Su sentido moral y humano, estriba en que el poder por sí mismo no otorga derechos, sino que son los derechos los que otorgan poder. Y así luchó contra una dictadura, contra un sistema que negaba la libertad, que negaba los derechos o los usurpaba. Pero desde el primer día de la lucha, Adam Michnik soñó con la reconciliación de los polacos y se fijó en la transición española, en la vía española a la democracia. Reconciliación que no significa tolerancia en cuanto pudiera ser la tolerancia un argumento negativo, en cuanto el endeudamiento de unos con otros simplemente se aplace, sino reflexión sincera y abierta de cada uno sobre los otros, de manera que además de conocerse, se crean.
Se ha premiado a un agitador de conciencias, como le gustaba decir a Unamuno, a un intelectual, a un periodista para quien la independencia respecto al poder y el dinero no es tanto un atributo derivado de su profesión como un valor sustancial de su existencia. No quiso formar parte del accionariado del periódico que dirige, que vende quinientos mil ejemplares diarios y más de un millón los domingos, para no sentirse prisionero no ya de las ambiciones económicas de los demás, sino de las suyas propias. Es probable que algunos compañeros pregonados liberales consideren asombrosamente exótica esa actitud, pero que sin embargo es, más modestamente, consecuente y digna. Cuando las democracias empiezan a sentirse seguras y ya no se habla de los principios, sobreviene una especie de laxismo, y lo digo así porque no se trata de momentos de laxitud sino de todo un sistema de moral laxa, en el que aquellos principios se disuelven. Entonces se dice que los principios han sido sustituidos por la madurez.