europa, de un papel responsable y activo de la Unión, es verdad, pero sin él nada de lo mencionado será igual. Y para España, para la posición mayoritaria de los ciudadanos españoles será peor; sin duda, peor. Para España el éxito de este planteamiento será clave de su propio éxito.
En definitiva -y parafraseando unos términos bien conocidos-, Europa tiene que ser, en este impreciso trance constituyente en el que se encuentra el mundo, una potencia imprescindible. Imprescindible que es lo opuesto a prescindible.
A mi juicio, la Unión ha mostrado actitudes positivas, de liderazgo, en la reacción frente al crash financiero de septiembre, pero no podemos sentirnos tan satisfechos de otros comportamientos que estamos viendo en la Unión estos meses. Hay algunos síntomas inquietantes de nacionalismo antieuropeo, de xenofobia, y también son visibles las tentaciones proteccionistas. Tampoco hemos acertado siempre en este último periodo a modular el liderazgo en el seno de la Unión, a conjugar el liderazgo institucional con el de algunos países miembros, a impulsar concertadamente el papel más activo que al parecer todos deseamos…
Para conseguir todos estos objetivos necesitamos una Europa fuerte, que es la que comenzamos a diseñar en el Tratado de Lisboa: la Europa de la integración, de la solidaridad, de la innovación, de la competitividad, de la educación, de la ciudadanía, y la Europa con una sola voz en el mundo.
Para una Europa más fuerte, el Tratado de Lisboa crea unas instituciones fuertes: un presidente del Consejo Europeo que ha de ser una personalidad con peso político, un alto representante de la política exterior y de seguridad eficaz, una Comisión Europea independiente y dinámica, y un Parlamento Europeo que refuerza sus competencias.
Si las cosas van como se espera, la puesta en práctica del Tratado se hará esencialmente durante la Presidencia española. Pero hoy por hoy ello depende del referéndum irlandés. Irlanda, por cierto, no es la causa de nuestra debilidad, de la debilidad de Europa, sino más bien su consecuencia.
Como saben, el Gobierno irlandés se ha comprometido a celebrar antes del término del mandato de la actual Comisión Europea, es decir antes del próximo 1 de noviembre, un nuevo referéndum sobre el Tratado de Lisboa.
Confío en que el pueblo irlandés valore el esfuerzo que ha hecho, hasta donde podía, el Consejo Europeo precisando el alcance de las cuestiones que les trasladó el Gobierno de Irlanda. Que valore eso y, sobre todo, su interés en respaldar el Tratado para construir esa Europa más fuerte, que bien podría resultar más acuciante a los ojos de los irlandeses en estos tiempos de aguda crisis que nos afecta a todos.
España desea vivamente que se produzca ese respaldo. Para la Presidencia española será, sin duda, más fácil trabajar en favor de la fortaleza de Europa poniendo en marcha el nuevo marco institucional. Pero perseguiremos ese objetivo en todo caso, con o sin nuevo Tratado, y hemos previsto los dos escenarios.
Además, en cierto modo, nos vamos a anticipar ya a Lisboa haciendo algo verdaderamente innovador, que es preparar una Presidencia en coordinación, como es natural, con la Presidencia anterior, Suecia, y también, en trío, con las dos posteriores, Bélgica y Hungría, lo que dará mayor continuidad al proceso y resultará beneficioso para todos los europeos, en lo que ha venido trabajando la Secretaría del Estado para la Unión Europea en los últimos meses.
Señoras y señores,
Hace 50 años Europa se construyó a partir del desarrollo económico, con la agricultura, con el mercado común y con lo que Schuman llamó las “solidaridades de hecho”.
Para el Gobierno de España, hoy, en un mundo globalizado, la fortaleza de Europa hay que asentarla en dos grandes principios: la capacidad de generar innovación en todos los terrenos; y la de promover la igualdad en sus diversas manifestaciones, y tanto hacia dentro como hacia fuera.
Todas las acciones de nuestra Presidencia van a estar guiadas por estas dos ideas motrices trasversales.
La innovación, la entendemos no sólo como tecnológica, sino también económica, institucional y política. La innovación es condición sine qua non para que los europeos salgamos bien de la crisis, con la posibilidad real de generar nuevos empleos. No hay nada más opuesto a este gran objetivo que quedarnos convertidos en una suerte de gran museo sin peso en el mundo.
La segunda idea, es la de la igualdad. Europa ha liderado la lucha por la igualdad de oportunidades, y por la solidaridad entre grupos sociales, entre regiones y Estados; también hacia el exterior habiéndose convertido en el primer donante global de ayuda al desarrollo. Y por la igualdad de género. El mundo que ahora estamos construyendo necesita profundizar en la igualdad, en la solidaridad, en la cohesión. El liderazgo de Europa en este momento pasa por hacer valer esta seña de identidad.
La innovación y la igualdad van a dar sentido, van a impregnar las tres prioridades de nuestra Presidencia:
– En primer lugar, el impulso hacia un nuevo modelo económico que lleve a Europa a ponerse al frente de la competitividad global y permita salir mejor y más fácilmente de la actual crisis económica y financiera.
– En segundo término, la reafirmación y profundización en la Europa social; en la Europa solidaria hacia sus ciudadanos y hacia las poblaciones que la rodean.
– Finalmente, la adaptación al nuevo mundo multipolar de una Unión que tiene que tener una sola voz y una sola manera de actuar.
La dimensión europea ha estado presente desde un principio en las medidas que hemos ido tomando frente a la crisis. Ha habido coordinación europea y no sólo entre Estados sino también con las instituciones para lanzar un estímulo de 200.000 millones de euros o 1,5% del PIB comunitario.
Ya en la Cumbre del G-20 en Washington optamos por una salida coordinada de la crisis. Ahora, a principios de abril en Londres, hay que completar la tarea participando en el diseño del nuevo sistema financiero. Previamente se celebrarán reuniones preparatorias entre los 27 y los Gobiernos europeos que asistiremos a Londres para conjugar nuestras posiciones. La Unión Europea tiene que ir a Londres preparada para hablar con una misma voz y liderar una reunión que vaya más allá de declaraciones conjuntas y tome verdaderas decisiones a corto y también a medio plazo, a través de una tarea que se prolongará en el tiempo.
No necesito recordar en este momento lo que significa para España participar en este proyecto constituyente global, al habernos incorporado al Grupo de países que lo lidera. Por desgraciadas razones históricas, estuvimos ausentes de Bretton Woods, San Francisco e incluso Roma. Esta vez hemos recuperado el lugar que nos corresponde.
La posibilidad cierta de hacer valer la posición de la Unión Europea no hubiera sido posible sin lo que es hoy uno de nuestros principales activos: el euro. El papel del Banco Central Europeo, para dotar de liquidez del sistema financiero y propiciar la rebaja de los tipos de interés, está resultando determinante.
A los agoreros del euro, que van sembrando la idea de que la unión monetaria, que acaba de cumplir sus 10 años, está en peligro les replicaría que la moneda única ha constituido y constituye un asidero de estabilidad que, por encima de todo, es el valor más apreciable, más decisivo, en tiempos de tanta incertidumbre como los que vivimos. No es casual, por ello, que empiece a haber colar para ingresar en la Unión monetaria.
Crear el área más dinámica y de mayor competitividad económica del mundo fue el objetivo que nos fijamos cuando adoptamos la llamada “estrategia de Lisboa” también hace diez años.
Ésta vía innovadora ha dado unos resultados positivos, pero por debajo de las aspiraciones iniciales. Necesitamos una estrategia económica europea reforzada, dotada de nuevos instrumentos para construir la Europa de la innovación y del empleo. No podemos esperar otros 10 años para conseguirlo.
Por ello, durante la Presidencia española vamos a impulsar una revisión en profundidad, radical, que significa ir a las raíces, de la estrategia de Lisboa. Para ello, la coordinación no va a bastar; a medio y largo plazo debemos pensar en estrategias más avanzadas. Tras la experiencia de esta crisis, debemos tomar pasos valientes y osados que esta vez nos permitan de verdad lograr que la UE se convierta rápidamente en el área económica más dinámica del mundo.
Para lograr que Europa se transforme en locomotora de la economía global y avance hacia la unión política debemos también progresar en una política energética común. Y es, de nuevo, en nuestra Presidencia cuando deberá aplicarse el II Plan de acción energético trianual (2010-2012). Debemos también avanzar el plan de grandes infraestructuras en Europa.
La Unión Europea debe seguir en la vanguardia en la lucha contra el calentamiento global y sus efectos. De que nos mantengamos unidos y con objetivos claros los europeos dependerán mucho de los resultados de la Cumbre sobre Cambio Climático de Copenhague de diciembre próximo, que ha de sentar las bases para un post-Kioto. Y la actitud de la nueva Administración Obama es muy alentadora respecto al cambio de política que defenderá Estados Unidos.
Por tanto, primera prioridad de la Presidencia española: proseguir la lucha por dejar atrás la crisis y alzar un nuevo modelo económico, más competitivo, más innovador, más sostenible.
Segunda prioridad, la profundización en la Europa social, en los derechos sociales, en la igualdad efectiva entre las mujeres y los hombres europeos, en resumen, se trata de recuperar y potenciar el concepto y la práctica de la ciudadanía europea.
Frente al recelo proyectado, interesada y pertinazmente, durante unos cuantos años por las corrientes de pensamiento neoliberal y neoconservador, el modelo de economía social europea se ha convertido en el modelo a seguir para superar esta crisis.
Hay que actualizar y reforzar la política de cohesión económica y social, que tan buenos resultados ha dado en España, entre otros países, y que ahora puede extenderse a los países y regiones que han entrado con más atraso en la UE. Nos proponemos, por esta razón, impulsar un nuevo estatuto sobre las Regiones Ultraperiféricas.
Me propongo, asimismo, avanzar en la constitución de una sociedad civil europea definitivamente anclada en la igualdad de género, franqueando los espacios, públicos y privados, que aún se resisten a ella y convertir la lucha contra la violencia de género en un objetivo europeo enriquecido con las mejores aportaciones de algunos de los Estados miembros.
Quizás uno de los programas que, a lo largo del tiempo, más ha contribuido a hacer Europa desde su misma base ha sido el “Erasmus” de becas para estudiantes. Voy a proponer ampliar este tipo de programas a otros ámbitos de la vida profesional.
También vamos a aprovechar la Presidencia española para seguir conformando una auténtica política europea de inmigración. Esperamos avanzar de forma significativa en la integración plena de los inmigrantes en nuestras sociedades, en la creación de un marco de diálogo y cooperación fluido con los países de origen y tránsito de la inmigración, y en el establecimiento de nuevos sistemas de control de nuestras fronteras exteriores.
En particular, España ha desarrollado una política nacional de inmigración. Lo hemos conseguido sin que en España se produzcan estallidos xenófobos como los que vemos en otros lugares. Hemos logrado trasladar a la Unión Europea nuestra visión y junto con el resto de los Estados miembros empezar a construir entre todos una política común.
Nuestro objetivo fundamental tiene que ser el reforzamiento de los valores de la libertad, de la dignidad humana, de la seguridad y de la justicia, es decir, de los rasgos definitorios, y por tanto irrenunciables, de la Europa en la que creemos.
Una nueva dimensión para nuestra Presidencia: 2010 será el Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, que es tanto como proclamar el año de la solidaridad, hacia dentro y hacia fuera de las lindes de la Unión.
Vamos a insistir en Londres y, por supuesto, durante nuestra Presidencia en que en estos momentos de crisis financiera y desaceleración económica mundial hay que hacer un esfuerzo especial para evitar que los países en desarrollo vean disminuir los canales y flujos de financiación necesarios para alcanzar sus objetivos de desarrollo.
Mi Gobierno mantiene el compromiso de destinar el 0,7% del PIB a la Ayuda Oficial al Desarrollo al final de la actual Legislatura. La lucha contra el hambre y la pobreza continuará siendo objetivo prioritario en la política de cooperación española, tal y como lo expresé recientemente en el acto de clausura de la Reunión de alto nivel sobre Seguridad Alimentaria para Todos que recientemente celebramos en Madrid, como reiteré el pasado martes en el debate en el Congreso sobre la economía y el empleo.
El liderazgo de Europa en el futuro va a depender en buena medida, en mi opinión, de su compromiso creciente con la política de cooperación al desarrollo. Una política, un compromiso -no lo olvidemos- que tiene un doble valor: un valor moral indiscutible, y apremiante, por un lado; y de prevención de los conflictos que alimenta la pobreza extrema, por otro.
La cooperación europea al desarrollo de los pueblos nos permite renovar los ideales europeos. La idea fundacional de Europa fue la paz. La paz sigue siendo el designio de Europa pero la paz para todos ya no puede concebirse sin la solidaridad.
En consecuencia, queremos que la Presidencia española sea juzgada también por los avances en el modelo social europeo, en la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, en la política común de inmigración y en la cooperación al desarrollo. No puedo ni quiero olvidarme de la defensa de los derechos humanos, que es uno de los pilares fundamentales de la construcción europea y de su proyección al exterior. Desgraciadamente, ha habido una pérdida de peso de Europa en este terreno, que hemos de recuperar.
Y paso, así, a abordar, por último, nuestra tercera prioridad.
Un mundo multipolar ofrece a Europa nuevas oportunidades para el liderazgo, pero hay que saber aprovecharlas. Somos la primera potencia comercial, el primer donante de ayuda exterior, el segundo en cuanto a capacidad militar. Si queremos hacer valer estos atributos en la escena internacional es imprescindible avanzar en la integración de la política exterior y de seguridad. Y tanto la abierta coyuntura actual como el Tratado de Lisboa nos brindan una excelente ocasión para hacerlo.
En primer lugar pretendo que la Presidencia española dé un espaldarazo a Croacia dentro de la Unión Europea y a los anhelos de Turquía de ingresar en la UE. Este gran país lleva esperando demasiado tiempo a sus puertas.
Quiero que la Presidencia española se distinga por ser ‘euroamericana’, en la más amplia acepción del término.
Desde luego, tenemos que conceder una importancia central a la relación de la Unión Europea con América Latina y el Caribe, trabajando intensamente por el fortalecimiento de esta asociación estratégica birregional que hemos venido construyendo en los últimos años.
Pondremos, en este sentido, todo nuestro empeño en que la VI Cumbre constituya un salto cualitativo en el fortalecimiento de la relación esencial entre dos regiones del mundo que compartimos fuertes lazos históricos, sociales, culturales y económico. Y ya, definitivamente, también, valores y principios democráticos y un compromiso en favor de la paz, de los derechos humanos y del multilateralismo.
Aspiramos a que se materialice la firma del Acuerdo de Asociación entre la UE y Centroamérica, el primero de los Acuerdos entre ambos bloques regionales.
En el nuevo mundo multipolar que se abre camino, Europa y Estados Unidos deben seguir siendo aliados y socios esenciales. Tenemos una estupenda ocasión para fortalecer la relación transatlántica con la nueva Administración. Pero Europa debe ser también capaz de responder a esas expectativas, de estar a la altura de las circunstancias. Y lo que ha de valer para la lucha contra el cambio climático, para las negociaciones comerciales para cerrar de una vez la Ronda Doha, debe valer también para asumir más responsabilidades en mantener la paz y seguridad internacional, muy especialmente en nuestro entorno más cercano. Y también en el lejano, cuando esté en riesgo la paz mundial.
En 2010 se cumplirán quince años desde que España, en una anterior Presidencia, bajo otro Gobierno socialista, impulsó lo que se vino a llamar la Nueva Agenda Transatlántica para mejorar las relaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos. Pues bien, nos proponemos que la cumbre UE-Estados Unidos que celebraremos en la primavera de 2010 apruebe una Agenda Transatlántica Renovada.
La política de vecindad va a ocupar igualmente un espacio relevante en nuestra Presidencia, ya sea con la Unión por el Mediterráneo, cuya cumbre esperamos celebrar cuando se cumplan también 15 años del Proceso de Barcelona, y con Marruecos, con el que esperamos profundizar en el Estatuto Avanzado de asociación ya alcanzado.
Asimismo, la Presidencia española mirará a África, continente que día a día cobra más importancia para nosotros. En este caso, nuestras relaciones se fundamentan en dos pilares: el Diálogo Político Global UE-África y la Estrategia Conjunta UE-África aprobada en la pasada Cumbre de Lisboa.
En cuanto a Rusia, debemos integrarla en el espacio euroatlántico en construcción. La actitud tanto de los actuales dirigentes rusos como la de la Administración Obama abre una ventana de oportunidad que hemos de aprovechar.
Desarrollaremos una muy extensa actividad exterior en otros lugares del mundo, impulsando las relaciones con Asia. Concretamente destaco la cumbre con Japón. E impulsaremos las relaciones con China e India. El renacer de China -habló de renacer pues en 1820 China representaba el 33% del PIB mundial- junto al de India es uno de los grandes cambios de nuestro mundo en este siglo.
Y, naturalmente, está Oriente Próximo y los esfuerzos que los europeos hemos de dedicar a una estabilidad y paz regional que parta de un nuevo arranque, que primero consolide el alto el fuego y posteriormente permita volver a encauzar un proceso de paz entre israelíes y palestinos.
Vamos a impulsar de forma decidida la política común de seguridad y defensa europea. Naturalmente, en este terreno, que entre en vigor o no el Tratado de Lisboa no será en absoluto indiferente.
Intentaremos impulsar el desarrollo de la Estrategia de Seguridad Europea, revisada, planteando objetivos estratégicos en relación con operaciones, capacidades y partenariados. Previamente, porque está muy ligado a ello, nos proponemos elaborar una Estrategia Nacional de Seguridad que creo será muy útil para la labor de la Administración, pero también para la comprensión de los ciudadanos de los retos a que nos enfrentamos.
Prestaremos especial atención a las relaciones entre la Unión Europea y la OTAN, y estudiaremos la posibilidad de proponer la creación de una formación específica del Consejo en formato Ministros de Defensa.
En particular, deseo que la Presidencia permita avanzar en el empeño de lograr una moratoria efectiva de la pena de muerte en 2015.
Señoras y señores,
Como ven, estamos preparando una Presidencia de España con una agenda muy ambiciosa. Soy consciente de ello, como también lo soy -y tenemos la experiencia reciente de la Presidencia francesa- de que pueden surgir cuestiones imprevisibles que condicionen la ejecución de esa agenda y nos obliguen a ajustar las prioridades.
Pero el punto de partida debe ser ambicioso. La Presidencia es una gran oportunidad para España, lo es en este momento tan decisivo para Europa porque lo es para el mundo.
A estas alturas, puedo decirles que hemos hecho una planificación detallada del conjunto de las reuniones previstas, desde los Consejos Europeos a los grupos de trabajo que se reunirán durante los seis meses.
La Presidencia española constituye un desafío que trasciende de la esfera gubernamental y se presenta como el paradigma de una cuestión de Estado, por encima de los intereses de partido y dirigido a la consecución de un gran proyecto de país.
Por ello, haremos un especial esfuerzo para alcanzar un consenso sobre el programa de la Presidencia con las fuerzas parlamentarias y con las Comunidades Autónomas. Mi propósito, a tal efecto, es iniciar en breve un proceso de consultas con todos para informarles sobre los planes previstos y recabar sus ideas y apoyos para completarlos y mejorarlos. Y presentaremos el programa en el Parlamento.
Se trata, sin duda, de un acontecimiento central de la Legislatura, que ha de compartirse, de forma abierta y transparente, con el conjunto de la sociedad, con esos ciudadanos, los españoles, que siempre se han sentido tan europeos y europeístas.
Precisamente, se da la circunstancia de que en unos meses todos ellos van a tener la posibilidad de participar en las elecciones al Parlamento europeo, y por tanto de tomar conciencia sobre la importancia -que las diversas fuerzas políticas deberíamos ser capaces de trasladar- de la Unión y su futuro.
Como saben, estas próximas elecciones se van a tener que celebrar, inevitablemente, de acuerdo con la reglas de Niza, por lo que elegiremos en España a 50 diputados, cuatro menos de los que nos corresponderían con el Tratado de Lisboa ya en vigor. No obstante, el Consejo Europeo ha atendido nuestra reclamación y recuperaremos esos cuatro escaños cuando dicha entrada en vigor se produzca.
Señoras y señores, concluyo.
En un mundo lleno de incertidumbre, con el colapso de los grandes modelos heredados del siglo pasado, necesitamos para salir de la crisis un modelo y un gran compromiso de gobiernos y sociedades.
Ese modelo es Europa, es la pax europea.
Porque la paz europea es convivencia, derechos, bienestar y libertad. Es la garantía para guiarnos en un mundo multipolar que cifra su estabilidad en alcanzar un desarrollo sostenible y solidario.
La paz europea se apoyará en la igualdad y en la innovación como los grandes valores del presente y del porvenir.
La paz europea es, como sabemos bien desde hace tres décadas, la mejor forma para España de defender desde nuestra condición de europeos sus principios y sus intereses.
En un momento en que confluirán los esfuerzos europeos y globales para recuperar una agenda que permita superar el desconcierto y la incertidumbre del presente.
En un momento en que recibiremos las propuestas para una agenda de futuro para la Unión Europea del grupo de reflexión presidido por Felipe González, creo que la única alternativa para España será ejercer una presidencia transformadora, y no gestora, creo que la única alternativa para Europa será hacerse fuerte en sus instituciones, ante los europeos, y en el mundo. Ya dijo Salvador de Madariaga que «Europa no será una realidad hasta que no lo sea en la conciencia de la gente».
Hoy quiero terminar expresando mi convicción de que Europa, con una presidencia española, sabrá estar a la altura de esa exigencia histórica.
Muchas gracias.