Es un honor y un privilegio compartir este acto con ustedes. Es un honor y un privilegio que compañeros, admirados y queridos, encabezados por Diego Carcedo y Miguel Ángel Aguilar, hayan sido tan generosos conmigo.
Quiero pedir disculpas al presidente del jurado, don Iñigo Méndez de Vigo, porque cuando me llamó para comunicarme que estaba entre los premiados mi respuesta fue un inquietante y largo silencio de sorpresa y de incredulidad. Le dejé con la palabra en la boca.
Hoy, la incredulidad y la sorpresa se manifiestan en forma de agradecimiento a los miembros del jurado y a los patrocinadores del premio. Agradecimiento a los profesionales de la información con los que he tenido la suerte de trabajar en estos años, y de los que he aprendido a ser periodista. Y agradecimiento profundo a mi familia por sus esfuerzos pasados y futuros.
Los premiados tenemos ahora la responsabilidad de que nuestro trabajo sea digno de don Salvador de Madariaga: gran demócrata, notable escritor, vigoroso periodista, diplomático con mayúsculas, y político valiente. Tenemos la responsabilidad de ser dignos de quien era más patriota cuanto más crítico se mostraba con las cosas que ocurrían en su país. Madariaga fue, además, un europeísta cuando eso no era tan políticamente correcto como ahora.
Hoy recuerdo la primera vez que cubrí una reunión del Consejo Europeo, siendo un joven e inexperto periodista. Estaba perdido en la sala de prensa, pidiendo ayuda a los compañeros para entender lo que era importante y lo que no. Recuerdo mi sorpresa al recorrer los pasillos y encontrarme con Margaret Thatcher, o con Helmut Kolh, o con Francois Miterrand, o con Jacques Delors, en aquellas cumbres eternas, que terminaban bien entrada la madrugada. Y recuerdo mis temores ante el momento de la conexión en directo, porque tenía que resumir una enorme cantidad de cosas en apenas un minuto, y que la gente entendiera que aquello iba a condicionar su vida.
Fue entonces cuando aprendí, e intenté que los televidentes aprendieran, lo que era la subsidiariedad; o el «opting out» de los británicos; o los fondos de cohesión de los españoles. No sé si conseguía mi objetivo. Pero lo sigo intentando.
Desde hoy, cada día cuando me siente delante de una cámara, recordaré a Madariaga. Trataré de no defraudarle. Tampoco a ustedes. Muchas gracias.