Artículo publicado originalmente en El Debate de Hoy por Pedro González
La VIII Cumbre de las Américas se ha saldado con el apremio a Venezuela de restablecer una democracia muy dañada. Por otro lado, el Compromiso de Lima sella un acuerdo para acabar con la lacra de la corrupción en la región más vulnerable del mundo.
A los tradicionales problemas de desigualdad, pobreza y corrupción que asuelan al continente, la VIII Cumbre de las Américas hubo de añadir uno más, que se extiende como una mancha imparable por los países limítrofes de Venezuela: el éxodo masivo de los que huyen de la miseria del régimen de Nicolás Maduro.
Entre dos y tres millones de venezolanos habrían abandonado el país, tanto a causa de la persecución política como de la desesperada situación económica. De este exilio forzado, los más afortunados emprendieron el camino hacia Europa o Estados Unidos, mientras que los carentes de recursos fluyen como una catarata de desheredados, especialmente sobre Colombia, Brasil, Perú y Chile.
La situación se ha desbordado hasta tal punto que los presidentes de estos países han exigido a Caracas que permita la entrada de ayuda humanitaria, a la vez que han aumentado el nivel de censura y crítica al régimen bolivariano. Ante la inasistencia a Lima del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le correspondió al vicepresidente Mike Pence abrir las hostilidades dialécticas. Así, aseguró que su país “no descansará hasta que se restablezca la democracia en Venezuela y el pueblo venezolano recupere su libertad”. Pence pidió “aislar a un régimen que ha provocado que nueve de cada diez venezolanos sean pobres, los almacenes estén vacíos y los hospitales no tengan servicios básicos, todo ello causa de miseria y muerte”.
Un alegato, suscrito, e incluso amplificado por otros jefes de Estado, como el argentino Mauricio Macri, el chileno Sebastián Piñera y especialmente por el colombiano Juan Manuel Santos, que cifró en 5.000 venezolanos los que huyen cada día del país en el mayor éxodo registrado en el hemisferio americano.
En consecuencia, las próximas elecciones convocadas por Maduro para el próximo mes de mayo no gozarán del reconocimiento de la mayor parte de los 35 países de América. Unos las condenan abiertamente: “Venezuela es un problema de todos, porque allí no hay democracia ni respeto a los derechos humanos” (Mauricio Macri). Otros, como el peruano Martín Vizcarra, pidieron contención en las sanciones, “en la medida en que pueden afectar directamente al pueblo”.
Maduro, que había amenazado con asistir a la Cumbre pese a haber sido expresamente vetado por el anfitrión peruano, y luego se autodesconvocó alegando razones de seguridad, calificó de “fracaso total” los resultados del cónclave, en el que solo le defendieron el ministro de Asuntos Exteriores cubano, Bruno Rodriguez -Raúl Castro tampoco asistió-, y el presidente de Bolivia, Evo Morales.
La salida por tanto al problema venezolano seguirá conducida por Estados Unidos. Mike Pence, escoltado por cierto por Ivanka, la hija de Trump, transmitió el mensaje de su presidente de que “es hora de hacer más”, dejando entrever que aumentarán en nuevos grados las sanciones ya emprendidas contra el régimen bolivariano: vetos y prohibiciones contra altos dirigentes chavistas; acciones contra el petro, la criptomoneda inventada por Maduro para paliar la ausencia de divisas, y los 16 millones de dólares acordados en ayuda humanitaria a los emigrantes forzosos venezolanos.
La eterna promesa de erradicar la corrupción
El tema central de esta VIII Cumbre de las Américas era, sin embargo, la lucha contra la corrupción, una lacra convertida desgraciadamente en un signo distintivo de América Latina, acentuada en los últimos años por el destape masivo de los escándalos de Odebrecht, la gigantesca constructora brasileña, cuyos sobornos han salpicado a políticos y dirigentes de todo el continente.
En esta ocasión, todos los dirigentes han suscrito el Compromiso de Lima, una declaración de 57 puntos, pero cuya principal debilidad es que su aplicación queda a la exclusiva responsabilidad de cada uno de los países. En todo caso, constituye un paso oponer “gobernabilidad democrática frente a la corrupción”, lema que al menos lleva implícito el reconocimiento de que esta hace imposible una democracia digna de tal nombre.
Para los políticos del hemisferio, la lucha contra la corrupción es un mantra que incluyen siempre en los primeros lugares de sus programas electorales, promesas que demasiado a menudo se ven defraudadas por la realidad. En este último año se han batido todos los récords de presidentes que han tenido que dimitir, o de expresidentes perseguidos por la justicia, condenados o encarcelados cautelarmente.
En los debates y encuentros bilaterales en paralelo a la cumbre han emergido voces que alertan sobre la urgencia de resolver o al menos encauzar rápidamente tanto el cáncer venezolano como la metástasis de la corrupción, a la vista de los inmediatos desafíos a los que se enfrenta el continente americano, dentro del marco de los grandes choques globales.
La región, con las economías más volátiles del mundo, va a experimentar las sacudidas de choques externos decisivos, que el analista Moisés Naim resume en cuatro: el impacto del cambio climático (América es la zona más urbanizada del planeta, con el 80% de sus habitantes viviendo en ciudades); la revolución digital; una nueva intolerancia a los problemas sociales y, por supuesto, la revolucionada política mundial. Choques que impactarán en una América Latina, considerada en conjunto como la región más vulnerable del mundo.