Convulsión europea “ma non troppo”, por Pedro González

Salvo para militantes de izquierda muy cafeteros o con el riñón bien cubierto de subvenciones y prebendas, la Unión Europea confirmó el principal de sus pronósticos: triunfo holgado del centro derecha y avance espectacular de la ultraderecha. Esta última, pese a concurrir por separado a los comicios, representará sumados todos sus escaños a más del 25% de los europeos, o sea será la segunda fuerza detrás del Partido Popular Europeo (PPE), y muy por delante de la Alianza Progresista de Socialistas & Demócratas (S&D). 

En conjunto, la triple alianza entre Populares, Socialdemócratas y Liberales, que han vertebrado la anterior legislatura, tienen volumen suficiente para repetir mayorías en las cruciales votaciones que afectan a los 450 millones de ciudadanos de los 27 países miembros de la UE. Pero, a todas luces, sería un empeño suicida no tener en cuenta las razones por las cuales las derechas nacionalistas y soberanistas han experimentado un avance tan cuantioso. Tacharles de euroescépticos es ya una simpleza que no se tiene, toda vez que tales formaciones no piden la salida de sus respectivos países de la UE, máxime tras comprobar los estragos que el Brexit ha causado en la “Pérfida Albión”, sino a cambiar el rumbo del Gobierno comunitario. Una aspiración que tiene tanta legitimidad como la de cualquier otro grupo político que respete las leyes y las reglas, lo que por cierto tiene numerosas excepciones en muchos a los que se les llena la boca de lemas polarizantes, divisorios y llenos de muros excluyentes. 

Dos temas entre otros muchos precisarán de mucho diálogo entre las formaciones del Europarlamento, para atemperar la cólera exacerbada y creciente en los campos y ciudades de los países europeos: el Pacto Verde y la Inmigración. A estas alturas, salvo algún descerebrado, nadie niega la existencia del cambio climático ni de la catástrofe humana en la que puede desembocar. Pero, a la vista del comportamiento cuando menos insolidario de potencias emergentes en su producción contaminante, Europa no puede ni debe pecar de ingenuidad y adoptar una actitud plenamente quijotesca de luchar en solitario contra las graves alteraciones del clima, siendo a la vez víctima propiciatoria de quienes no lo hacen, o no lo ejecutan con el mismo empeño e intensidad que los europeos. 

En cuanto a la inmigración, el gran elefante en la habitación del que los más exquisitos no quieren hablar, no podrá ignorarse por más tiempo la realidad de las crecientes avalanchas sobre Europa de millones de personas fuera de control. Detrás de cada una de ellas hay por supuesto un drama y no pocas historias conmovedoras. Ello no obsta para reconocer que la solución no está en observar con indiferencia la entrada masiva en el territorio de la UE de estas gentes, y aumentar su propia vulnerabilidad arrojándolos a las calles y campos sin los medios para subsistir. Negar que tan dramáticas y numerosas situaciones desembocan cada vez más frecuentemente en la delincuencia no es buenismo, es estupidez, porque la ocultación del problema no implica la desaparición mágica del mismo, y habrá que afrontarlo.

Las lecturas nacionales de los comicios y las correspondientes reacciones también muestran la diversidad de Europa. El brutal revés sufrido por el presidente Emmanuel Macron en Francia a votos del lepenista Jordan Bardella, ha provocado la inmediata disolución de la Asamblea Nacional. En Alemania quizá le estén dando vueltas a parecida salida tras el nuevo retroceso experimentado por el canciller socialdemócrata Ofaf Scholz, derrotado no sólo por sus sempiternos contrincantes democristianos de la CDU-CSU sino también por la extrema derecha de Alternative für Deutschland (AfD).  

Giorgia Meloni, a quién el cliché en sepia de los medios izquierdistas españoles siguen calificando de “fascista”, ha convertido a su formación en la más votada de Italia, con el mérito adicional de haber encabezado ella misma simbólicamente la candidatura, demostrando así que será ella como líder indiscutible de la tercera potencia económica de la UE, con quién habrá de entenderse preferentemente Ursula von der Leyen -todo parece que apunta a que repita mandato-para concluir acuerdos europeos de calado, que vayan más allá de la mera mayoría aritmética. 

Y, en fin, en la anómala España, se observa un intento desesperado por vender el relato de que resiste muy bien un PSOE que ha pasado de sacar 9 escaños y 13 puntos al PP, a ser rebasado por éste en 2 escaños, cuatro puntos y 700.000 votos, con respecto a las anteriores elecciones europeas de 2019.  Planteados en términos de plebiscito, no parecen tampoco existir dudas, a menos de que se trate de analistas tipo Tezanos, de que la mayoría de los votantes españoles no han indultado la corrupción, el desgobierno ni amnistías inconstitucionales. Opinadores y tertulianos al rojo vivo vendían desde el primer momento poselectoral la presunta posición privilegiada del presidente Pedro Sánchez para encabezar a los socialistas europeos en el reparto de los cargos institucionales de la UE. Está por ver, sin embargo, que, en la nueva Europa surgida de estas elecciones, se conceda un plus de poder a quién, a pesar del inmenso maná de los fondos europeos, no ha logrado el fin principal para que el fueron creados: la transformación de la sociedad española, convirtiéndola en un país moderno con estructuras preparadas para afrontar un futuro más competitivo y duro que nunca. 

Por cómodos y simpáticos que resulten los subsidios y las paguitas al modo peronista, en Bruselas se conocen muy bien el percal, y tal modelo socioeconómico, por lo demás asfixiante y crecientemente intervencionista, está muy reñido con el de libre empresa y libertad de mercado, que es uno de los pilares fundamentales de la Unión.  

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