Cumbre iberoamericana mirando a Trump y sin Sánchez, por Pedro González

En esta ocasión, el rey no estará acompañado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que sí asiste en cambio a la cumbre climática COP29 en Bakú (Azerbaiyán), después de haber declinado también su asistencia a la de la Unión Europea en Budapest, primer encuentro de los líderes europeos tras conocerse el aplastante triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos.  

Si en la capital de Hungría todo el encuentro giró en torno a las medidas necesarias a adoptar una línea estratégica, de cooperación o confrontación, con la nueva Administración norteamericana, la que reunirá a los mandatarios iberoamericanos también tendrá el eje de sus conversaciones en las futuras relaciones con el gran vecino del norte del Río Grande.  

Gracias al esfuerzo del rey, el devaluado liderazgo de España trata de dar sentido a los principios que inspiraron la creación de estas cumbres en 1991, encabezada entonces por el rey Juan Carlos I, el presidente del Gobierno Felipe González, y el 60º presidente de México, Carlos Salinas de Gortari. Esos principios eran: fortalecer la Comunidad Iberoamericana y asegurar su proyección internacional, promover los vínculos históricos, culturales, sociales y económicos entre los países iberoamericanos e implementar la cooperación sur-sur de la región.  

La propia herencia del legado histórico de España, raíz y eje de esta construcción iberoamericana ha sido seriamente cuestionada por la ola relativista del “wokismo”, nacido en las universidades de Estados Unidos, secundado por el izquierdismo indigenista del “progresismo” iberoamericano, y ampliamente difundido y propagado por el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, con la inestimable colaboración de la propia ultraizquierda española.  

Así, pues, el rey solo tendrá esta vez la compañía de los presidentes del país anfitrión, Ecuador (Daniel Noboa), Argentina (Javier Milei), Paraguay (Santiago Peña) y República Dominicana (Luis Abinader). Estarán ausentes los de las tiranías de Cuba, Nicaragua y Venezuela (Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega y Nicolás Maduro, respectivamente), pero también los presidentes de la izquierda tradicional de grandes países del continente como México (Claudia Sheinbaum), Brasil (Luiz Inácio Lula da Silva), Colombia (Gustavo Petro) o Chile (Gabriel Boric). 

No es, pues, muy aventurado predecir que la estrella de la cumbre será seguramente el presidente argentino, decidido partidario de Donald Trump, con cuyo entorno ha construido relaciones sólidas, de manera que Argentina puede volver a convertirse en un aliado preferente de Washington en Sudamérica. Aparte de su encontronazo con Pedro Sánchez, el presidente Milei considera las relaciones de su país con España por encima de sus dirigentes. Afortunadamente, Madrid ha vuelto a mandar a un embajador a Buenos Aires, tras haber dejado vacante la sede diplomática durante cinco meses, tras los insultos del ministro Oscar Puente al máximo dirigente argentino, y las acusaciones de corrupta de éste a la esposa del presidente Sánchez. 

En cuanto al presidente brasileño, Lula da Silva, su ausencia puede estar justificada por estar harto atareado en la preparación en tanto que anfitrión de la Cumbre del G-20 en Río de Janeiro el próximo fin de semana.

Los dosieres se entrecruzan, pero con un denominador común: el nuevo orden internacional cuya instauración acelerará con la nueva entronización de Donald Trump, y las fuertes tensiones derivadas de tan decisivo movimiento telúrico.

De alguna forma, todos los países y sus respectivos conglomerados y alianzas internacionales tomarán partido porque lo único realmente incontrovertible es que nada volverá a ser como antes.

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