Artículo publicado por Pedro González en ICNR el 18 de Noviembre de 2010.
Ofensiva de ‘charme’ de China, que aúna en su nueva campaña de comunicación exterior la delicadeza de formas con la inflexibilidad conceptual. “Liu Xiaobo es un criminal, que intenta derrocar al gobierno de Pekín y que está manifiestamente en contra de la Constitución”. Tal es el contundente calificativo con que le señala Dong Yunhu, viceministro del Consejo de Estado, de gira estos días por España y otros países europeos con el fin de apaciguar las inquietudes surgidas en torno a sus presuntos propósitos de incrementar su presencia e influencia política y económica en el seno de la UE.
En un encuentro celebrado en la sede madrileña de la Asociación de Periodistas Europeos, el político chino no se anduvo por las ramas y reiteró la firme voluntad de su gobierno de impedir que tanto el Premio Nobel de la Paz como cualquier miembro de su familia o amigos recoja el galardón en Oslo, en la ceremonia prevista para dentro de tres semanas. Desde que la Academia del Nobel anunciara la concesión a Liu Xiaobo del Premio correspondiente a 2010, las autoridades chinas han estrechado el cerco sobre el círculo del escritor al encarcelar o poner bajo arresto domiciliario a medio centenar de sus familiares y amigos.
Más allá de la peripecia que puede suponer el que por primera vez en la historia el Premio Nobel de la Paz no sea recogido ni por el titular ni por persona autorizada, China quiere dejar muy claros los agravios de los que se siente víctima. De los enumerados por Dong Yunhu, el que más llama la atención es el que acusa a Estados Unidos de “utilizar una parte del dinero que le debe a China en fomentar el separatismo”, sea con los tibetanos o los uigures. Reprocha asimismo a Washington haber puesto a funcionar a pleno rendimiento la máquina de fabricar billetes, lo que además de suponer una competencia desleal a su juicio, tiene como consecuencia la acelerada pérdida de valor de la deuda comprada a Estados Unidos. “Por supuesto que disponemos de una ingente cantidad de divisas –afirma Yunhu-, logradas gracias al esfuerzo de nuestros trabajadores, a su sudor y a su sangre. Muchas de esas divisas se le han prestado a un país como Estados Unidos, que sin embargo no nos agradece suficientemente ese gesto”.
Acompañado de una nutrida delegación, tanto el ministro como los miembros de su equipo se emplean a fondo para disipar los recelos que despierta la convicción de que China aspira a convertirse a corto plazo en una superpotencia. Para ello, evocan el sufrimiento del país desde 1840, fruto del colonialismo impuesto en sus diversas formas; el hecho de que, aunque su PIB sea ya el segundo del mundo, en términos de renta per cápita aún hay más de cien países del mundo que la superan, y en fin apelan a la historia para demostrar que China jamás exhibió una voluntad agresiva o de conquista hacia sus vecinos. “La misma Gran Muralla es una construcción defensiva”, reiteran Yunhu y sus funcionarios a modo de argumento definitivo para subrayar que “no pretendemos imponer nada a nadie. Tenemos nuestros valores, hacemos y haremos aquello en lo que creemos. Si alguien quiere copiarlos, no nos molesta, pero nunca se los impondremos a otros por la fuerza”. “Pueden ustedes estar tranquilos, que China no aspira a ser una segundo Estados Unidos”, en una acusación nada velada hacia las intervenciones militares norteamericanas en distintos puntos del mundo.
A quienes les exigen más democracia y una mayor velocidad en el proceso de reformas políticas, el representante chino subraya que un país tan inmenso, con 1.300 millones de individuos, “no aguantaría determinados experimentos”, para argüir a continuación que en tan ingente masa humana todavía 900 millones son campesinos, muchos de ellos analfabetos, en cuya memoria y tradición aún anida la sumisión del feudalismo. Todo ello supone un descomunal cúmulo de problemas políticos y de gestión, sobre todo en el oeste del país, cuya resolución tomará no menos de cien años. “Por cierto –arguye- Europa tardó varios siglos y muchas guerras sangrientas en resolver los suyos. En tales condiciones pasará bastante tiempo antes de que nos dé por aspirar a convertirnos en superpotencia”.
En los tiempos de la comunicación global, las fuertes restricciones impuestas en Internet las justifican “en el cumplimiento de la ley que castiga los excesos en la Red, como la pornografía y las informaciones que instigan la enemistad étnica entre los diferentes pueblos de China, impulsan el terrorismo y atentan contra el Estado y la moral pública”. Así es, así piensa y así actúa la principal potencia emergente, en cuyo territorio y posibilidades confían gobiernos y empresas de todo el mundo para combatir la crisis.