Barnier, un escudo para Macron, por Pedro González

El presidente de Francia, Emmanuel Macron terminó haciendo la envolvente a todos los partidos de la izquierda que aspiraban a situar a un primer ministro de su cuerda en el Hôtel Matignon, sede de los jefes de Gobierno galos

Pero, también ha terminado obteniendo la aquiescencia del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen, cuyos 143 diputados en la Asamblea Nacional se hacen imprescindibles para sobrepasar el listón de los 289 escaños de la mayoría absoluta. 

La extrema derecha del RN arguye no obstante que tomará su decisión definitiva de apoyar o no a Michel Barnier, una vez que éste exponga su programa ante la Cámara. Pero, no hay muchas dudas de que Macron se ha asegurado su voto afirmativo antes de proceder al nombramiento del veterano político, que cuenta hoy 73 años, y que tuvo su primer cargo cuando contaba apenas 22. 

Michel Barnier lo sido prácticamente todo, ocupando cuatro veces otras tantas carteras ministeriales, además de ser un veterano eurodiputado y comisario europeo, culminando casi un cuarto de siglo de su dilatada carrera en Europa como negociador jefe para el Brexit, la traumática salida del Reino Unido de la Unión Europea, pero que él logró encauzar preservando los intereses de Europa. Hombre de consenso y probado como un hábil negociador, logró romper la astuta y constante ofensiva británica tendente a dividir a los europeos mediante la táctica de informar absolutamente de todo a todos los miembros de la UE, deshaciendo consiguientemente la tradicional estrategia británica de malmeter a unos contra otros.

Fue el último y preciado servicio de Barnier a la causa europea, que tuvo como su mejor resultado el mantener prietas las filas mientras de este lado del Canal de la Mancha se observaba que nada le salía al miembro desertor de la UE como se lo habían pintado los sucesivos gobiernos de Londres a sus ciudadanos. 

Tuvo, eso sí, una tentación posterior y un batacazo: presentarse a las primarias a las elecciones presidenciales por su partido, Los Republicanos, la antigua derecha gaullista conservadora, hoy reconvertida en Derecha Republicana. Perdió y decidió retirarse a “cultivar su jardín”, conforme a la acrisolada expresión francesa. Macron lo rescata ahora de su retiro y le encarga que “forme un Gobierno de Unidad Nacional”. Una tarea en la que puede aventurarse no estarán los diputados del Nuevo Frente Popular (NFP), y más exactamente los de La Francia Insumisa (LFI) del bullicioso Jean-Luc Mélenchon, que se ha apresurado a calificar la designación de Barnier como “un robo a los que ganaron las elecciones”. 

Tiene en todo caso mucho trabajo Michel Barnier para atemperar el griterío de la jaula de grillos que es el actual hemiciclo de la Cámara Baja francesa. Dentro de la alianza de conveniencia que es esta nueva versión del Frente Popular, no le ha sentado nada bien al Partido Socialista, o más bien a una parte de su más que escuálida formación, que Macron no nombrara al veterano Bertrand Cazeneuve, un socialdemócrata moderado. Para compensar, Macron también ha desdeñado la candidatura del centrista Xavier Bertrand. Atado de pies y manos el presidente por el escaso peso del macronismo que le apoya, esencialmente el partido Renacimiento, el verdadero árbitro de la situación es precisamente el RN. Y éste ya ha puesto dos condiciones para no presentarle una moción de censura a Barnier: revisar el modo de escrutinio de las elecciones, dándole mucho más peso cuando menos al sistema proporcional, e inmediatamente después celebrar nuevas elecciones, o sea más o menos a finales de 2025. Con los últimos resultados de las votaciones en la mano, el RN hubiera arrasado en número de escaños, mientras que merced al actual sistema ha debido conformarse con un raquítico segundo puesto. 

Así, pues, Macron sale del atolladero que él mismo había creado con el adelanto electoral, sazonado después con una larguísima e inédita espera para nombrar primer ministro, algo que en Francia se hace rápidamente, casi tan pronto como finaliza el recuento de votos, sin dar pábulo a los enjuagues y tractaciones de investiduras con plazos más propios de la época de las diligencias que de los transportes hipersónicos actuales. Con Barnier logra, demás, un gran escudo personal y de prestigio. Tendrá que lidiar con el espinoso tema de la inmigración -él mismo, europeísta sin tacha, llegó a pedir una moratoria del acuerdo comunitario-, y sobre todo embridar el ya endémico problema francés del déficit. El ministro Bruno Le Maire cifra en 16.000 millones de euros el recorte que Francia debe empezar a ejecutar este mismo año, y la propia Comisión Europea está a punto de abrir el correspondiente expediente a Paris por déficit excesivo.   

Barnier ha visitado España con mucha frecuencia, y ha sido un acreditado docente de las virtudes que conlleva la gran aventura que es la UE. Invitado por la Asociación de Periodistas Europeos, ha sido uno de los grandes divulgadores de la historia, peripecias, guerras y sobresaltos de Europa, felizmente  dejados atrás ante el presente y futuro del experimento de su fortaleza mediante la adhesión y asociación voluntaria de quienes han disputado tantas y tan sangrientas guerras a lo largo de tantos siglos. 

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