Puede leerlo como quiera, pero la realidad es incontestable: El Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen se ha convertido en la primera fuerza política de Francia. No sólo ha conseguido la mayoría de los sufragios, sino también que ese tercio largo de los votos emitidos supera ampliamente a todas las formaciones de izquierda juntas, reunidas en el Nuevo Frente Popular (NFP), y superando de manera aplastante a la coalición Juntos por la Republica, armada en torno a Renacimiento, la formación que conforma el núcleo del macronismo.
La segunda vuelta de estas elecciones legislativas, a celebrar el próximo domingo 7 de julio, confirmarán o no la mayoría absoluta que una eufórica Marine Le Pen reclamó tan pronto como los sondeos a pie de urna anunciaron su triunfo. Una nueva jornada que desde luego será histórica, tanto si el RN confirma su hegemonía como si se queda a las puertas de conseguirlo.
El resultado final dependerá tanto de la estrategia decidida por el conjunto de la izquierda, dejar que no haya más que un candidato, sea de cualquiera de los partidos del NFP, aunque haya alguno con derecho también a presentarse por haber superado el 12,5% de los votos en la primera vuelta. Es la consigna dictada por el líder de La Francia Insumisa (LFP), Jean-Luc Mélenchon, a fin de no dispersar los balotajes “para impedir que la extrema derecha tenga un solo escaño más”. Eso sí, también hará falta que los electores obedezcan a tal consigna, de forma que un elector socialista vote a un comunista, por ejemplo, en vez de quedarse en casa, sobre todo si hace memoria y recuerda las razones históricas de por qué los socialdemócratas abominaban de los partidos comunistas, tanto si tenían tal nombre o lo disfrazaban bajo otras denominaciones.
En esa pelea decisiva entre extrema derecha y extrema izquierda ha quedado laminado el centro liberal del que se reclama el presidente Emmanuel Macron. El jefe del Estado francés, que siempre quiso reclamarse presidente de todos los franceses, ha tomado esta vez partido al reclamar un cordón sanitario al RN, “una gran concentración claramente democrática y republicana”. Tal llamamiento significa cuando menos que Macron da la razón a ese tercio de franceses, ya no sólo la vieja clase obrera sino también muchos otros con el mismo denominador común de sentirse descontentos, desoídos y menospreciados por él mismo, que han votado por el RN, y le han otorgado su primera victoria electoral.
Desde luego, si Marine Le Pen se hace con la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, se hace difícil imaginar que Macron se mantenga en el Palacio del Elíseo tragándose todos los días los sapos gigantescos del “cambio radical” prometido tanto por Le Pen como por el hombre que sería en tal caso su primer ministro, Jordan Bardella. El discurso de éste en la noche electoral no ha podido ser más contundente: “Francia está en peligro existencial y vamos a reconstruirla. El pueblo ha votado. En un lado estaba la alianza de lo peor, y que nos llevaba a la ruina. En el otro, nuestro proyecto de unión nacional para defender la seguridad y el trabajo”. Y anticipándose a los acontecimientos, lanzó una advertencia al propio Macron: “Seré respetuoso con la Presidencia de la República, pero también seré inflexible para realizar nuestro proyecto con pleno respeto a las reglas democráticas, y como garante de las libertades”.
Al tomar tan abiertamente partido contra el RN, Macron tendrá que dimitir si el RN consuma la humillación que le ha infligido en la primera vuelta. Será el desenlace a la agonía política del presidente de Francia, y de paso el fin seguramente de su V República. Quizá Macron haya exagerado la semana previa a la cita electoral augurando “una guerra civil” en caso de triunfo del RN. Pero, desde luego, lo que es más probable es que el país se suma en una espiral caótica. Un panorama que tendrá, por descontado, graves consecuencias para la Unión Europea y para la Alianza Atlántica.