Texto de Clemente Auger publicado en el catálogo de la Exposición «Madrid al paso«
Tranvía 45, línea Cuatro Caminos-Delicias. El viajero atraviesa el corazón de la ciudad, margina barrios deprimidos con vida propia. La ciudad se identifica por la reproducción o memoria siempre confusa de tres zonas centrales, que el tranvía recorre: Chamberí, Salamanca y Lavapíes. El doctor de Pigmalión seguro que hubiera podido presumir de su capacidad para adivinar la residencia de cada interlocutor por su habla. Los pasajeros visten de forma uniforme y sin cambios (la ropa es escasa y de uso continuo). Si el hombre usa chaqueta también usa corbata y la mujer desconoce los pantalones y descubre una chaquetilla de punto muy atractiva: la rebeca.
Esta mirada superficial tanto en lo topográfico como en lo humano puede referirse al tiempo transcurrido desde 1945, final de la Guerra Mundial y continuación del Régimen, y 1959, inicio de la ejecución del plan de estabilización. Los hombres y mujeres del país viven conformados, alejados de toda preocupación cercana al interés público, que se entrega a las denominadas «autoridades» y contemplando perplejos las preocupaciones que sobre tal interés empiezan a manifestar algunos jóvenes ciudadanos; la perplejidad está muy alejada de la adhesión y del reproche.
El trabajo escasamente retribuido a cargo del cabeza de familia; el trabajo en el comercio y en el auxilio de la oficina a cargo de muchachas y el duro trabajo del ama de casa sólo tienen como horizonte compensatorio la vida en las calles de la ciudad.
Manifestaciones de esta vida alcanzan hasta la noche de los veranos. Las vacaciones de verano no están extendidas y suelen reducirse a cortas estancias en los pueblos de origen, a los que se accede por los autobuses de las líneas de viajeros, con paradas en todos los pueblos del recorrido y velocidades mínimas, a pesar de la desaparición del gasógeno, por el constante recalentamiento del motor.
La ausencia de vacaciones de verano estaba compensada por dos acontecimientos: las tertulias nocturnas que se organizaban en la acera junto al portal de sus domicilios con sillas bajadas desde casa y las verbenas. Desde la de San Antonio, del Carmen, de los Ángeles, hasta la verbena de la Paloma. Esta verbena estaba acompañada de la procesión de la Virgen de la Paloma, por la que se sentía particular devoción, al margen de cualquier reflexión sobre la procedencia o improcedencia de creencia que la justificara. Fuera del verano, algún entretenimiento y pocas emociones. La emoción, como es natural, ha de estar asociada a la infracción. Pues bien, la infracción tenía escasa entidad. En el tranvía, el 45 citado o el 7, desde Cibeles a Chamartín, ocupar el tope con elusión del pago del billete y posible agresión por parte del conductor con la cartera metálica de los talonarios. En el metro la posibilidad de contacto silencioso entre hombres y mujeres, especialmente en la línea 1, Cuatro Caminos-Sol, sin llegar a las exigencias japonesas de trenes exclusivamente destinados a público femenino.
El cine era el entretenimiento de todos los grupos sociales. La exigencia de calidad no era excesiva (sin perjuicio de ver obras maestras del cine negro americano y del neorralismo italiano). El entusiasmo extendido en los espectadores se concentraba en las actrices, desde la española Aurora Bautista («Pequeñeces», «Alba de América») hasta Esther Williams («Escuela de Sirenas»).
Y la sustitución del mar, con ensueño sobre las playas tan alejadas, se compensaba con el río Manzanares, en el que un charco era denominado «Playa de Madrid» y en donde se construyó el Parque Sindical, cuya fealdad no constituía obstáculo para invasión (esta vez sí a la japonesa) de las piscinas que habían desbancado a la «Playa de Madrid».
En Semana Santa no existía el trasiego de los «puentes». Pero hay que rendirse a la alegría y belleza del Paseo de Recoletos, donde se alquilaban las sillas para poder ver a quienes por él mismo transitaban. Destacaban las mujeres con mantillas y los oficiales del ejército con traje de gala y carterilla de charol. Pero las procesiones fundamentales sólo eran dos: la salida del Cristo de Medinaceli por la tarde del Viernes Santo y la procesión del silencio por la Avenida de José Antonio (antes y después Gran Vía). En esta procesión el lugar privilegiado para su participación se encontraba en la Red de San Luis, cuya marquesina a ras de calle, obra del arquitecto Palacios, se ha trasladado a Porriño.
Algún edificio se incendiaba, el ABC de la Castellana, había que reconstruir la Plaza de Toros de Vista Alegre y Guiérrez Soto estaba a punto de terminar el Ministerio del Aire. Faltaban los edificios de cierre de la plaza y en el solar a ellos destinados algún año se instalaba una carpa con una ballena maloliente, enfrente de la fábrica de cervezas «El Laurel de Baco», que absurdamente era visitada de continuo con gran éxito. Igual fenómeno se produjo con la «Gata con Alas» en los sótanos del Palacio de la Música.
De la Estación del Norte salían ordenadas expediciones de emigrantes para Suiza y Alemania y Pertegaz ofrecía pases de modelos, sin extravagancias y con atractivo. Y se asoma el estreno de «55 Días en Pekín», el plan de estabilización empieza a surtir efecto.
Y así pueden recordarse a los hombres y las gentes de la ciudad desde el único punto de vista presentado: las maravillosas fotografías del diario Madrid que con tanta oportunidad ahora se exhiben.