Articulo publicado originalmente en El Boletín por Diego Carcedo el 19 de Noviembre de 2018
La Cumbre Iberoamericana que se ha celebrado estos días en Guatemala ha tenido todo el tiempo en la sombra la imagen inquietante de la caravana de migrantes que desde hace más de un mes caminan en una angustiosa travesía hacia la incertidumbre que les espera en la frontera de los Estados Unidos. Son ya unas quince mil las personas que se han venido sumando a los dos millares que partieron hace un mes en San Pedro Sula y Tegucigalpa (Honduras) con el reto utópico de forzar la frontera de los Estados Unidos que se les ha cerrado. Llevan ya recorridos mil quinientos kilómetros a través de El Salvador, Guatemala y Méjico.
Caminan sin un líder conocido ni organización que les guie. Escribo desde Antigua, en Guatemala, donde he participado en el XXIV Foro Iberoamericano de Comunicación que se celebra en el ámbito de la Cumbre de jefes de Estado y Gobierno del continente, España y Portugal. El Foro, promovido por la Asociación de Periodistas Europeos y la Fundación García Márquez, reunió a varias decenas de periodistas de distintos países y, aunque el tema central de los debates era otro, en el ambiente y los coloquios imperaron las informaciones y comentarios sobre el drama y la incertidumbre que rodea esta caravana de la Desesperación.
La inquietud que despierta es muy preocupante. Algunos participantes en el Foro regresaban de cubrir con crónicas y reportajes — desde diferentes escenarios de la marcha – y por lo tanto de vivir su patética realidad. Escucharles contar lo que habían visto y oído resulta estremecedor. Llevan ya más de dos mil kilómetros y todavía les espera otro tanto para llegar a la frontera con los Estados Unidos que se proponen rebasar a pesar de amenazas del bravucón Donald Trump quien lejos de mostrar algún atisbo de comprensión, les acusa de delincuentes, ha enviado fuerzas que se están desplegando por los pasos fronterizos y advertido que dispararán contra ellos si osan entrar por la fuerza.
La iniciativa y organización de la caravana encierra muchas dudas y despierta todo tipo de especulaciones. Pero también muestra la evidencia de que es una repuesta y un reto a la guerra que el Presidente norteamericano tiene declarada a los emigrantes que desde su llegada al poder. La imagen humanitaria de la caravana es penosa. Los integrantes carecen de medios para subsistir y se sostienen un pie gracias a la ayuda que encuentran a su paso. Algunos han muerto y todos muestran síntomas de agotamiento. La solidaridad que encuentran es admirable, pero insuficiente.
Han tenido incidentes en las fronteras por donde han cruzado pero nunca con los vecinos que les están prodigando su solidaridad. Uno de los efectos de la caravana es la conciencia que está despertando entre muchos centroamericanos sobre su propia vida en la miseria y sin futuro. Aunque no faltan voces que explican el misterio que encierra la caravana como una estrategia oculta de agitación, una realidad elocuente es que se trata de pobres de solemnidad sin otra inquietud que no sea la de su supervivencia. Entre ellos abundan familias enteras con mujeres embarazadas y niños que un día decidieron jugarse su futuro a una carta.
Todos son de condición humilde, víctimas de las desigualdades que imperan en sus países, pero sin formación ni motivación política que pueda justificar su actuación. Los periodistas que han seguido de cerca lo que está ocurriendo coinciden que se trata de una reacción a desesperada de personas que nada tienen que perder. Caminan sin ilusión pero sí con decisión. La duda que despierta el final de su empresa es sin duda un motivo de inquietud social de primer orden.