«En tiempos de zozobra, la gente necesita certezas, y la mentira no necesita tiempo.» Palabras de Carlos Franganillo al recoger el Premio ‘Cerecedo’

Quiero empezar recordando a las miles y miles de familias que sufren hoy los efectos de la DANA en Valencia y otros puntos de España. A quienes han fallecido en la tragedia, a quienes han perdido a seres queridos y a quienes han visto destruidos sus hogares y sus bienes.

Creo que todos tenemos la percepción de que esa tragedia va a significar muchas cosas en nuestra historia común, algunas de ellas muy profundas. Lo veremos con el tiempo. Entre otras muchas cosas ha sido una demostración clara de la necesidad de información en un momento de zozobra. La gente necesita saber. ¿Por qué no llega la ayuda? ¿cuándo se restablecerá el suministro eléctrico y el agua potable? ¿cómo estará el resto de mi familia? Necesitamos certezas y muchas veces es difícil tenerlas de manera inmediata. Lleva tiempo y trabajo. Un tiempo que la mentira no necesita. Hemos visto muchos ejemplos en estos días.

Quiero agradecer este premio que lleva el nombre de Francisco Cerecedo. Es un honor inmenso. Gracias al jurado por pensar que estoy a la altura -yo no lo tengo tan claro-, a la Asociación de Periodistas Europeos, gracias a sus majestades por estar aquí, a BBVA por respaldar este galardón…y gracias especialmente a quienes me han dado muchos privilegios y ventajas. Sin esos privilegios no estaría aquí. Me refiero a mi familia, a mis padres, a mi mujer y a mis hijos, a mis hermanos…y a los compañeros y jefes en RTVE y en Mediaset que me han dado tantas oportunidades y me han permitido aprender. Este es un trabajo de equipo y no sería nada sin esa labor colectiva. Soy un tipo con mucha suerte.

Por desgracia ya no soy un joven becario pero tampoco me considero demasiado mayor. Sin embargo. en el tiempo en el que llevo ejerciendo el periodismo -algo menos de 20 años- he sido testigo, como todos los que estamos aquí, de una enorme transformación. En mis primeros días en TVE, en 2008 -no está tan lejos-, aún se montaban las piezas en la cabina con cintas. Las redes sociales estaban en su prehistoria, los informativos nocturnos de las 3 principales cadenas reunían a 9 millones de espectadores (casi el doble de lo que ocurre ahora) y el iPhone acababa de salir al mercado solo un año antes. Era un mundo que, en gran medida, ya no existe.

Como periodistas, muchas de las cosas que dábamos por hechas se han ido desvaneciendo…una parte de nuestra influencia, por ejemplo. Es un tiempo de paradojas. Hay cambios a mejor. Nunca antes hemos tenido acceso a tanta información rigurosa y plural. Uno puede suscribirse a un periódico de Japón desde un pueblo de Zamora, si lo desea. Y nunca antes la prensa ha estado sometida a semejante nivel de escrutinio por parte de los ciudadanos. Y creo que eso es muy bueno. También hay cambios a peor. Se multiplica el acoso de la propaganda y los mensajes tóxicos que buscan pudrir la convivencia y sembrar el caos en el momento adecuado. Es también el caldo de cultivo perfecto para que los gobiernos quieran aumentar el control sobre la prensa, escudándose en que quienes les señalan a ellos son siempre mentirosos. La tentación autoritaria emerge en los momentos de gran confusión. Porque es cierto que las líneas están cada vez más borrosas. O quizá hay más gente interesada en que esas líneas estén cada vez menos claras. En que sea más difícil diferenciar a un activista de un periodista. Hay políticos metidos a influencer y periodistas convertidos en hooligans, embravecidos por el aplauso en la redes. Si algo define este tiempo es que todo se ha agitado, todo se ha mezclado. Parece que las viejas reglas ya no valen. Ya no solo competimos con las otras cadenas sino que lo hacemos con las plataformas, las alertas del teléfono, el scroll de instagram y los mensajes de whatsapp. Nuestra esfuerzo principal se centra en captar la atención. Es el bien más preciado y más esquivo en nuestros días.

Hace unas semanas Donald Trump ganó las elecciones en EEUU. Quizá él sea el líder que mejor y antes ha leído el cambio de época: la influencia de la tecnología en la comunicación, la capacidad del algoritmo para premiar el ruido frente a los matices de la realidad, la fragmentación del consumo y la desconfianza creciente en las instituciones, a partir sobre todo de la crisis de 2007/2008. No solo lo ha leído antes y mejor, también ha contribuido a acelerar la velocidad. El contagio ha sido muy rápido. Crecen los impulsos populistas, hay más desinformación, más guiños autoritarios incluso en los partidos centrales del sistema. España no es en absoluto una excepción. Es más fácil eludir la fiscalización de los medios porque hay herramientas eficaces para hacerlo sin que eso suponga un reproche y, de paso, se criminaliza al periodismo. Éste es otro rasgo determinante de quienes apelan al sentimiento frente a los hechos. No crea en las instituciones, no se fíe de los medios, no crea en nada. El rey lo mencionaba en su visita a Valencia, el 3 de noviembre: “Hay gente interesada en intoxicar para que haya caos”. Ocurre en los momentos más delicados porque cuestionar los hechos contrastados, debilitar al periodismo, nos hace más vulnerables…y favorece a quienes no admiten disidencias, a quienes tienen intenciones aviesas. Las opiniones deben ser libres y se deben confrontar de manera apasionada. Pero los hechos no son un menú a la carta.

No quiero caer en una visión pesimista. Nuestros antepasados han vivido tiempos mucho más inciertos, mucho más polarizados que el nuestro. Y con un acceso infinitamente menor a la información. Tenemos la suerte de vivir en el momento más próspero, en el rincón más afortunado del mundo más desarrollado. Eso puede llevarnos a la pereza. A olvidar que la libertad y la democracia no son conquistas definitivas, que siempre están amenazadas y que son el fruto de grandes convulsiones en la Historia. Los periodistas, con nuestros aciertos y errores, somos una pieza clave en su supervivencia y, cuando nos equivocamos gravemente o cometemos un abuso, pagamos con el descrédito. Es la pena capital en la profesión. Quienes se emboscan en la mentira no tienen esa responsabilidad ni corren ningún riesgo. Pero estoy seguro de que estaremos a la altura y que mucha gente, en momentos de zozobra, seguirá buscando la credibilidad que se construye con los años. Porque sus esperanzas dependerán de la información fiable.

Muchas gracias.

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