Business as usual, por Miguel Ángel Aguilar

Publicado en El Siglo de Europa el 4 de Abril de 2011

Si se me pregunta cómo veo la economía mundial, dice Max Otte, profesor del Instituto de Ciencias aplicadas de Worms, mi respuesta es clara: «Bussines as usual». Con este dictamen nuestro autor (véase su libro El crash de la información. Editorial Ariel. Barcelona, 2010) no se refiere a las atestadas mesas de los carísimos restaurantes del distrito financiero de Nueva York, ni a las bonificaciones que se conceden a sí mismos, más o menos en secreto, los directivos impasibles que nos han llevado al desastre y han quedado impunes. Estos días hemos visto cómo la cólera popular se ha encendido ante la exhibición descarada de la opulencia pero el auténtico escándalo es que los fundamentos de nuestra sociedad civil se hayan quebrantado abiertamente y que nos hayamos alejado de la economía social de mercado para encaminarnos hacia el capitalismo depredador de una nueva economía feudal, para decirlo en palabras de Max One, quien en 2006 profetizó el crack de nuestro sistema financiero en un libro ¡Que viene la crisis! En su opinión, todo esto es consecuencia de ese virus sigiloso y maligno de la desinformación, cuyos efectos se dejan ver en la actual crisis financiera, que además de haber infectado toda la economía se ha instalado en nuestras cabezas y amenaza a toda la sociedad.

Porque, para Otte, la crisis financiera de 2008 debería verse en realidad como una crisis de la información, la cual constituye sólo el primer eslabón de una larga cadena de colapsos aunque lamentablemente sea la única a la que parece aplicarse el lenguaje sensacionalista de los medios. Por eso todavía podría estar pen-cliente de llegar la auténtica crisis, no só- lo económica sino política, educativa, sanitaria y social en general, a la que puede dar lugar el virus maligno de la desinformación. Estamos ante fallos de procesamiento de la información pero también ante verdaderos fraudes de los que algunos aprovechateguis han sacado pingües beneficios para su particular provecho, como reconocía el profesor Emilio Ontiveros en su diálogo con Montserrat Domínguez, durante la sesión que sobre «El mercado: razones e idolatrías», en el XI Seminario Europeo sobre el Empleo convocado en Gijón en torno a los «argumentos y fanatismos del mercado».

Como mantienen los organizadores de la Asociación de Periodistas Europeos en las notas de su programa, nos hemos acostumbrado a argumentar con el mercado como un ente que escapa a toda definición, que opera según reglas que es imposible predecir, que nos tiene en sus manos y que parece haberse convertido en nuestro demiurgo supremo. El caso es que las medidas económicas, que los gobiernos adoptan para paliar la crisis, parecen estar orientadas a satisfacer, más que las demandas de los ciudadanos, unas exigencias cuya procedencia se atribuyen a los mercados y que, una vez atendidas por los gobiernos, desencadenan efectos fulminantes y marcan la agenda política del día, con el resultado de exigir nuevos sacrificios a los trabajadores y dejar, faltaría menos, intocados los bonus que premian a los estafadores bien identificados, cuya impunidad parecería que debemos seguir garantizando por nuestro propio bien. Entre tanto, los medios de comunicación se escaquean como si nada les fuera exigible en la iluminación de estas oscuridades. Es decir, business as usual.

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