Gana AfD, se derrumba el SPD y se tambalea Schengen, por Pedro González

Pese a haber conseguido un 30,5% de los votos, superando ampliamente el 24,5% de la Unión Cristiano Demócrata (CDU), del 16% de la ultraizquierda Por la Razón y la Justicia (BSW) y, sobre todo pasando por encima del 7% de los socialdemócratas del SPD y de Los Verdes, que al no llegar siquiera al 5% se quedan fuera del Parlamento regional, no tiene visos de conseguirlo. 

Höcke, condenado por utilizar lemas nazis en su campaña electoral, no lo logrará, habida cuenta de la negativa de los demás partidos a pactar con su partido, el llamado cordón sanitario. 

En el otro estado del este de Alemania en el que se celebraban elecciones, Sajonia, la AfD quedó en segunda posición (30%), pisando los talones de la CDU (31,5%), seguidos también allí por la ultraizquierdista BSW de Sahra Wagenknecht (12%), confirmándose la debacle de los socialistas, cuyo 8,5% solo les da para ocupar el cuarto lugar, con Los Verdes superando por los pelos el listón mínimo (5,5%). 

Con el preámbulo de estos resultados, hay dos conclusiones muy claras: la primera es si la debacle del SPD, por muy regionales que fueran las elecciones, le permite seguir liderando el Gobierno de Alemania, ahora extremadamente fragilizado, no solo por su propio batacazo regional, sino también por el de sus aliados ecologistas. La segunda es si va o no a sufrir alguna alteración la exclusión del diálogo político de la extrema derecha de AfD, cuyo tercio de votantes sobre el total se está nutriendo precisamente del electorado de izquierdas, claramente desencantado por las políticas que lidera el canciller Olaf Scholz. 

Parece muy evidente que los últimos atentados realizados por inmigrantes o refugiados musulmanes radicalizados en suelo germano, en especial el ejecutado por un sirio en la ciudad de Solingen, han exacerbado los ánimos y, por lo que se ve, la tendencia a cambiar la papeleta de voto en favor de quién le promete cambios. Scholz ya quiso subirse al tren en marcha de la indignación popular anunciando restricciones tanto en el control de la inmigración como respecto de las armas que pueden portarse. 

Que tanto la extrema derecha de AfD como la ultraizquierda de la BSW coincidan en sus intenciones de atajar la creciente inseguridad ante la amenaza de los fundamentalistas islamistas, pone de relieve uno de los principales motivos, si no el más importante, de los cambios de opinión experimentados por el electorado alemán. 

En consecuencia, además de reexaminar el mantra del cordón sanitario a la ultraderecha, los demás partidos autoimbuidos de superioridad moral tal vez harían bien en revisar las causas del hartazgo de los ciudadanos, en especial el causado por su progresiva sensación de estar desprotegidos, primera obligación de un Estado democrático. 

Las protestas y manifestaciones desatadas en Erfurt y otras localidades de Turingia, en rechazo de los resultados de los comicios, no son signo más que de una polarización agravada. Los insultos habituales de tales manifestantes, siempre esgrimiendo el estandarte de la violencia, equivalen a calificar de nazis o fascistas a esa tercera parte de alemanes que les han votado y abogan por el cambio. Persistir en la descalificación sin resolver los problemas solo puede conducir a que los descalificados se harten algún día y desencadenen su propia violencia, con los previsibles trágicos resultados que ya nos enseña la historia. 

Otra derivada de estos comicios es que añade un nuevo pretexto para que cada Gobierno dentro de la UE se sienta impelido a tomar medidas nacionales para vigilar sus fronteras y atajar consecuentemente la inmigración masiva ilegal. En otras palabras, uno de los principales logros conseguidos por la UE además de la moneda única, el Tratado de Schengen, podría tambalearse. 

No es que exista una voluntad declarada de abolirlo, pero se amontonan los ejemplos en que, so pretexto de algún evento o suceso extraordinario, las autoridades de un país cierran prácticamente las fronteras con los vecinos o aumenta sus controles hasta niveles parecidos a los existentes antes de la entrada en vigor de la libertad de movimientos dentro de la Unión Europea. Que sean a causa de los Juegos Olímpicos, de una entrada masiva e incontrolada de personas en situación irregular o para contrarrestar previsibles avalanchas de refugiados, la reimplantación de los controles fronterizos constituye un fracaso en el proyecto de la integración europea. Son pequeños mordiscos a la libertad de circulación europea, que no abolen de facto el Tratado pero que lo van limitando cada vez más. 

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