A buen seguro, la mayor parte de los europeos que hoy viven las ventajas cotidianas de estar cobijados bajo este espacio de libertad no conocen los orígenes ni saben mucho de los artífices de las grandes conquistas políticas, económicas y sociales de las que hoy disfrutan. Uno de esos gigantes fue el francés Jacques Delors, que falleció el pasado miércoles a los 98 años.
A la manera de los panteones de hombres ilustres que, con una evidente vena nacionalista, se instalaron en diversos países en el siglo XIX, Europa debería erigir el que albergara a los hombres y mujeres que la engrandecieron, siquiera para que las generaciones posteriores, al tiempo que contemplan sus mausoleos, pudieran conocer o refrescar su propia historia, la que experimentó por primera vez en el mundo la conformación de una agrupación voluntaria de naciones para edificar un futuro en paz.
Jacques Delors fue presidente de la Comisión Europea durante dos legislaturas (1985-1995), periodo en el que la entonces Comunidad Económica Europea, poco más que un exitoso Mercado Común, se transformaría en la Unión Europea, ensanchando sus horizontes y aspirando a influir decisivamente en la marcha del mundo. España y Portugal primero, y Austria, Suecia y Finlandia después, fueron las incorporaciones que aumentaron en un 50%, de 10 a 15, los miembros del conglomerado comunitario.
El crecimiento en número de países no sólo dotaba de músculo el proyecto europeo, sino que también ampliaba las posibilidades de acometer nuevas y grandes iniciativas que terminarían siendo tan novedosas como decisivas para sus ciudadanos. Quizá el proyecto más exitoso y popular fuera el Erasmus, impulsado por el que fuera vicepresidente de Delors en la Comisión, el español Manuel Marín, convencidos ambos de que aquello sería el mejor vivero posible de la llamada ciudadanía europea, a partir del conocimiento, intercambio universitario y sus correspondientes lazos afectivos entre los jóvenes de toda la UE.
Delors sentaría asimismo las bases de otros dos pilares decisivos de la construcción europea: la moneda única y los Acuerdos de Schengen. Aquella, fundamental para acompañar las ventajas del Mercado Único; y éstos para permitir la libre circulación de personas dentro del territorio europeo.
Cierto que en todo ello tuvo el respaldo de sus dos mentores principales, el presidente francés, François Mitterrand, y el canciller alemán, Helmut Kohl. Con la tercera líder de entonces, la primera ministra británica Margaret Thatcher, tuvo que multiplicar sus esfuerzos para que el Reino Unido no saboteara más de lo debido el proyecto europeo en marcha. Así, la firma de los Acuerdos de Maastricht fueron la gran culminación parcial de ese gran proyecto.
Delors -y aquí cuento mi experiencia personal- fue decisivo asimismo en la creación de la que sería la primera cadena de información continua paneuropea. El presidente entonces de la Comisión Europea se había alarmado al contemplar que durante la primera guerra del Golfo (1990-1991), que enfrentó a una gran coalición de países, autorizada por Naciones Unidas, al Irak de Sadam Husein, tras haber invadido éste y conquistado por la fuerza el Emirato de Kuwait, todas las imágenes que contemplaba el mundo del conflicto eran exclusivas de la CNN norteamericana. Delors, secundado entonces por otros tres socialistas, el francés Mitterrand; el español Felipe González, y el italiano Bettino Craxi, decidieron que se conformara la cadena de televisión que se denominaría Euronews. En tanto que uno de los jefes de Redacción de esta, la única directriz que recibí entonces de Jacques Delors fue que “Europa pudiera ofrecer al mundo su propia visión no sólo de los grandes y pequeños conflictos, sino también de todos los avances científicos susceptibles de ser aprovechados para facilitar una vida mejor”.
Pese a que de aquel gran proyecto de comunicación enseguida se descolgaría el Reino Unido, aquellos cuatro dirigentes europeos, con Delors a la cabeza, decidieron no solo impulsarlo y seguir adelante, sino potenciarlo al máximo, incorporando socios fuera del ámbito comunitario, a la manera de los acuerdos de asociación que la UE firmaría también en materia de comercio y cooperación económica y cultural con muchos países.
Para los que creímos en aquella Europa, la Comisión Europea crearía premios incentivadores. En España llevan el nombre de otro europeo insigne, Salvador de Madariaga. Me enorgullezco de ser el primero en obtenerlo de la lista que cada año incorpora a muy ilustres colegas, propuestos por la veterana Asociación de Periodistas Europeos.
Y reivindico de nuevo la idea de crear ese panteón de europeos ilustres, a quienes debemos habernos convertido en la región con el mayor índice de bienestar colectivo del mundo.